Tiempo de reflexión
Beatriz Sarlo
Para LA NACION
Luciana Salazar y Martín Redrado: si se consulta Google, hay unos 10.000 resultados de la búsqueda que une sus nombres.
El economista que parecía dispuesto a inmolarse dentro del Banco Central para que no se usaran las reservas no ocultó su romance con la bailarina de Tinelli.
La prensa puede ser amarilla; las personas grandes lo saben; cuando lo olvidan cometen tonterías en público. Si ésa es la carne que se tira a la prensa, después se hace cuesta arriba criticar el amarillismo.
Pero no todo el año fue carnaval.
El episodio de Redrado pasó al olvido, como pasaron al olvido los sondeos de opinión que midieron a Mercedes Marcó del Pont.
Ya nadie mide a Marcó del Pont, porque una foto de Depetri y Boudou fue anticipo del bautismo del risueño ministro de Economía como candidato en la Capital.
Siguiendo la táctica de su esposo, la Presidenta habilitó un nuevo jugador en el distrito donde también competiría el sufrido Daniel Filmus.
Moyano estuvo en el lanzamiento, lo que le da un aspecto formal a la cosa porque su scudetto no se regala.
Así se mantiene a los hombres bajo control hasta que llega el momento de tomar decisiones en serio.
A diferencia de los candidatos que se eligen por lo que miden en las encuestas, Moyano es el poder fáctico: capitalista del sindicalismo, cuyo capital son los bienes adquiridos en la obra social de camioneros, donde emplea una fuerza de trabajo lista para operar.
Ellos le responden porque son los asalariados mejor pagos de la Argentina.
La Empresa Sindical Moyano e Hijos no tiene antecedentes en el sindicalismo local.
El presidente de su directorio decidirá cómo, cuándo y en qué condiciones se sienta a una mesa de diálogo social con los empresarios y el Estado (el diálogo, anunciado a comienzos de año, sigue siendo un anuncio).
Moyano es una potencia que habla con De Vido en nombre propio.
No necesita que le den ningún permiso. Kirchner ya lo sabía.
Moyano sólo teme que las decisiones judiciales avancen sobre el territorio libre denominado "Moyanolandia" por Graciela Ocaña, una geógrafa que descubrió los precipicios de esa fabulosa comarca.
Vinculado a Moyano, el diputado Héctor Recalde presentó un proyecto de distribución de las altas ganancias en empresas de más de 300 trabajadores.
Las organizaciones empresariales no asistieron a la comisión de la Cámara de Diputados donde podían expresar sus posiciones.
Moyano lo llamó a Recalde para decirle que Héctor Méndez, titular de la UIA, prefería posponer el debate.
La iniciativa (que existe en países europeos considerados modelos de capitalismo) queda al garete, impulsada de aquí para allá por los desmentidos ("No es cierto que el proyecto se haya frenado", declaró Recalde, pero lo cierto es que la UIA prefiere no discutirlo).
Muchos argentinos, kirchneristas y no kirchneristas, quisiéramos que el proyecto se discutiera en comisión y que hubiera dictamen. Pero, súbitamente, fue enterrado.
Impresiona el instantaneísmo y la liviandad con que se ponen y se sacan cuestiones fundamentales.
Ese proyecto podría modificar el mediano plazo. Pero esa medida de tiempo es ajena al ethos político nacional.
Y, sin embargo, lo que queda de la acción política es el mediano y el largo plazo.
La Argentina encaró la modernidad con la ley de educación de 1884 y la de matrimonio civil de 1888. Fueron promulgadas durante los gobiernos de Roca y Juárez Celman.
Dejaron marcas indelebles. Hoy parecen grabadas en piedra.
Provinieron, sin embargo, de gobiernos cuyos balances todavía son objeto de debate ideológico y ético.
Así son las idas y venidas de la historia.
La referencia sirve para pensar la ley de matrimonio igualitario.
Recibió un voto transpartidario y desbordó las ideologías para instalarse en una dimensión cultural.
Tendrá efectos a largo plazo sobre la libertad, dignidad y autorrepresentación de los individuos. Interrumpió el ritmo jadeante de una política que parece no planificar sus próximas medidas y que olvida las anunciadas (¿quién recuerda el tren bala que, en un país con ferrocarriles infrahumanos usados por los pobres, iba a unir las dos ciudades mejor enlazadas de la Argentina?
¿Quién recuerda las promesas del primer Kirchner sobre la rehabilitación de los trenes de larga distancia?)
La celebración del Bicentenario y el homenaje popular a Kirchner mientras se lo velaba en la Casa de Gobierno, trazan un arco en uno de cuyos extremos hay un acontecimiento previsto y, en el otro, una muerte que nadie imaginaba ni quería imaginar.
Festival y luto cívico.
Diferentes, por supuesto, ambos comparten una inclinación sectaria.
El mapping del Cabildo, uno de los números principales del festejo, pasaba por alto a Raúl Alfonsín, el presidente de la transición democrática y el juicio a las juntas militares (se habla de una foto de espaldas, la misma que estaba en el pabellón de la Feria de Fráncfort: la nuca de Alfonsín como índice de estética minimalista); también la desaparición de hombres de la historia que no tienen condecoraciones en el santoral peronista: Sarmiento, por ejemplo.
El mapping del Cabildo fue una premonición.
Tampoco se admitió a los opositores en las cercanías del cajón de Néstor Kirchner, lugar al que llegaron, sin embargo, Maradona y Tinelli.
¿A esos dos nadie pudo pararlos, o tenían el santo y seña?
