"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

sábado, 12 de noviembre de 2011

El capitalismo según Cristina

Clase magistral
Cristina criticó el "anarco-capitalismo" de las potencias extranjeras. 
En casa, la fuga de capitales continúa.

Por James Neilson *

Ilustración: Pablo Temes.

A diferencia de sus homólogos de Europa y los Estados Unidos, Cristina Fernández sabe muy bien lo que es necesario hacer para que la economía mundial funcione como es debido.
Aprovechó su estadía breve en el sur de Francia para ofrecerles una clase magistral en la materia, diciéndoles que hay que abandonar el “anarcocapitalismo financiero donde nadie controla a nadie”, dejar de pensar en ajustes ya que nunca sirven para nada, entender que es ridículo pedirles a países chicos como Grecia que paguen sus deudas, privilegiar el consumo para que los empresarios “produzcan y vendan cada vez más”, regular los mercados, amordazar a las malditas calificadoras de riesgo que se divierten humillando a quienes ya están en apuros bajándoles el pulgar, y volver así a lo que llama “un capitalismo en serio”.

El presidente norteamericano Barack Obama dijo sentirse impresionado por “la pasión” con la que Cristina, una pedagoga nata, defendió el recetario kirchnerista, pero es poco probable que él y los atribulados mandatarios europeos que asistieron a la cumbre del G-20 en Cannes decidan que, dadas las circunstancias, no les queda más alternativa que adoptar “el modelo de acumulación de matriz productiva diversificada con inclusión social” que ha perfeccionado nuestro gobierno.
Aun cuando supongan que dicho modelo tendrá sus méritos, ya que acaba de recibir el aval del 54 por ciento del electorado argentino, no están convencidos de que su instalación inmediata serviría para impedir que estalle la Eurozona, un desastre que, dicen los agoreros, tendría consecuencias apocalípticas no solo para los países que usan la moneda común sino también para el resto del planeta.
Con razón o sin ella, propenden a creer que los problemas de los periféricos mediterráneos que tantos dolores de cabeza están ocasionando, se deben precisamente a la estrategia de viva la pepa reivindicada por Cristina.

Para algunos en la Argentina, el que la Presidenta haya afirmado en público que, siempre y cuando los dirigentes de los países más ricos presten atención a sus consejos, el capitalismo aún le parece rescatable, es motivo de alivio.
Si bien hasta ahora todos los intentos de reemplazarlo por esquemas supuestamente más “humanos” han fracasado de manera horrorosa, no faltan los tentados de probar suerte una vez más, y los hay que temen que, de profundizarse mucho más, el modelo K se transforme en un híbrido que a muy pocos se les ocurriría calificar de “capitalismo en serio”.
A lo mejor, se trataría de un ejemplo más del “capitalismo de los amigos” que es característico de sociedades en que es normal que los poderosos de turno repartan entre los dispuestos a plegarse a su “proyecto” personal el dinero aportado por los contribuyentes.

Sea como fuere, Cristina eligió un momento oportuno para embestir contra el “anarcocapitalismo” desde el atril que le suministró el G-20, solidarizándose de tal modo con quienes quieren que el mundo regrese adonde estuvo apenas tres años atrás.
En todos los países desarrollados se han multiplicado las protestas contra la conducta indignante de “los mercados”, estas bestias fantasmagóricas que se mofan de las declaraciones tranquilizadoras de los dirigentes políticos, los que, para reafirmar su autoridad, procuran convencer a los asustados de que pronto lograrán domarlas para que aprendan a comportarse mejor.

Cristina aparte, el más vehemente en tal sentido ha sido el presidente francés Nicolás Sarkozy que, como es tradicional en su país, sospecha que “los mercados” están al servicio de las salvajes tribus anglosajonas.
Los esfuerzos de “Sarko” no han prosperado; la semana pasada, su gobierno anunció la puesta en marcha del ajuste más draconiano “desde 1945” en un intento de aplacar a las insaciables calificadoras de riesgo que amagan con quitarle a Francia el rating triple A, que muestra con orgullo patriótico.

Es lógico que políticos profesionales como Sarkozy y Cristina sigan fantaseando con “subordinar lo económico a lo político”, con la esperanza de que en adelante todo resulte previsible y, más importante aún, de que la ciudadanía se dé cuenta de que debe casi todo lo bueno a la benevolencia de sus gobernantes.
Una razón por la que la mayoría de los políticos odia tanto a los “neoliberales” es el deseo de estos sujetos perversos de reducir al mínimo su papel en el drama económico.
Otra consiste en la ilusión de que sea posible asegurar un mayor grado de previsibilidad en un mundo en que los paradigmas han adquirido el hábito desconcertante de cambiar de la noche a la mañana, descolocando a decenas de millones de personas.

