Desde el anuncio de la señora Presidente de su inscripción para participar en las elecciones de octubre, mucha agua ha corrido bajo el puente; lamentablemente, toda ella en sentido contrario a los principios de deberían regir una república que se precie de tal.
Recuerdo cuando, en los ya lejanos días de fines de 2007, doña Cristina, ungida como candidata por el mágico dedo de don Néstor (q.e.p.d.) prometía, a troche y moche, respetar las instituciones y, con ello, producir un salto cualitativo respecto a la gestión de su marido, que tanto las había pisoteado.
Como todos sabemos, nada de eso se cumplió.
Muy por el contrario, se agudizó el centralismo y el ejercicio absoluto del poder, concentrando aún más la decisión en una mesa cada vez más chica.
El Gabinete de Ministros continuó sin existir, las conferencias de prensa –esas a las que se someten todos los presidentes del mundo normal- nunca se produjeron, y se puso al servicio del Gobierno todo el aparato de comunicación del Estado. Los organismos de control no recuperaron sus facultades y el país continuó careciendo de estadísticas, es decir, sin una brújula que permita tanto a sus autoridades cuanto a los inversores determinar sus políticas y adoptar sus decisiones.
Pero, como digo, ese cuadro de situación, que los argentinos soportamos impávidos desde 2003, sufrió un deterioro mayor a partir del anuncio de la inscripción de la señora de Kirchner en la carrera presidencial.
Lo que sucedió hasta el sábado, a cuatro horas de la finalización del plazo para inscribir candidaturas y listas, fue la apoteosis de un estilo de gobierno que se construyó sobre la base de la humillación de aliados y compañeros de ruta, y de demonización de los opositores, fueran éstos políticos o empresariales.
El viernes, una vez más, esa triste figura, por cierto tan optimista y esperanzada, del Gobernador de la Provincia de Buenos Aires soportó un nuevo castigo, tal vez el más grande desde que doña Cristina, por entonces Senadora, lo flagelara públicamente en el Congreso.
La inconsulta designación de don Mariotto como candidato a Vicegobernador no solamente implicó desconocer cualquier deseo de don Danielito sino que, a futuro y para el improbable caso de que éste ganara las elecciones de octubre, constituirá una verdadera espada de Damocles, dispuesta a cortar cualquier rebeldía y, sobre todo, cualquier camino independiente que Scioli pretendiera transitar.
Por lo demás, como es obvio, constituyó un verdadero desafío, un ninguneo, al poderoso PJ de la Provincia de Buenos Aires, ese con cuya ayuda don Néstor (q.e.p.d.), a fuerza de zanahoria y palos, pudo construir su poder omnímodo.
La designación de don Amado –“del Amado”, tituló Perfil- para acompañarla en la fórmula presidencial, pese a tratarse de uno de los nombres que danzaban en el imaginario político, fue otro paso en el mismo sentido.
El Ministro no ha demostrado otras virtudes, ni historia, que las que provienen de la fidelidad canina a su dueña; el elogio explícito de ésta a la capacidad de cambio de su compañero de fórmula ponderó esas características, aún cuando esas modificaciones en ideologías y métodos constituyen verdaderos giros copernicanos respecto a su pensamiento reciente.
Tal como explicara muchas veces, doña Cristina no tenía, en su entorno más íntimo, nadie que pudiera desempeñar el rol que cumpliera “Isabelita” para el Gral. Perón.
Y tuvo que escoger y privilegiar a un sector de su, ahora fisurado, FpV respecto a otros.
Así, quedaron en el camino, rumiando su rencor y su venganza, personajes de la talla de don Moyano, don Piumato y hasta don D’Elia, que tanto aportaron, en su momento, para garantizar la paz de la calle al kirchnerismo reinante.
Doña Cristina optó por La Cámpora, esa cohorte de intelectuales rentados por el Estado que, en el “relato” oficial, fueron organizados por don Máximo Kirchner.
Dejó en el camino a los “barones” del Conurbano, a sus más fieles espadas legislativas, a los aparatos justicialistas provinciales, a la CGT y a los piqueteros más enfervorizados.
Ese abandono, y esas traiciones, se transformarán, más temprano que tarde, en costosas facturas que llegarán a la Casa Rosada.
