"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

jueves, 17 de febrero de 2011

El placer

El placer es el contento del ánimo, una sensación agradable.

También se considera a la voluntad, consentimiento o beneplácito, y diversión entretenimiento, gusto o satisfacción.

Desde la posición personal es agradar o dar gusto, por eso lo placentero es agradable, apacible y alegre.

El placer nos produce alegría y la alegría nos lleva a la felicidad.

La alegría como un movimiento grato del espíritu, como dicha, contento, júbilo.

Un movimiento vivo del ánimo, que permanece en nosotros y nos da satisfacción.

El placer es sensible y momentáneo, es intenso pero limitado y su duración es pequeña.

La alegría como íntimo sentimiento de satisfacción provocado por la posesión de un bien, real o imaginario, es de mayor plenitud y duración y surge como consecuencia de un esfuerzo personal y nos lleva a la felicidad que es la alegría permanente y continua que irradia el espíritu en una actitud de bonanza y paz.

El placer se ha asociado a las actitudes materiales del hombre, en especial los placeres de la carne, y se ha conformado una actitud exagerada o pecaminosa en relación al sexo, a la bebida, a la comida y a excesos en adicciones y tendencias.

Se ha diferenciado en nuestro lenguaje, términos que deberían ser equivalentes, como “tengo placer”, “me place”, “quiero placer”, “doy placer” y “es placentero”.

Pareciera que placer y placentero fueran cosas distintas, y hasta opuestas.

Se ha entendido que el placer es carnal y la alegría un movimiento del espíritu.

Esta separación es espúrea, y no tiene asidero ya que no podemos separar las tendencias del hombre, ni partirlo en aspectos como material y espiritual, ya que es una unidad, única e irrepetible y forma parte de su ser el todo que lo constituye.

En nuestra educación se ha marcado el cuidado con los excesos en los placeres mundanos, creando a su alrededor un prurito de maldad e inconveniencia.

Todo exceso es perjudicial, aún de cosas consideradas como buenos, y desde la Grecia clásica se tomo el equilibrio como lo ético y lo moral, y lo excesivo como pernicioso.

Se mezclan en esta concepción lo subjetivo y lo objetivo, la forma de ser de cada uno, y el ser general que nos conforma, lo personal y lo social, teñido por las costumbres, las normas religiosas y las reglas implícitas de cada sociedad.

No debe mirarse el placer como evitable, sino al contrario, buscar la forma que nuestra conducta y comportamiento, señale en nuestra existencia la posibilidad de vivir mejor, con alegría y buscando la felicidad.

Spinoza señala, es bueno todo lo que hace feliz al hombre.

Y la felicidad la provoca la alegría, la alegría de vivir, la alegría de una vida buena y ésta se forma con el placer que siente el hombre cuando hace cosas que le agrada, o cuando recibe atenciones o actos que lo llenan.

El placer es bueno cuando es consensuado, libre, voluntario y cuando une a la gente en características comunes.

Hay placer en el amor, cuando es auténtico y entrega parte de nuestro ser para compartirlo con el otro.

Hay placer en la bondad, cuando se da, sin esperar recompensa y sin mirar ni medir a quien se da.

Hay placer en la solidaridad, y no hay mayor placer que realizar acciones que hagan felices a otros, como proyección de nuestro yo y como forma de unión del ser y de la especie.

Hay placer en la paz, cuando se logra con el trabajo y la actitud de todos los componentes sociales, respetando las diferencias y los ideales de cada uno.

Hay placer en el deseo satisfecho, cuando es veraz  y atiende al deseo de los demás.

Hay placer en la comunicación y en la comunión de los espíritus y de los cuerpos unidos de un modo casi sacral para ser mejor.

Que todos los hombres sean felices, depende de la alegría que sientan y del placer que les depare la vida.


Elías D. Galati

wolfei@speedy.com.ar

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