Nunca se habían perdido derechos sociales a la velocidad que se han perdido con Rodríguez Zapatero
Rafael Nadal / La Vanguardia
La izquierda europea lleva años traicionando a sus votantes y a sus bases sociológicas.
Los líderes políticos y sindicales parecen más interesados en sus propios puestos de trabajo que en la defensa de los intereses de las clases medias y trabajadoras, a las que han dejado desorientadas y sin referentes.
Este divorcio, que en España se ha radicalizado en las dos últimas legislaturas, tiene aires esperpénticos desde la aparición de la crisis que los líderes de la izquierda negaron y que ahora utilizan de forma partidista atizando el fuego contra unas reformas que su inhibición ha hecho inevitables.
El cinismo y el izquierdismo verbal de estos dirigentes han crecido de manera inversamente proporcional a la pérdida de sensibilidad social de sus políticas.
Creo que ya he citado otras veces a Antonio Lázaro, un socialista de Blanes que acompañaba a Ernest Lluch en las listas por Girona en las elecciones legislativas de 1977:
"No creáis a estos de la derecha que os prometen dicha sin fin", gritaba desesperado Lázaro en los mítines.
Y sabía de qué hablaba: era vendedor ambulante.
Treinta años después, los charlatanes de feria son sus correligionarios.
Nunca se habían perdido derechos sociales a la velocidad que se han perdido con Rodríguez Zapatero.
La gesticulación demagógica, la proliferación de cheques, la promesa de
"dicha sin fin" para todos los sectores y para todo el mundo han sido el preludio de la degradación de la sanidad, de la educación y de los servicios sociales.
El último ejemplo es el de las cajas de ahorro, un patrimonio de las clases medias que la izquierda ha dejado arruinar para satisfacción de la gran banca.
Hacen demagogia de los recortes de derechos laborales, de las pensiones y de los servicios que ellos han recortado más que nadie.
Dicen que hay otros caminos para salir de la crisis,
pero no explican porqué ellos no los tomaron mientras mandaban.
Dicen que no hay que recortar,
pero no explican cómo pagaremos las deudas y los intereses que ellos han firmado.
Los hay que van más allá y hablan de no pagar, de dejar el euro, o de dejarse intervenir;
pero no dicen cómo aguantaremos si nos marchamos del sistema, ni cómo pagaremos servicios y funcionarios cuando ya nadie nos deje dinero, porque todavía gastamos más de lo que producimos.
Cuesta imaginar con quién hablan o quién les asesora.
Sólo con salir de los despachos y acercarse a la gente que se levanta cada mañana para trabajar o para buscar un trabajo improbable entenderían que la sociedad está dispuesta a todo para defender el bienestar: a trabajar aún más, a aceptar copagos, y a sufrir recortes.
Todo, a cambio de salvar el sistema, pero algunas condiciones: que se empiece a luchar contra el fraude fiscal (puede superar los 50.000 millones) que la izquierda no combatió mientras gobernaba;
. que se persiga la economía sumergida, a veces estimulada por una sobresaturación de normas;
. y que de una vez por todas se frenen los abusos tolerados en el gasto público.
Por arriba, los abusos son mayores y más impunes
. por abajo, tienen efectos más desmoralizadores, porque suponen un agravio para los que siguen cumpliendo con la sociedad.
Los ciudadanos quieren arrimar el hombro, pero a cambio exigen justicia para los desfavorecidos y la persecución implacable de los aprovechados.
Un ejemplo, pequeño pero simbólico: es evidente que en Catalunya el Govern de Artur Mas no ha hecho bien el control de la renta mínima de inserción y ha humillado a mucha gente desesperada, pero a la izquierda debería caerle la cara de vergüenza una vez se ha descubierto que había un veinte y cinco por ciento de fraude en el cobro de este subsidio.
Este es dinero robado directamente a la gente sencilla que con su esfuerzo aguanta el bienestar de toda la sociedad.
Hablemos claro: aquí no pagan impuestos ni los privilegiados ni los antisistema; aquí sólo pagan las clases trabajadoras y las clases medias.
Cada abuso, cada euro público gastado fraudulentamente es una estafa a los que trabajan de sol a sol. Haría falta que líderes políticos y sindicales se dieran cuenta de ello.
Me temo que no lo hacen porque están deslumbrados defendiendo intereses individuales y caprichosos por encima de los intereses colectivos.
La primera traición de la izquierda a las clases populares fue la renuncia a los valores esenciales para su emancipación.
La segunda ha sido la inhibición ante los conflictos por la llegada masiva de los nuevos inmigrantes.
La pasividad ante de la crisis es la traición definitiva: hablan, gritan, protestan contra las reformas, pero dejan que se hunda el sistema que la socialdemocracia europea lideró.
Podrían afrontar la campaña reconociendo los errores; podrían ayudar a practicar los recortes que sean imprescindibles para salir del agujero;
podrían reasumir con orgullo los valores que emanciparon a los trabajadores;
podrían construir un proyecto socialdemócrata de relanzamiento de la economía con equilibrio público-privado; y podrían afrontar con más valentía la lucha contra las desigualdades.
No lo harán.
Se quedarán con la demagogia que les puede dar los votos imprescindibles para perpetuarse en los parlamentos hasta la jubilación.
Con su demagogia harán buenos a los gobiernos de la derecha, legitimarán los recortes sin contrapesos y acabarán condenando a las clases populares.
Son los peores líderes de la izquierda en muchas generaciones.
El juicio de la historia será implacable...
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COMENTARIO
* Como editora responsable de este blog me permito mencionar que a las mayorías que
nos perjudican los demagogos, el juicio de la historia "no nos es suficiente" (porque no lo veremos) y depende de quién la escriba...
PD: Cada una de las ilustraciones son seleccionadas por:
Corina Ríos
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