El sólo hecho de que el Poder Ejecutivo salga a
crear por decreto un instituto denominado Nacional de Revisionismo Histórico
Argentino e Iberoamericano "Manuel Dorrego" parece lo suficientemente
abominable como para prestarle la debida
atención.
Pretender revisar la historia para reescribirla
desde un sesgo ideológico determinado es la mayor garantía de que cualquier
cosa que salga de allí será un panfleto cargado de ideología vacua y maniquea.
Es una extraña confesión la de pretender revisar la
historia no para volver el "relato" más neutral, sino para hacerlo
tanto o más tendencioso que aquel que se pretende corregir.
Al leer los considerandos del decreto de creación
del mencionado Instituto, nos encontramos por ejemplo con uno que nos dice que "se abocará. a todos aquellos... que
defendieron (como Manuel Dorrego) el ideario nacional y popular contra el
embate liberal y extranjerizante de quienes han sido, desde el principio de
nuestra historia, sus adversarios y que, en pro de sus intereses, han
pretendido oscurecerlos y relegarlos de la memoria colectiva del pueblo
argentino"
Más adelante, podemos leer también quiénes son los
elegidos (y por lo tanto etiquetados de antemano) a cuyo estudio se abocará el
organismo, con el ánimo de "profundizar el conocimiento de la vida y obra
de los mayores exponentes del ideario nacional, popular, federalista y
latinoamericano"
Y cita, al parecer a modo de ejemplo, a San Martín,
a Artigas, a Güemes, a Estanislao López,
a Rosas, a Perón, a Eva Duarte, a Hipólito Yrigoyen y a unos cuantos
más, entre los cuales resaltamos a José Martí y a Simón Bolívar.
Nosotros no somos historiadores y no vamos a
incursionar aquí en el análisis de los méritos o desméritos de tales o cuales
personajes históricos.
Consideramos que de eso se ocupan quienes están en
condiciones de hacerlo por haber dedicado su vida a ello.
Pero no queremos dejar de hacer algunas reflexiones
que vienen a cuento.
Señalemos antes que nada que al frente del Instituto
se ha nombrado al escritor y médico de profesión Mario O Donell, quien desde
1989 adhirió al peronismo primero menemista, y luego kirchnerista.
Que fue Secretario de Cultura durante el gobierno de
Carlos Menem y que entre otras cosas gozaba al menos hasta hace unos años, de
una jubilación superior a 3.000 dólares mensuales que supo defender en entrevistas radiales
(cuando tenía algo más de 50 años) con el curioso argumento de la trayectoria
personal.
Si bien no pretendemos escarbar en la vida y obra
del director designado, no podemos dejar de mencionar esos antecedentes, porque
en el día de la fecha hemos visto un par de artículos firmados por él en los
diarios La Nación y Perfil defendiendo su posición, mencionando precisamente su
trayectoria personal, pero omitiendo toda referencia a su curiosa jubilación.
Hay que decir que no pocos escritores e
historiadores como Halperín Donghi, Vicente Palermo, Natalio Botana y Beatriz
Sarlo, han salido a cuestionar duramente
esta iniciativa oficial en busca del relato propio.
En total, más de 200 historiadores se han unido en
la crítica con argumentos que no han sido rebatidos.
Bien, hecha esta breve y necesaria introducción,
vayamos a las reflexiones que queremos hacer.
Que el gobierno nacional salga mediante un decreto a
crear un Instituto que se define a sí mismo como sectario y clasista no es un
tema menor.
Es realmente una porquería.
Que se mezcle en una misma bolsa a genuinos e
indiscutidos próceres como José de San Martín o Simón Bolívar con políticos y
militares que tendrán lo suyo pero que ocuparon posiciones gracias a golpes de
Estado y que en definitiva, como en el
caso de Perón, echaron de la Plaza de Mayo a la organización integrada por
varios referentes de este mismo gobierno, tampoco es un dato menor.
Pero la alusión al "embate liberal y extranjerizante" se lleva de lejos los
laureles del más rancio autoritarismo clasista y maniqueo.
Los historiadores y escritores que han salido al
ruedo a criticar este engendro de origen claramente fascista, no pertenecen en
la mayoría de los casos a ningún ideario liberal, y mucho menos
extranjerizante.
Ni tampoco ha habido aquí un embate ayer por la
mañana contra el cual hay que luchar desde el propio seno del poder central
para contrarrestar al liberalismo extranjerizante.
Y mucho menos luchar de este modo.
El liberalismo es una doctrina basada en la libertad
económica y política, que podrá compartirse o no pero que nada tiene que ver
con extranjerizar nada.
Leyendo la defensa del adefesio que hace el señor O
Donell en los diarios citados, vemos que alude al liberalismo como un
pensamiento basado en ideas de libertad económica pero autoritarismo político.
Y
eso es una gruesa falsedad.
El liberalismo no es eso, y este señor no puede
ignorarlo.
Y si acá lo que ocurrió es que hubo un embate de
misteriosas fuerzas depredadoras de lo
"nacional y popular", ese embate recibirá algún nombre, el que sea,
pero no liberal.
No es que queramos ensañarnos con este personaje, al
que evaluamos por sus actos como una persona demasiado versátil y muy afecta a
ideologías de fuste totalitario; pero si a eso le sumamos la incoherencia e
incluso la desfachatez ideológica, se hace muy difícil callar.
