"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

lunes, 19 de septiembre de 2011

“Las Rosas de Leipzig”



Rodolfo Izaguirre con
"Las rosas de Leipzig”

Soportando mal el frío que ya asomaba en octubre estuve hace años en Leipzig como Jurado en el Festival Internacional de Cine.

Decir Internacional equivale a decir que, en efecto, estaban allí representadas cinematografías de cinco continentes y el colombiano Carlos Álvarez y yo éramos en el Jurado los únicos latinoamericanos.

Nos sentábamos a lo largo de una enorme mesa para calificar los films vistos la víspera, abrumados por un rigor muy propio de la República Democrática Alemana pero reforzado por el régimen comunista cuya ferocidad quedó descubierta, años más tarde y sin asomo de dudas, con la caída del Muro y del socialismo soviético.

En aquel Festival, la disciplina se exigía demasiado a sí misma y yo llegaba tarde o rezagado a las sesiones que tenían lugar cada mañana en la sala anexa a la que proyectaba los films en competencia.
Estaba situada justo enfrente o diagonal a la Catedral donde Juan Sebastián Bach permanece enterrado en perfecta gloria desde el 28 de julio de 1750.

Esta, y la circunstancia de usar un reloj Cartier muy elegante pero sin número de horas, eran algunas de las excusas que alegaba cada vez que me recibía una de las dos secas y avinagradas funcionarias que el Festival nos asignó a Álvarez y a mí con el único propósito de aterrorizarnos.
- ¡Siete minutos tarde, Herr Izaguirre! 
Respiraba hondo y le mostraba el Cartier: fíjese, con este reloj no es fácil manejar el tiempo; además, conversaba con un amigo muy querido que está enterrado allí (mostraba con el dedo índice la inmensa mole de la Catedral) y me detuve a escuchar un coro que de seguro ensayaba alguna Cantata suya.

¡Aquel rigor resultaba insoportable!

¡Tuve entonces una iluminación!
Compré en una floristería dos rosas rojas, enormes, con las que se esfumaron algunos viáticos que me asignaba el Festival, ya que aquel no era tiempo de rosas.
Aprendí a decir en alemán: “Para mis dos novias de Leipzig” y en una sobria ceremonia hice entrega de tan espléndido regalo a las dos endurecidas guardianas.

Desde ese instante, ¡todo cambió!
Desapareció la rigidez del idioma y me permitía llegar tarde, consignar a destiempo las calificaciones y moverme con mayor libertad.
Durante los refrigerios a media mañana y en la merienda de la tarde, Álvarez preguntaba por qué recibía yo doble ración de strudel o de mermeladas y ellas respondían:
¡Porque es nuestro novio venezolano!

¡De eso se trataba!
Entradas en edad, obligadas a un rígido protocolo y a obedecer instrucciones que olvidaban la gentileza y el afecto sólo para garantizar una eficiente disciplina, aquellas mujeres necesitaban que alguien las tomara en cuenta: Les permitiera revelar la nobleza que en ellas yacía soterrada...
Les rozara la cabeza en un gesto de ternura que, en el lado oriental del Muro, aquel país alemán no les brindaba.

Es lo que nos ocurre desde hace largo tiempo y con particular gravedad en los últimos doce años.
Hay demasiados maltratos por parte del gobierno: ofensas, agresiones, violencia y descalificaciones...
Hemos extraviado el alma; hemos perdido el carácter sagrado de nuestras vidas y vivimos acorralados, disminuidos, transformados en sombra de nuestra propia sombra, arrastrando el oscuro prestigio de vivir en un Estado forajido que se niega a aceptar pactos y convenios suscritos en libertad con otros países.

Y al igual que las dos alemanas de Leipzig necesitamos que alguien nos tome en cuenta, nos acaricie y diga que somos bellos; que anhelamos ser amados y respetados por quienes tienen la obligación de conducir nuestros destinos por caminos más enaltecedores; que nos eviten sucumbir en el abismo sin tener siquiera el consuelo de dos rosas abiertas al amor.

Fuente: GENTIUNO


 Rodolfo Izaguirre
Escritor y crítico de Cine
izaguirreblanco@gmail.com

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