"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

martes, 17 de septiembre de 2013

La Virgen de Guadalupe misionera de lo mexicano

Ana Teresa López de Llergo 

Antecedentes de religiosidad del pueblo mexicano

Cuando las personas saben contemplar el firmamento es seguro que fomentan la capacidad de asombro ante la inmensidad del panorama observado y, generalmente, todo ello les facilita la apertura a la dimensión sobrenatural.
Esa expansión del alma es una muestra de la dimensión religiosa y, a la vez, fortalece y aumenta esa dimensión.

Tanto los nativos de las tierras, más adelante denominadas Americanas, y los descubridores de estos parajes tenían integrada en su vida cotidiana la observación del cielo.
Era una manera fundamental de obtener datos para predecir el futuro, para tomar decisiones.
Así ensanchaban su espíritu y se daban cuenta que toda esa realidad provenía de alguien que poseía poderes superiores a los suyos.

Unos concluyeron que había muchos dioses, otros creyeron en un único Dios.
Pero, unos y otros construyeron su respectiva cultura dejándose impregnar por la fe.
Este modo de ser era ya el antecedente de la futura unificación.

Joaquín Antonio Peñaloza (p. 12) señala cómo los pueblos indígenas admitían el gobierno de los dioses, los sacerdotes interpretaban y el pueblo obedecía.
Las ceremonias eran dramáticas, los sacerdotes prepotentes y lejanos, envueltos en mantas negras orladas de cráneos, y sus largos cabellos pegajosos de sangre.

Los dioses se imponían por su ferocidad:
Huichilobos sediento de corazones; la Cuatlicue, cuadrada, decapitada, con su guirnalda de cráneos, su falda de serpientes, sus manos abiertas y laceradas, impenetrable, monolítica…
Era una religión insostenible, vecina a la muerte y a la guerra, de dioses tan distintos y distantes que provocaban terror y fatalidad.

Sin embargo, había sentimientos religiosos que perdurarían, como la adoración ante el reconocimiento de la grandeza poderosa y misteriosa de los dioses y la pequeñez de la criatura.
La acción de gracias por los beneficios de la salud, la lluvia, el triunfo sobe los enemigos.
La impetración de la ayuda divina desde el nacimiento hasta la muerte.

Además, en la religión azteca surge una nueva y atrevida relación con la divinidad: la colaboración.
El hombre coopera porque proporciona el alimento de su sangre, y así los dioses viven y conservan al mundo.

En este contexto, Hernán Cortés también juega un papel importante.
De su padre hereda una ordenada laboriosidad y el ejemplo de un hombre devoto y caritativo.
De su madre recuerda su honesta religiosidad y la práctica de las virtudes.
Por eso, en su puesto de conquistador también le acompaña la idea de servir a su Dios y al rey.
Y, en su momento, facilita la conquista espiritual.

Junto a los conquistadores están los misioneros –humildes, castos y acogedores-, convencidos de que el cristianismo es la verdadera religión e impulsora de una esmerada educación.
Catequesis y bautizos, fundación de colegios, hospitales y talleres.
Se construyen templos y conventos, se cultiva la tierra y florecen huertos y jardines con la ayuda de acueductos.
Se construye el monasterios de san Francisco que funda y dirige fray Pedro de Gante.

No será fácil extirpar los sacrificios humanos a los dioses y la poligamia, por eso, los misioneros, además de la doctrina cristiana, afrontan la educación de los indios sin discriminación alguna.
Les enseñan a leer y a escribir en español y en latín..
Aprenden historia, literatura y ciencias.
Es famoso el Colegio de la Santa Cruz que fundaron los franciscanos en Tlatelolco.
Todo esto se inicia en 1524 con la llegada a Veracruz de 12 frailes: 10 sacerdotes y dos legos.

Se predica a un Dios hecho hombre, nacido de mujer, está cerca de cada uno y nos ama, pobre y sencillo que nos redime con Su muerte en la Cruz.

La unificación religiosa

Los frailes no pierden tiempo, su celo por convertir a la gente es notable y pronto empiezan a palpar los frutos de su catequesis.
Uno de tantos es el vidente de la Santísima Virgen de Guadalupe, Juan Diego nace en Cuautitlán, Estado de México, aproximadamente en el año de 1474.
Acude con constancia a Santiago Tlatelolco a escuchar la palabra de Dios.
Probablemente él y su esposa María Lucía son bautizados por Motolinia el año de 1524.
Cuando se le aparece la Virgen ya tiene 57 años de edad.

A los 15 años, Juan Diego entonces llamado Cuautla Tlhuac, seguramente presencia la dedicación del Templo Mayor de Tenochtitlan.
Alrededor de los 29 años, ve llegar al trono a Moctezuma Xocoyotzin y, a los 41 años, en 1515, junto con sus coetaneos se asombra ante la aparición de un gran cometa que augura sucesos  estremecedores.

Con este marco histórico vive la Conquista y su conversión al cristianismo que lo prepara para realizar la encomienda de la Señora del Cielo.
El burdo ayate que portaba, el 12 de diciembre de 1531 se transforma en el lienzo donde la Madre de Dios se hace presente, para como Ella misma dice, estar con sus hijos, escuchar sus ruegos y acompañarlos en sus necesidades.