También habla O Donell del "neoliberalismo
historiográfico" que francamente no parece que merezca comentario alguno,
excepto decir que en el siglo XIX no existía ningún "neo", que
sepamos.
Es evidente que como queda bien hablar de
"neoliberalismo" utiliza esa palabreja para juntarla a quienes
escriben la historia y que en general están vivos.
Es
políticamente correcto usarla para descalificar, pero
es
manifiestamente estúpido hacerlo para atacar a centenares de
profesionales que trabajan seriamente y que deberían ser refutados
conceptualmente y con datos históricos extraídos de documentación comprobable,
y no mediante declamaciones políticas de baja estofa.
Porque el etiquetamiento y la descalificación, tan
afecto a las mentalidades totalitarias que este señor claramente defiende, no
puede ser consentido ni tolerado por las personas de bien, cualquiera sea su
ideología.
Y los hechos son hechos.
Sabemos que en la Argentina se ha asociado por lo
general al liberalismo con la extranjerización, y también con el autoritarismo
político.
Pero consideramos que alguien que se encarama por
decisión de una funcionaria a la sazón presidenta de la República como una especie de líder
revisionista, lo menos que puede y debe hacer es expresarse con propiedad.
Ahora bien, en la Argentina el sufragio universal y
obligatorio hizo que a fines del siglo XIX y comienzos del XX llegaran al poder
precisamente gobiernos de sesgo popular, como el del nombrado Yrigoyen.
Aquellas leyes que posibilitaron la democratización
de la política, por así decirlo, tuvieron el sesgo de la llamada Generación del
80, hoy vilipendiada en los colegios por imperio de planes oficiales que no
resisten un análisis como este, aún breve y concreto.
Nadie ignora las enormes corrientes migratorias
llegadas al país en aquellos años y tampoco nadie ignora que la Argentina llegó
a estar en el séptimo u octavo lugar del mundo.
Muchas cosas serán discutibles, no lo dudamos, pero que el país había crecido, se había
democratizado y había alcanzado un lugar privilegiado es un hecho histórico
indudable.
Si esto no ha sido así, lo que corresponde que se
haga es refutarlo con datos concretos, y explicar al mundo entero por qué razón
la Argentina estaba en el lugar en el que estaba, y llegaban las oleadas
migratorias que llegaban, nada más que para ser aprovechadas por la
"oligarquía" vernácula.
De hecho, la moneda argentina era reconocida en todo
el mundo.
Y en ese entonces sí que no se hablaba de dólares.
En lugar de eso, se acepta como si tal cosa la
creación por decreto de un organismo encargado de redactar una historia oficial
basada en etiquetamientos y descalificaciones, con nombre y apellido además, y
desde el vamos, para colmo…
NI siquiera se ha molestado el Poder Ejecutivo en
disimular un poco.
Cuando días pasados la presidenta resaltó en el acto de la UIA que habíamos
"perdido" en la batalla de Caseros, se colocó claramente del lado
rosista de la historia.
Ella y quienes piensan como ella podrá sentirse perdidosa,
pero estaba hablando como presidenta de la Nación, no de un grupo faccioso, el
que fuere.
Hace bastante tiempo que desde los canales oficiales
de difusión, creados y sostenidos con el dinero del pueblo argentino, se ha
adoptado la política de la "militancia" y la facciosidad más
recalcitrante.
Hace rato que ciertos historiadores, como Felipe
Pigna, vienen construyendo un "relato" (como se dice ahora) y
poniendo intencionalidades de todo tipo en personajes históricos que obviamente
no pueden contestar.
Lo hacen en Canal 7, en el Canal Encuentro, en Radio
Nacional y en otros medios de la larga lista que sostiene el gobierno para su
propaganda política.
Pero la función de los historiadores, si no nos
fallan las entendederas, no es esa.
Cuando en el canal Encuentro vemos a personajes como
Pigna o como Soriano mostrar la historia desde un punto de vista claramente
etiquetador, no cabe menos que preguntarse (lo hemos hecho muchas veces) por
qué no se abren las puertas a quienes no piensan de ese modo, siendo que los
medios públicos deben ser de todas las ideas y no sólo de la facción en el
poder.
La respuesta llega sola.
A la amalgama "militante" de patas cortas
y tradición etiquetadora, le siguen los decretos para crear organismos no de
investigación, sino de búsqueda de honores y méritos para determinadas personas
con nombre y apellido, y la descalificación de otras que llegará también con
nombre y apellido.
La historia oficial tiene la claridad meridiana de
la torpeza y de la vulgaridad más infame.
Siempre tiene esas características y
no solamente con los actuales gobernantes.
Basta ver cómo se pavonean conspicuos
"artistas" y "periodistas" que no hacen sino aplicar la más
rotunda genuflexión hacia el actual poder político.
Pero las facciones y la historia no van de la mano.
El "relato" hace daño, pero no tanto como
para reescribir la historia desde los dineros públicos y con tono partidario.
Ya se intentó otras veces en varias partes del
mundo, para finalmente evaporarse en un segundo, como ocurrió con el nazismo,
con el fascismo italiano, con el comunismo soviético y con la "revolución
cultural" china; para citar sólo algunos ejemplos.
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