La protección en general es el estímulo de la vida y de sus bases naturales en su concepto más amplio.
En relación con los menores es el conjunto de acciones jurídicas, sociales y asistenciales dirigidas a la defensa de los derechos de los menores y a procurar su bienestar y ofrecerle alternativas a situaciones lesivas para sí, tanto físicas como psíquicas.
Es una acción en la que están mancomunados, los padres, los docentes, los asistentes tanto pedagógicos como psicológicos, el Estado y la comunidad en general.
Nadie escapa al alcance de esta acción primaria y elemental.
Dentro de la formación del niño, la protección de los adultos es un nivel fundamental y constitutivo de su personalidad y de su cosmovisión.
Formará su carácter, enunciará sus valores y orientará su vida hacia una forma u otra, de acuerdo a los arquetipos y a los modelos que se le han mostrado y han impactado en su psiquis.
El niño esta ávido de aprender, y todavía no discierne concretamente las cosas, ni lo que puede generar un bien o un mal.
Es por eso que imita, copia a los mayores, sobretodo a aquellos que tiene más cerca, a quienes más quiere, o quienes mayormente lo impresionan, tendiendo a idolatrar cuando la vinculación es muy fuerte y agradable.
Los cambios sociales han impactado en mayor medida en los menores, a partir de una nueva concepción de la familia, la cual dejó de lado tradiciones seculares para convertirse en una institución más abierta, más libre y con otras alternativas.
No es este el lugar para hacer un juicio de valor sobre los cambios familiares y si era mejor o no la familia tradicional que la familia contemporánea.
Pero lo cierto es que los cambios impactaron en alta medida y con efectos disímiles en los menores, quienes debieron acomodarse a situaciones que no conocían y a veces que no comprendían.
El mundo post moderno además impuso una especie de privilegio de la persona en particular sobre los demás, y es común que se priorice los deseos, las intenciones y las expectativas propias, sin tomar en cuenta las ajenas aún las del grupo familiar.
Primero debo vivir yo, y luego los otros.
Esta situación llevó al descuido de algunos aspectos y algunos conceptos que no debieron descuidarse, como la formación y la educación personalizada como el contacto del niño con su grupo íntimo, en especial con el padre y con la madre.
Y junto con este aspecto se incluyó la protección que pasó a ser a veces compartida con otras personas, y a veces casi exclusiva de otros miembros o de personas ajenas al entorno familiar.
Cientos de ejemplos se pueden citar en nuestro país y en el mundo en esta materia y grandes tragedias se han producido por ello.
¿Cómo se protege a los niños?
Mostrándoles ejemplos de vida, que vean, palpen y sientan la forma de vivir auténtica, buena, solidaria, bella y adecuada de los adultos y la pongan en práctica.
Además responder sinceramente a sus preguntas.
Ninguna cuestión debe quedar sin respuesta y sin aclaración, porque entra a jugar la fantasía, o se busca la respuesta en otros ámbitos que no son los más adecuados para ellos.
Escucharlos, escucharlos siempre, con razón y sin razón.
El niño habla y dice las cosas que siente y que le pasan.
Nunca habla por que sí ni de más.
Y desde la psicología hemos aprendido que cuando no hay palabras, el cuerpo habla, y es cuando se producen conflictos y enfermedades.
No mentir, ni mentirles y acostumbrarlos a decir la verdad y que vivan en la verdad.
Entender sus inquietudes y respetarlas, nosotros hemos sido niños pero ellos no han sido grandes, y no tienen el cotejo de las situaciones.
Respetar su libertad y guiarlos en su camino existencial, con la más exquisita docencia de que seamos capaces para hacer de ellos hombres íntegros, buenos y dignos.
Elías D. Galati
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