Como no pudo ser de otra manera, muchos políticos, intelectuales militantes y clérigos suponen que “la solución” consistiría en identificar, para entonces castigar, a quienes provocaron la debacle financiera, económica y por lo tanto social que está afectando a todos los países prósperos.
En su opinión, los culpables principales son los banqueros que, según parece, ya no son los dechados de austeridad de antaño sino aventureros codiciosos que se apropian de todo el dinero a su alcance.
El consenso es que si no fuera por ellos, los gobiernos no se hubieran endeudado hasta el cuello, la gente no se hubiera entregado al consumismo frenético, endeudándose a su vez, y, por supuesto, la economía internacional funcionaría maravillosamente bien.

¿Es así?
Que a los financistas les encante enriquecerse, aunque luego de conseguir lo suficiente como para dotarse de mansiones, aviones, yates y demás símbolos de opulencia solo fuera por motivos que podrían calificarse de deportivos, siempre ha sido evidente, pero sería ingenuo atribuirles toda la responsabilidad por las tormentas que están agitando al Primer Mundo.
También hicieron su aporte al desaguisado políticos progresistas que, sobre todo en los Estados Unidos, obligaron a los bancos a prestar dinero a gente sin recursos ni la posibilidad de conseguirlos para que compraran viviendas dignas, con lo cual crearon así la gigantesca burbuja inmobiliaria cuyo estallido tendría un impacto tan devastador.
Por lo demás, en los Estados Unidos el embrollo hipotecario se debe más al entusiasmo redistributivo de dos agencias cuasi gubernamentales politizadas y en teoría reguladas que a la codicia de banqueros, por despreciables que estos sean a ojos de los moralistas que los acusan de ser vagos que no producen nada de valor pero así y todo se las arreglan para acumular millones sentados frente a sus computadoras.

Además de permitir que sus países respectivos vivieran al fiado por encima de sus medios, los líderes de los Estados Unidos y Europa se resistieron por demasiado tiempo a enfrentar el desafío supuesto por la conversión al capitalismo, serio o no, de China y, con vigor relativamente menor, la India.
La expansión resultante de los mercados internacionales, y la participación en una economía globalizada de centenares de millones de recién venidos que están más que dispuestos a trabajar duro y a estudiar con un fervor que deja estupefactos a sus contemporáneos occidentales, ha planteado una amenaza tremenda no solo a la clase obrera de los países desarrollados sino también a una clase media que, como su equivalente en la Argentina antes del “rodrigazo”, se había acostumbrado a un estándar de vida envidiable.

Lo mismo que los griegos, italianos, españoles y portugueses que, para su pesar, corren el riesgo de tener que manejarse de ahora en adelante según las severas pautas teutónicas, los occidentales, entre ellos aquellos latinoamericanos que han logrado salir de la miseria, podrían verse constreñidos a someterse a las despiadadas normas asiáticas.
En efecto, funcionarios chinos reaccionaron ante el pedido de Sarkozy de que presten a la Eurozona miles de millones de dólares o lo que fuera para mantenerla a flote, diciéndole que para merecer una ayudita convendría que los europeos desmantelaran primero el Estado benefactor y modificaran drásticamente sus leyes laborales.
Para sorpresa de los franceses, parecería que los chinos no creen que los empleados europeos tengan el derecho inalienable a disfrutar de ingresos cuatro o cinco veces mayores que los propios.

Por desgracia, en este contexto desagradable las recomendaciones de Cristina –basta de ajustes, más consumo, regular los mercados– no sirven para mucho
Tampoco parecen las más indicadas para la Argentina.
Mientras la presidenta sermoneaba a los compañeros del G-20 en la Costa Azul gala, amonestándolos por no estar a la altura de las circunstancias, el Gobierno que encabeza se ponía a ajustar, el consumo mermaba, los deseosos de trocar sus pesos por monedas más confiables eludían a policías, gendarmes e inspectores, y, al resurgir el dólar paralelo, el mercado cambiario manifestaba su resistencia a dejarse regular.
Aunque la situación en que se encuentra la Argentina parece menos angustiosa que la de Europa o incluso los Estados Unidos, es solo porque hace varias décadas el país se precipitó por el abismo cuya proximidad da escalofríos a quienes viven en el Primer Mundo.

Lejos de resultarles seductor el modelo kirchnerista, millones de norteamericanos y europeos lo ven como una amenaza, de ahí el pánico que tantos sienten cuando les advierten que, si siguen por el camino que han emprendido, su futuro colectivo se asemejará a la actualidad argentina.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”

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