Ya en otra oportunidad hemos hablado de la impunidad como la falta de castigo, situación en que se halla el autor de un delito o falta que no ha sido sancionado penalmente.
También de su significado: quien puede violar la ley, las normas sociales y éticas a su arbitrio sin recibir sanción, es decir es impune porque queda sin castigo.
Y que era importante poner de manifiesto que no se discute la catadura de la acción, que es ilícita, inmoral y violatoria de las normas, sólo que por ciertas circunstancias históricas, sociales, políticas o de posicionamiento dentro del Estado, no recibe la sanción que merece y que está prevista por la ley.
Pero hoy veremos la impunidad en relación a otros dos conceptos:
la astucia y el sometimiento o sojuzgamiento.
La astucia es un ardid para lograr un intento y es la habilidad para el engaño o para evitar ser engañado.
Someter es sujetar, humillar, subyugar, subordinar la voluntad de otra persona a la propia, proponer autoritariamente a la consideración de razones o reflexiones y otras circunstancias, independientemente de lo que piense y forzarlo a aceptar las nuestras.
La astucia en relación a la impunidad tiene que ver con la capacidad de ciertas personas en hacer ver real lo que no es, verdadero lo que es falso, o aparentar circunstancias que desvían la atención hacia efectos secundarios o colaterales de los hechos con los que se pretende justificar los mismos.
En apariencia la conducta o las obras producidas quedan como perfectas, válidas, legales y necesarias para el desarrollo, el progreso o el crecimiento de las personas, de las regiones o de un país.
Son vistas de otra manera, y el discurso justifica la acción, por lo que el que escucha termina convencido de su realidad, cuando en sí son circunstancias falaces o ilegales, que por lo tanto quedan impunes.
Hay ardides que permiten que queden impunes hechos inmorales y hasta delictuosos, envueltos en una falacia que les da otra entidad.
El sometimiento es la actitud más común en relación a la impunidad.
Mucha gente vive sometida, a veces con su propio consentimiento, otras por temor y en algunos casos por no saber como salir de la situación en que se encuentran.
El sometido o la sometida, que en la mayoría de los casos es la mujer, se encuentra impedida de evaluar las acciones que sufre o de hablar en relación a lo que le pasa.
El sometimiento es físico y psíquico, hay una violencia irracional en el mismo y muchas veces provoca situaciones dramáticas, vidas enteras mal vividas, y lesiones y a veces la muerte del violentado.
El sometimiento psíquico es más sutil y más peligroso, porque se emplea de modo de captar la mente y la voluntad de aquel a quien se somete que ya no piensa ni actúa sino en función de quien lo fuerza.
Hay una larga historia, desde que el mundo es mundo, de sometimientos de personas, de grupos, de razas, de naciones, de todo tipo.
Se provoca una dualidad sádico masoquista, quién disfruta con lo que hace aunque cause dolor en el otro, y quien termina sintiéndose cómodo y hasta disfrutando del maltrato y del dolor que le causan.
La personalidad es absorbida totalmente por el dominante, y ya no hay voluntad de cambiar, ni de salir de la situación.
No hay capacidad para denunciar el ilícito o la corrupción, porque se ha constituido mentalmente un temor reverencial que acepta la imposición del otro como verdadera y anula el propio discernimiento convirtiendo su voluntad en dependencia de la voluntad de quien lo domina.
Estas situaciones son frecuentes también en el ámbito social, donde grupos o comunidades se encuentran dominados por la voluntad de unos pocos que actúan impunemente porque no tienen control.
La concreción republicana de la Nación exige el control de las instituciones y de las personas que ejercen funciones en ella.
Sin ese control la República desaparece y se convierte en una tiranía.
Los derechos y obligaciones necesitan del cumplimiento de las normas por todos los miembros de la sociedad, y el no cumplimiento acarrea una sanción legal.
El sometimiento de los pueblos rompe esa relación y hace que los ilícitos no tengan sanción, lo cual de a poco mina a la sociedad y termina con la amalgama social destruyéndola.
Por eso debe existir sanción y no quedar impune hechos o conductas que violen la ley.
Elías D. Galati
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