"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

martes, 3 de mayo de 2011

El amaba la muerte

La muerte de Bin Laden marca un punto de inflexión que va a facilitar al presidente Obama declarar terminada la guerra en Afganistán tal y como se había librado hasta ahora

REMÓN PÉREZ-MAURA

ABC.es
javier muñoz

Muchos elementos dieron un gran vuelco cuando a las 23,35 de la noche del domingo en Washington el presidente Barack Obama dio a conocer la muerte de Osama bin Laden.
De algunos podemos hacer ya un balance orientativo.
De otros probablemente tardemos años en saber toda la verdad.

El primer dato que quizá haya sorprendido, mas siempre debió ser asumido como una obviedad, es que a Bin Laden, la supuesta vida en las cavernas le atraía lo mismo que a Berlusconi la política sin televisión.
Sin duda es cierto que en diciembre de 2001 estuvo cercado en las montañas de Tora Bora, pero un hombre de su frágil salud y acomodada vida no podía haberse pasado casi una década viviendo en condiciones de ermitaño.
Eso es cosa de cristianos (con perdón), no de un elegido por Alá (como él).

Ya sabemos que la localidad de Abbottabad, donde felizmente moraba el genocida, es a Islamabad, la capital de Pakistán, lo que Collado Villalba –un decir- a Madrid.
Está bien comunicado con un nudo de autopistas, en la vía de entrada a Cachemira, con una academia y una base militares.
Con todo esto, lo lógico es pensar que las autoridades paquistaníes tenían que saber que Bin Laden estaba allí.
Es casi inimaginable que este genocida pudiera vivir una vida acomodada tan cerca del núcleo de poder paquistaní sin que quienes integran éste lo supieran.
Y sin embargo, podría ser cierto.
Ante todo, porque si el Gobierno del presidente Zardari sabía dónde estaba Bin Laden y los americanos han entrado y se lo han llevado sin que ellos participen, han perdido una pieza que les hubiera dado incalculables réditos políticos de haber participado en su captura.

Por supuesto que es más que probable que hubiera altos funcionarios del Gobierno paquistaní que tuvieran conocimiento de lo que estaba pasando en aquella casa del complejo residencial de Abbottabad.
Pero el fraccionamiento en la propia administración paquistaní, que ya ha llevado a numerosas crisis, incluidas las habidas en los servicios de inteligencia, hace verosímil ese desconocimiento por parte de la administración del presidente Zardari.
La cuestión es: ¿y ahora qué?

Con toda probabilidad lo ocurrido ayer puede ser un paso decisivo hacia un cambio estratégico de grandes proporciones en la región.
No en vano la reacción del presidente afgano, Hamid Karzai, apuntaba a la búsqueda de beneficios.
Karzai, que muchas veces ha sido acusado de que Bin Laden podía estar refugiado en alguna parte de su país, siempre señaló a Pakistán como el verdadero lugar de acogida.
Como de hecho ha ocurrido.

Afganistán intenta ocupar ahora el lugar de preferencia de Estados Unidos en la región.
Pero con toda probabilidad el escenario va a ser otro:
La muerte de Bin Laden marca un punto de inflexión que va a facilitar al presidente Obama declarar terminada la guerra en Afganistán tal y como se había librado hasta ahora.

En sus palabras del domingo por la noche, el presidente norteamericano dijo que la guerra contra Al Qaida continúa.
Pero se cuidó mucho de hacer una referencia bélica a Afganistán.
Con el próximo mes de julio como fecha clave para identificar qué unidades retirar y fijar una nueva estrategia en el país desde el que Bin Laden planificó el 11-S, la muerte de éste no puede llegar en mejor momento.
Obama llegó a la Presidencia descalificando la política de Bush en la guerra frente al terror.
Después tuvo que ir desdiciéndose —¡con actos!— de casi todas sus críticas.
Ahora puede tener la oportunidad de dar un giro tras haber conquistado uno de los principales objetivos marcados por su predecesor en el cargo.

La clave ahora para Pakistán es que si Afganistán pierde peso, si la guerra allí ya no es tan relevante, la cotización de Pakistán en el mercado de las alianzas estratégicas de Estados Unidos también baja.
Y con toda probabilidad a favor de India. El peor escenario imaginable para el presidente Zardari.

Otra gran cuestión es si la muerte de Bin Laden es de verdad relevante en términos operativos o solamente desde el punto de vista simbólico.
Con toda seguridad tiene más valor como muerte de un mito.
Quizá sea pronto para concretar qué papel tenía hoy Bin Laden como director político de la trama terrorista. Pero sin duda era mucho.
Desde su vivienda, sin línea telefónica ni acceso a Internet, no se podían dirigir operaciones concretas.
Pero sus correos en papel le permitían marcar las líneas de actuación exactamente igual que Bernardo Provenzano pudo dirigir durante cuarenta años a la Cosa Nostra siciliana desde una aislada cabaña sin teléfono y pocas comodidades más que el agua corriente.

¿Cómo se ha llegado a Bin Laden?
Interceptando los hombres que hacían de correos.
Y ¿cómo se llegó a saber quiénes eran esos hombres?
Con una ardua labor de inteligencia desarrollada a partir de la información obtenida en Guantánamo.
Y ya es mala suerte para algunos.

Este Bin Laden que no era el jefe operativo de Al Qaida, sino el jefe político del islamismo mundial más radical, es el mismo que inspiró a los terroristas del 11-M en Madrid y en tantas otras partes del mundo. ç

El que aspiraba a derrocar a los dictadores árabes y no logró acabar con uno solo.
El que estaba en posesión de la verdad siempre.
El que había dado instrucciones a los suyos de matarle antes que permitir su captura.

El que ya en 1999 se vanagloriaba en una entrevista de que su ventaja sobre nosotros se resumía en la frase «Ustedes aman la vida, nosotros la muerte».
Amén.

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