Frente a tanta necesidad, falta y desnudez de existencia ¿cómo permitirnos no observarnos en el espejo de la inacción, la omisión y la cancelación?
Porque es propia cada vez que se quiebran los bienes fundamentales del hombre.
Y si nos convencieran que no hay otra lógica más que la de aquel expropiado dominio, abuso y ultraje del dolor no sentido, sin convicción nos podrá regir la incógnita y la desesperación, la misma de aquellos que, con demasiado ruido para que el “no” suene inapelable, entre proclamas e indefiniciones imprecisas, seleccionan a quién se concederá dignidad, siempre despreciada si fuera ajena, reducida a un concepto abstracto que se certifica o rubrica, como si la letra la autenticara y así garantizara lo inalienable.
Es acertado y conveniente “estar fuera”, con el más bajo de los perfiles, jugando de locales y patear la pelota en contra para demostrar la estrategia, pero atentos al juego manipulador y a la posibilidad de sumar puntos en la profundidad de la mirada de tantos silentes, que corresponden e implican.
Y si los mismos desaciertos continuaran, sabemos que esos momentos debieran promover menos torpezas y entonces triplicaremos la apuesta para proceder, producir y acoger lo que no se preserva, para no parafrasear subestimando, repeler medidas impotentes por minoritarias y compartir la oportunidad de reivindicación en la restitución de tanta dignidad ultrajada, en ocasiones oportuna y en otras inapropiada.
En la mesura compartida se integra el reclamo, se escucha la consideración ajena, se flexibiliza anticipadamente, se adaptan exigencias, planteos de necesidad y compensación de toda urgencia y la gravedad de lo irresuelto se vería apaciguada, por el oportuno acierto, porque la realidad no admite correctores indelebles, transparente, clama para que los ciclos de los sucesos no se reiteren.
Si no somos cómplices, tú, yo, ustedes y nosotros hacemos la diferencia cuando miramos, percibimos, vislumbramos, advertimos, sentimos, escuchamos, atendemos y en esfuerzo atrevido, nos disponemos y actuamos ante tanto error de enfoque comunitario.
Mara Martinoli
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