Nadie va a devolver el orden y la armonía en muchas de las familias destrozadas más allá de las balas.
Antonio García Barbeito / abc.es
Nadie va a restituir la sangre ni el pulso perdido para siempre en un segundo de locura; nadie va a ir a los cementerios a devolver la vida que arrebató, inútilmente, para que todo siga como antes.
No será posible evitar el terrible daño que costó una vida o la memoria eternamente herida. Nadie va a devolver el orden y la armonía en muchas de las familias destrozadas más allá de las balas, que las balas no sólo mataron a una, dos, diez personas, sino que no dejaron de buscar víctimas en la viudez, la orfandad, y trajeron desgracias sobre desgracias muchas veces, que hay muchas familias rotas desde aquel día.
Nada podrá ser igual, porque una herida en el alma no la borra un comunicado, ni una rendición restaura un campo de caídos.
Pero por más tarde que fuera, por más que en miles y miles de personas ya nada tendrá el mismo perfil, será bienvenido el fin del terrorismo.
Porque más allá del luto —o en el mismo sitio—, más allá de la pena que llora sin consuelo la ausencia de alguien querido, hay personas que viven en un sinvivir diario, amenazadas por una llamada, un intento de atentado o por el chantaje que exige dinero que servirá para matar a alguien, incluso al que paga.
Ojalá la reflexión, la indefensión, el cansancio o lo que sea, traiga la paz a muchas gentes que llevan muchos años temiendo que un paseo con su familia sea el último tramo de su vida; gente que vive con retrovisores en las sienes, que se asusta por cualquier ruido, que ve sospechosos por todas partes.
Ojalá sea verdad lo que rumorean, lo que algunos dan por seguro, lo que tantos y tantos esperamos.
Ojalá esta Navidad, que volverá a contar ausentes entre los que habrá cuasi un millar de españoles que fueron derribados por el terrorismo, sea capaz de colgar en España el letrero que no sólo tenga sentido para los cristianos sino para toda la gente que, en el nombre de cualquier credo, crea en la palabra paz...
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