A partir de ese evento, las conversiones se multiplican, el peligro de regresar al paganismo se reduce y, la labor de los misioneros sufre un gran impulso.
Y, si en algún momento se pudo entender la religión cristiana como el mensaje de unos extraños, ahora todos estaban hermanados.
La unidad espiritual zanja brechas que hubieran costado siglos.

Surge un nuevo pueblo porque la misma Madre es de todos.
No es la Virgen de los indios...
Es la Señora de todos y acuden a la ermita de Nuestra Señora de Guadalupe tanto los naturales como los españoles.

Se levanta una primera ermita y se traslada la tilma con la Sagrada Imagen desde la casa de Zumárraga, por la vieja calzada de Tepeyac.
Se engalana a la usanza española con colgaduras en los balcones, y a la usanza indígena con vistosas enramadas y cubierto el suelo de flores..
Los instrumentos de cuerdas sonaban junto con los teponaxtles, las chirimías y los cascabeles de los danzantes.
Iba la gente de la ciudad y de poblados circunvecinos.

La fama crece y el santuario ubicado en el camino que une a México con Veracruz, se convierte, por la devoción mariana, en la puerta grande de entrada a la ciudad.

Muy pronto, quienes reciben favores de Nuestra Señora, sienten la necesidad de mostrar su agradecimiento por medio de exvotos: sencillos dibujos donde se relata el hecho y se deja un testimonio para la posteridad. Suelen llevar texto y, la figura de Nuestra Señora.

El 15 de diciembre de 1975 se funda el Centro de Estudios Guadalupanos para continuar los trabajos realizados por la Academia de Nuestra Señora de Guadalupe que había desaparecido después de funcionar más de 30 años.

La identidad guadalupana del mexicano

Se suele decir que el pueblo de México es 80 por ciento católico y 100 por ciento guadalupano.
Esta frase muestra también la realidad del respeto a toda Madre.
Pero, en cuanto a la fe católica, el mexicano reconoce las verdades del Credo y cree en el único Dios Trino, sabe de la trascendencia absoluta del Creador, siente una gran ternura por Cristo que nos redime en la Cruz, ama a la Iglesia y al Papa en quien con certeza ve al vicecristo en la tierra.

El amor especialísimo a la Virgen de Guadalupe nunca obscurece las verdades de la fe y, si  en algún caso se presentara ese peligro, Ella siempre se encarga de llevarnos a su Hijo.
El mexicano admite el misterio y el milagro y celebra las fiestas patronales con el entusiasmo y la alegría de tener por amigos a los que lo son de Dios.

El 12 de octubre de 1945, el entonces arzobispo de México, don Luis María Martínez, en la Basílica de Guadalupe, pronunció un sermón que deja muy claro el auténtico sentimiento guadalupano.
Se entresacan algunos párrafos:

“Y, sin embargo, es preciso que yo hable, porque soy el sucesor de fray Juan de Zumárraga, aquel dichoso obispo que recibió de las manos de la Virgen María el tesoro que veneramos.
Es preciso que yo hable; pluguiera a Dios que pudiera cantar, porque es propio del que ama que él cante, como dice san Agustín.
Pero, aunque me siento impotente, yo sé en dónde está el secreto de la elocuencia:
Está en la Virgen María.

“Señora, Madre dulcísima, Tú puedes hacer que mi voz sea en estos instantes la voz de la tradición, la voz de Méjico, la voz de América. 
Tú, que hace cuatro siglos hiciste florecer las rosas en la colina árida del Tepeyac, realiza otra vez el prodigio, y haz que brote en mí un cántico nuevo de amor. 
Te lo pedimos todos, Señora, con las palabras aquellas que siempre suenan dulcísimas en tus oídos y en tu corazón, porque te recuerdan el momento solemne en que se realizó en tu seno el divino prodigio, Ave María.

“En esta grandiosa solemnidad, venimos a evocar un recuerdo glorioso, a sentir la delicia de la realidad inefable, a acariciar la opulencia de de una esperanza brillante.

“Mas para comprender el profundo significado del recuerdo, de la realidad y de la esperanza, es indispensable que nosotros penetremos  en el profundo sentido del misterio del Tepeyac.

“¿Sabéis lo que entraña ese misterio?

“Un mensaje de amor de la Madre divina.
Un templo que surge por la magia de su voz celestial;
una fuente de gracias copiosas que brotan de la colina del Tepeyac.”

Lecturas recomendadas

Basave Fernández de Valle, Agustín. “Vocación y estilo de México. Fundamentos de la mexicanidad”, Limusa, Noriega, México.

Martínez, Luis María. Sermón en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, 12 de octubre de 1945.

Peñaloza, Joaquín Antonio. “México lindo y devoto”, Promoción Popular Cristiana, Madrid.

Revista México Desconocido. “La Virgen de Guadalupe” Edición especial en el 450 aniversario

@yoinfluyo

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