"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

martes, 8 de noviembre de 2011

APOSTASÍA

Por el Dr. Jorge B. Lobo Aragón (*)

Todos tenemos deberes y obligaciones proporcionados a nuestras fuerzas y capacidades.
Los más fuertes, los más valientes, los más lúcidos, adquirimos responsabilidades mayores que la gente común. Admiramos al héroe pero ¿todos tenemos la obligación de comportamiento heroico?
Pareciera que no.
Los griegos consideraban al héroe de naturaleza superior a la humana.

Veneramos al mártir, que participando de la naturaleza humana, heredera de la caída de nuestro padre Adán, por dar fe de su amor a Jesucristo llega hasta la muerte.

El instinto nos empuña a preservar la vida; el mártir se sobrepone a su instinto en virtud del amor a Dios. En los primeros siglos la sangre de los mártires fue sementera de cristianismo ("sanguis martyrum semen christianorum est", dice Tertuliano).

Miles de mártires enriquecen el santoral. Aunque hubo casos en que se eludió el martirio. Fue en la Revolución Francesa. En su rechazo a los órdenes y las jerarquías, la revolución quiso liquidar a la religión. Eran gente de armas llevar y de ánimo pronto y vivo para usarlas con saña; no andaban con chiquitas. Inventan la guillotina para ser más fríamente eficaces y la aplican, no sólo en pescuezos aristocráticos sino también en los de revolucionarios caídos en desgracia.

Octubre de 1793 es tiempo de especiales violencias. Se decide abolir la era cristiana reemplazada por la revolucionaria; idean aniquilar toda religión, y el 7 de noviembre de 1793 el arzobispo de París, acompañado de su clero, es obligado a abjurar de Cristo frente a la Convención.
Son hombres de carne y hueso, débiles como nosotros, y tienen terror porque ven a su lado las consecuencias del odio desatado.

Abjuran formalmente de la fe. Posiblemente no sea verdadera apostasía, ya que guardarían la fe en sus corazones.
Mientras tanto miles de sacerdotes en toda Francia sufrían valerosamente el martirio.
En aquellos días, en el mismo París, los revolucionarios descontrolados matan una comunidad entera de monjas carmelitas.

La persecución religiosa era activa.
Tres días después de la abjuración del clero se decreta obligatorio el culto a la diosa Razón.
En Francia los libros eclesiásticos eran destruidos, destruidas las imágenes, los ornamentos sagrados, las reliquias de los santos, las campanas.
Se derrumbaban campanarios por considerárselos opuestos a la igualdad que idolatraban.

Esos sacerdotes conocían la enseñanza del Señor, “no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar”, y que “al que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de los hombres yo le negaré delante de mi Padre”.

Tremendo sería el terror para olvidar estas admoniciones evangélicas.

(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo del Dr. Jorge B. Lobo Aragón (Abogado y ex Juez y Fiscal en lo Penal) por gentileza de su autor

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