Cualquiera de las dos posibilidades es extravagante, ya que la muerte de un ex presidente no es un velorio familiar, sino una ceremonia nacional en que las simpatías y antipatías se subordinan a las formalidades de un duelo público.
Sin embargo, la muerte de Kirchner también fue un episodio bajo control: ni una foto sensacionalista de su cadáver; el cajón cerrado y cubierto por los símbolos que él seguramente habría elegido.
Esta elección, decorosa y contraria al sensacionalismo que se alimenta de la muerte, obligó también a que la televisión fuera digna.
Curiosamente, los canales considerados por el kirchnerismo la médula de la oposición transmitieron en continuado el homenaje popular en Plaza de Mayo, para probar, por si hacía falta, que la lógica de los medios se independiza muchas veces de lo que comúnmente se llama su línea editorial.
Una lección que deberá aprender el mecanicismo de muchos dirigentes kirchneristas y de sus ecos televisivos.
Sobre el luto por Kirchner ya se ha dicho lo necesario y más.
El tiempo dirá si esa muerte será el centro de irradiación política que desea la militancia kirchnerista.
Los sectores juveniles nacieron de esa muerte.
No porque La Cámpora no existiera antes; algunos de sus miembros ya habían comenzado a ocupar cargos en el Estado.
Pero esa muerte traza una línea dentro de lo que venía sucediendo.
Como nunca antes, la idea de que Kirchner permitió "ampliar las fronteras de lo posible" se actualiza en las potencialidades de una herencia sobre la que sabemos muy poco.
No sabemos si la Presidenta será la heredera; de serlo, no sabemos todavía si ella se propone gobernar sin modificar el legado.
Hasta ahora, Cristina Kirchner ha mantenido las líneas matrices trazadas por su marido, pero la realidad la empujó a reconocimientos que éste no hubiera realizado tan rápido ni tan sobre los hechos que los provocaron.
En otros aspectos, sin embargo, es como si Kirchner dirigiera cada día desde su más allá: con los sectores de la oposición, el Gobierno no dialoga o dialoga mal y a la fuerza, como si ese intercambio fuera posible sólo si los interlocutores se adaptaran a las preferencias oficiales y a la sumisión a la que están acostumbrados los propios.
Además, el Gobierno gobernará el año próximo con el presupuesto y la administración de los dineros públicos como lo habría hecho Kirchner: facultades extraordinarias, redistribución de fondos según necesidades electorales, chantaje a los gobernadores e intendentes.
En este aspecto, estamos ante el kirchnerismo puro y duro.
Pero sucedió algo que podía suceder en cualquier momento, aunque la imprevisión del Gobierno no lo esperaba: ¿nada sabía Icazuriaga en la SIDE?
Y si nada sabía, ¿cómo excluir que las tomas de tierras fueron espontáneas?
Cristina Kirchner vivió la pesadilla más temida: tuvo sus Kostecki y Santillán.
Todavía no lo probó la Justicia, pero lo probó el atinado nombramiento de Nilda Garré en el nuevo Ministerio de Seguridad.
Kirchner no habría introducido cambios que se parecieran tanto a una aceptación de que antes se habían manejado las cosas mal.
Paradójicamente, las novedades en el terreno de la seguridad pública se originan en la productividad política de su muerte.
La Presidenta culpó a los jueces, con los mismos argumentos que se escuchan en el prime-time televisivo. ¿Esto cuenta como profundización del kirchnerismo?
Kirchner vivió el festejo del Bicentenario como una celebración de su régimen.
Las grandes ceremonias públicas son indispensables (Francia, por ejemplo, es un país experto en producir su autoimagen, lo cual no evita que los adolescentes árabes salgan a destruir los barrios donde viven).
Esas fiestas de nuestro Mayo dieron una imagen verdadera y también engañosa de la Argentina. Las calles estuvieron ocupadas durante cuatro días por una multitud distendida y contenta, familias y grandes grupos de amigos, colas frente a todas las pizzerías y todos los restaurants, un consumo material y simbólico acoplados como debe ser, porque no hay espectáculo festivo que prospere frente a una multitud sin plata.
Fuera de la fiesta quedó la Villa, palabra que lleva su mayúscula como representación no simplemente de la pobreza, sino de una síntesis nueva.
La Villa se hizo presente en la misma ciudad donde transcurrió el festejo y donde se lloró a Kirchner.
Irrumpió el país que había permanecido invisible en los días del Bicentenario y también en las exequias.
Los sin tierra argentinos salieron a tomarlas.
Esas tomas no son parecidas al corte de una calle, puente o ruta por piqueteros que van por más planes, por agrarios que piden menos retenciones o por alumnos que quieren calefacción en sus escuelas.
En verdad, no se parecen a nada, porque responden a necesidades extremas y a condiciones en que no es posible decidir en libertad, en que los ocupadores pueden ser masa de maniobra de capitalistas de la miseria, de organizaciones políticas irresponsables, de punteros malintencionados.
Los que ocupan han sido despojados de su autonomía, de sus derechos y de la protección de las leyes.
Son la Argentina que no fue al entierro de Kirchner ni a los festejos del Bicentenario.
Son la Argentina urgente.
Si Kirchner vive, como dicen algunos afiches, esperemos que quienes lo creen sepan qué hacer con ella.
El camino de "profundizar el kirchnerismo" no es sencillo; no tiene mapa; quiere decir cosas diferentes.
El 2010 fue el año del kirchnerismo de capas medias y de una juventud que se identificó con el estilo transgresor, inesperadamente acoplado a dos rasgos rockeros: el sentimentalismo y la dureza, interesante suma algebraica que da la cultura del aguante, pero que todavía no ha producido una cultura política.
© La Nacion
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