Por el Dr.
Jorge B. Lobo Aragón (*)
Precisamente al final de la homilía de la celebración eucarística mi amigo el sacerdote, dirigió su pensamiento y sus palabras a la Virgen, “la Madre de Dios y Madre espiritual nuestra”…, la criatura en la que la imagen de Dios se refleja con claridad absoluta, sin ofuscamiento alguno, como sucede, sin embargo, con cualquier otra criatura humana.
Mi amigo el religioso, meditaba después: ¿Acaso no puede comenzar nuestro trabajo postconciliar fijando nuestra mirada en esta mujer humilde, nuestra Hermana y al mismo tiempo nuestra Madre celeste, espejo nítido y sagrado de la infinita Belleza?
Esta belleza de María Inmaculada, ¿no es para nosotros un modelo de inspiración? ¿Una esperanza confortante?
Y concluía. Pablo VI proclamó a María, “Madre de la Iglesia, y le confío en el futuro la fecunda aplicación de las decisiones conciliares”.
Al recordar todos los acontecimientos que han marcado los años transcurridos, ¿cómo es posible no volver a vivir hoy los diferentes momentos que han marcado el camino de la Iglesia en este período?
La Virgen ha apoyado durante más de cuatro décadas a los pastores, y en primer lugar a los sucesores de Pedro en su exigente ministerio al servicio del Evangelio; ha guiado a la Iglesia hacia la fiel comprensión y aplicación de los documentos conciliares.
Por este motivo, desearía como Católico, dar gracias a la Virgen santísima bajo la advocación de la Virgen de la merced, dirigirme a ella con los mismos sentimientos que animaron a los padres conciliares, quienes dedicaron precisamente a María el último capítulo de la constitución dogmática “Lumen Gentium”, subrayando la inseparable relación que une a la Virgen con la Iglesia.
Sí, queremos darte gracias, Virgen Madre de Dios y Madre nuestra queridísima, por tu intercesión a favor de la Iglesia. Tú que, al abrazar sin reservas la voluntad divina, te consagraste con todas tus energías a la persona y a la obra de tu Hijo, enséñanos a guardar en el corazón y a meditar en silencio, como tú lo hiciste, los misterios de la vida de Cristo.
Tú que avanzaste hasta el Calvario, estando siempre profundamente unida a tu Hijo, que sobre la cruz te entregó como madre al discípulo Juan, haz que todos experimentemos tu cercanía en todo instante de la existencia, sobre todo en los momentos de oscuridad y de prueba.
Tú, que en Pentecostés, junto a los apóstoles reunidos en oración, imploraste el Don del Espíritu Santo para la Iglesia naciente, ayúdanos a perseverar en el fiel seguimiento de Cristo. Dirigimos nuestra mirada con confianza hacia ti, “signo de esperanza cierta y de consuelo, hasta que venga el día del Señor”.
María, a ti te invocan con súplica insistente los fieles de todas las partes del mundo para que, ensalzada en el cielo entre los ángeles y los santos, intercedas por nosotros ante tu Hijo, “para que las familias de todos los pueblos tanto los que se honran con el nombre de cristianos, como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e indivisible Trinidad”. ¡Amén!
SEÑORA DE LA MERCED GENERALA DEL EJÉRCITO ARGENTINO
A ti recurrimos, oh Virgen Generala de nuestro Ejército, para implorar tu maternal protección sobre nuestra Patria,
No te olvides que en otro tiempo en este suelo y por tu maternal inspiración se izó la bandera celeste y blanca cuyos colores blasonan tu pecho en prenda de la victoria que concediste a tu hijo Manuel Belgrano y a sus hombres -nuestros antepasados- que supieron honrar su uniforme y su juramento de fidelidad en horas aciagas para la Patria.
Oh Virgen y Madre nuestra no son mejores los tiempos que corren, por eso recurrimos nuevamente a Vos para pedirte con fervor que ejerzas el mando que te fuera ofrendado y nos libres de los males que se ciernen sobre nuestra Patria.
Que al postrarnos ante tu imagen de Virgen Generala resuene esta unánime aclamación:
Nuestra Señora de las Mercedes ¡Tu eres la gloria de nuestra Patria!
¡Tú eres la honra de nuestro pueblo!
¡Tu la redentora de presos y cautivos, Virgen de la Esperanza!
¡Tu la Generala de nuestro Ejército!
¡Ruega por Nosotros y por nuestra querida Patria!
(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo del Dr. Jorge B. Lobo Aragón por gentileza de su autor.
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