"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

miércoles, 2 de marzo de 2011

Del uso al abuso

Si el vaso de vino es parte de nuestra tradición, el alcoholismo forma parte de nuestro drama social

PILAR RAHOLA / La Vanguardia.es

Formo parte del grupo de los aburridos que nunca consideraron que divertirse significaba pegarse una buena borrachera.
Debía ayudar el hecho de que mis mundos de ocio no eran las discotecas, sino las reuniones privadas donde intentábamos conciliar el diálogo de las hormonas con el deseo de arreglar el mundo.
Lo cierto, si me permiten la confidencia, es que tampoco consideré motivo de diversión el colgarme con LSD o hincharme de fumar maría o caer en los derroteros más siniestros de la heroína, todo ello muy popular en aquellos tiempos.

“Drogas no”, repetí como un mantra en los años de la adolescencia, y ello no me impidió sacarle todo el jugo a una juventud que mientras ansiaba libertad también hacía lo que podía con su poco diestra revolución sexual.
Como entonces, también ahora debo parecer una aburrida, porque los hay que consideran que el verbo divertir o se conjuga con el riesgo o no se conjuga.
Quede, pues, para los desmentidos que no todos nos drogábamos en los tiempos en que parecía que todos nos drogábamos, ni todos necesitábamos una turca semanal para sentirnos pletóricamente jóvenes.

Toda esta introducción viene a cuento de la proposición que acaba de aprobar el Senado para endurecer el etiquetado del alcohol.
El objetivo está centrado en los jóvenes, cuya tendencia a creer que el alcohol es el paraíso de la desinhibición, la juerga y el sexo sin control desgraciadamente no para de aumentar.

En este sentido, creo que todo esfuerzo para crear una alerta social respecto al abuso de las drogas –y el alcohol lo es– resulta siempre bienvenido.
No soy de los que lo ponen todo en el mismo saco, porque el alcohol, por ejemplo, no es como el tabaco o el resto de las drogas.
El tabaco, o la cocaína, no ofrecen ninguna ventaja para la salud, sólo son dañinos y sólo sirven para crear hábitos de alto riesgo.
El alcohol, en cambio, tomado con sentido común, forma parte de la cultura gastronómica de nuestro país e incluso muchos cardiólogos aconsejan un vaso de vino al día.
Lo digo porque como hay fundamentalistas en todas las casas, a veces perdemos el norte.
La cuestión, en el caso del alcohol, no es el uso, sino el abuso, mientras que en el resto de las drogas su uso comporta, casi inexorablemente, la más dura dependencia.
Pero si el vaso de vino o la copa de coñac forman parte de la tradición de nuestra mesa, también el abuso de los alcoholes forma parte de nuestro drama social.

Especialmente ahora que los jóvenes han incrementado brutalmente su hábito de beber sin ningún control, lo cual comporta desde alcoholismo juvenil hasta embarazos adolescentes o enfermedades de transmisión sexual.
Crear, por tanto, una cultura del buen uso del alcohol es tan necesario como urgente.
Porque en el buen beber puede estar el buen vivir.
Pero en el mal beber sólo existe la locura, la tragedia familiar y la autodestrucción

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