MONTSERRAT DOMÍNGUEZ
Fuente: La Vanguardia.es
Visto con la perspectiva que da una década, hay una lección amarga que nos deja el 11-S: el riesgo a que la sociedad se deje atenazar por el miedo y se vuelva manipulable ante quienes explotan ese miedo con fines espurios.
Era razonable sentir miedo e incertidumbre durante el ataque al World Trade Center, pero esa parálisis nos condujo a dos guerras –la de Afganistán y la de Iraq– difícilmente justificables, incluso en términos meramente egoístas.
El 11 de septiembre del 2001 todos sentimos en las entrañas la amenaza del terror indiscriminado, del fanatismo, de la guerra religiosa y cultural por la que clamaban los yihadistas.
Pronto visualizamos al enemigo, supimos cuáles eran sus armas y su ejército, conocimos todo sobre su líder, Bin Laden.
Ahora ha vuelto el miedo.
Miedo a perder el trabajo o la casa, a que nuestros hijos no puedan ganarse la vida, al empobrecimiento general, a echar por la borda el Estado de bienestar que los europeos hemos cuidado con mimo y hecho crecer hasta el punto de dejar de valorar el esfuerzo colectivo que supone mantenerlo.
Pero ahora la amenaza somos nosotros mismos:
"Es nuestro sistema el que se transmuta para convertirse en un virus dañino y destructor"
"Son los mercados", decimos, pero los mercados somos nosotros.
Como cuenta la vieja parábola, el alacrán promete no picar a la rana que le va a salvar la vida, pero su promesa es vana porque no puede evitar clavarle el aguijón letal.
"Está en mi naturaleza. No puedo dejar de ser un alacrán", dice.
A los mercados les pasa lo que al alacrán: no pueden dejar de inyectar veneno en el sistema que necesitan para sobrevivir.
"El mundo se encamina a una recesión global", dice Christine Lagarde, estrenándose como cabeza del FMI.
"La situación es de emergencia nacional, europea y mundial, no somos conscientes de la gravedad del momento", nos cuenta Felipe González.
"Hay que reformar la Constitución con tanta celeridad y urgencia porque de no hacerlo los riesgos son tan graves como evidentes", sostiene José Blanco.
"Poner límites al gasto es sensato, cualquier familia sabe que no puede gastar lo que no tiene", repiten absurdamente PP y PSOE, como si endeudarse fuera anatema, como si negáramos el sentido de la existencia de los bancos, que consiste, básicamente, en dar crédito a quien lo necesita.
Observo el ejercicio de funambulismo de los políticos, que caminan en el filo de la navaja tratando de asustarnos para justificarse y justificar lo que hacen, sin que la alarma suene a esa desesperación que es, precisamente, la que más excita los bajos instintos de los mercados, su espíritu animal.
Al final los políticos no pueden evitar soplar las trompetas del apocalipsis, como si buscaran el silencio de los corderos.
Miedo me da pensar que el miedo vuelva a apoderarse de nosotros, justo cuando más necesitamos una sociedad civil potente, preparada para afrontar los tiempos de incertidumbre, pero no a costa de renunciar a nuestras señas de identidad.
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