Queda un rinconcito en el grueso de la rabia colectiva para interrogarse sobre el ministerio de Blanco
Observado el caos desde el cómodo refugio de una escapada sin avión, lo que ha ocurrido ha sido como un gran guiñol trágico, visto en el televisor como si fuera una de esas películas del realismo italiano que provocaban la risa de tanto llanto que contenían.
Esas historias rotas, esos centenares de miles de dramas metidos en el hueco de una maleta perdida...
Todos nosotros conocemos a alguien que ha vivido su vía crucis, y la rabia de su historia refleja la rabia colectiva que el caos ha provocado.
Por muy indignados que estén, por muy convencidos de su causa, por muy muy que acumulen en su particular lucha, lo que han hecho estos señores ha sido de un egoísmo cósmico, indecible, inaceptable.
¿En qué momento decidieron que eran los dueños de los sueños de los demás?
¿Cuándo pasaron de controlar los cielos a controlar la vida de sus conciudadanos?
Oigo sus voces en el eco, y hablan de motivos laborales, de negociaciones rotas.
Pero las razones no les dan la razón, porque más allá de sus razones laborales, la razón mayor recuerda que el problema de 2.400 personas no puede devenir en dolor, impotencia y drama de miles de personas.
¿O creen que sólo ellos tienen problemas?
¿Se imaginan si cada persona que está en el paro, o que no sabe si mañana tendrá que buscar un rincón donde dormir porque no llega a la hipoteca, o cada pequeño empresario que tiene que cerrar la empresa, o cada..., se imaginan si cada una de esas historias pudiera llevar a todo el país al caos?
¿Cuántos caos caben en un solo caos?
No. Estos señores no son trabajadores con más razones que otros, sino habitantes de un territorio estratégico que no han dudado en utilizar para su uso privado.
Quizá sean trabajadores cualificados, probablemente con nervios de acero, no en vano de su profesionalidad depende la vida de millones de personas.
Pero como sindicalistas han sido indecentes e impresentables.
No se juega así con la vida de los demás.
¿Qué se han creído que son? ¿Quiénes se han creído que son?
Y, sobre todo, ¿cómo han podido creer que reinaban en la impunidad de sus actos?
Lo que ha ocurrido tiene, inevitablemente, un recorrido penal, so pena de que se imponga el todo vale en las reivindicaciones laborales.
Dicho lo cual, ¿cuánta culpa acumulada tiene el Gobierno en su parte de culpa?
Queda un rinconcito, en el grueso de la rabia colectiva, para interrogarse sobre un ministerio, el de Blanco, que posee el arte del histrionismo verbal pero tiende a resolver los conflictos por la vía de la putrefacción.
¿No sabía nada? ¿No podía hacer nada? ¿Ha llevado bien este larvado problema?
Preguntas y más preguntas que llevan a una pregunta final: ¿sabe este ministerio qué hacer con este colectivo?
Al final, lo de siempre, dos se pudren en sus quehaceres y un tercero paga los platos rotos.
Todo brutal y todo indecente.
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