Porque los “muchachos”, que tienen siglos de experiencia en la materia, saben que, en un eventual nuevo gobierno kirchnerista, sus “bases” serán serruchadas sin compasión y sin dilación, que perderán sus “territorios” y que, básicamente, se pretenderá prescindir por completo de ellos para construir un “socialismo del siglo XXI”, a imagen y semejanza del desastre al que ha llevado a Venezuela su propio papagayo caribeño.
La opción de doña Cristina por el ala pseudo izquierdista del FpV está conduciendo a ese movimiento a un suicidio masivo.
El organismo del PJ reaccionará, como lo ha hecho tantas veces desde 1973, generando los anticuerpos necesarios para conjurar una amenaza que, tal vez sin armas, intentará imponer sus criterios mesiánicos –hoy crematísticos- al conjunto de la sociedad.
Ésta aún no ha tomado conciencia, embrutecida por los plasmas y los automóviles, en el caso de la clase media, y por la falta de educación y de futuro, en el caso de los sectores más miserables, del destino que un triunfante “cristinismo” le tendría reservado.
A partir del sábado pasado, la CGT –con el propio Moyano a la cabeza- el peronismo territorial y hasta los piqueteros marginados han pasado a una ofensiva que, no por silente, dejará de ser trascendental.
Sus manifestaciones públicas dependerán del resultado de las próximas compulsas electorales, pues ellas permitirán medir, más certeramente que cualquier encuesta comprada, la real fortaleza del kirchnerismo.
Porque, como ya se dijo en estas notas, el Gobierno llegará a la fecha crucial del 14 de agosto con graves y sonoros cachetazos: la Capital, Santa Fe y Córdoba.
Los votos que ha obtenido en las pequeñas provincias en las que ya hubo elecciones no le servirán frente a la derrota en los grandes distritos a los que, después de la designación de don Mariotto para secundar a don Danielito, se sumará la Provincia de Buenos Aires.
De agosto a octubre, la segura polarización del electorado detrás del candidato opositor más votado pinchará, con absoluta certeza, el globo inventado del “ya ganó”.
Si de algo estoy seguro, es que doña Cristina no se presentará para perder; cómo será instrumentada esa deserción final, no lo sé, pero esa ignorancia no me hace cambiar de opinión.
Mientras tanto, desde el ex quincho de Olivos o desde el Salón de los ¿Próceres? Latinoamericanos –recuérdese que uno de los retratos pertenece al asesino “Che” Guevara- la señora Presidente sigue haciendo retroceder a la República.
Ya no se trata del uso del dedo gran elector, pecado que comparte con muchos de los partidos opositores, sino del extraordinario abuso del aparato estatal puesto el servicio a los intereses de su sector político.
No resultó bastante el “Fútbol para todos”, que atosiga con su publicidad y su endiosamiento del fallecido, ni con el enorme andamiaje de la Televisión Pública o la “prensa militante”.
Se requirió, entonces, convertir a la residencia de los presidentes argentinos y a la propia Casa Rosada en unidades básicas conquistadas, a fuerza de negocios y billeteras, por los nuevos “jóvenes idealistas”, falsos herederos de los originales, que pretendieron obtener idénticos objetivos mediante la sangre y el fuego.
Al Gobierno, sin embargo, le han comenzado a salir los tiros por la culata.
La pacificación de la calle, prometida por doña Garré después de criticar tan duramente a don Anímal Fernández, voló por el aire el domingo en Núñez.
Si la violencia continúa, no será la Policía Federal, que vio cómo caían heridos por la turba más de veinte de sus hombres desarmados, la que pondrá la carne de cañón para enfrentarla.
Menos, si se piensa en cómo la han criticado y escarnecido desde el poder don Verbitsky y sus secuaces; lo mismo ocurrirá con la Policía de la Provincia de Buenos Aires, que también ha sufrido la invasión de su jurisdicción por las fuerzas federales, y que lo vive como una afrenta directa.
Esa violencia puede llegar, casi espontáneamente, de los sectores más empobrecidos de la población. Basta conversar con algunos productores de alimentos básicos –por ejemplo, los lácteos- para confirmar cuánto se caído el consumo de los mismos, por efecto de la inflación que tanto castiga a quienes dedican todo su salario a la compra de comida.
El “modelo” -¡vaya uno a saber en qué consistió, más allá de enriquecer a los integrantes de la banda que rodeó, desde siempre, a los Kirchner!- se ha agotado.
Sólo puede huir hacia adelante, hacia más intervención en la economía, hacia más estatización, hacia más inflación.
En definitiva, hacia más poder absoluto y menos República.
Buenos Aires, 28 Junio, 2011
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
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