“Se promulgan demasiadas leyes, se dan demasiado pocos ejemplos”.- Saint Just
Una vez más, como he hecho con otros libros que considero fundamentales, me permito recomendarle “El Emperador”, de Ryszard Kapuściński (Anagrama, 2008), un reportaje breve que el genial periodista polaco realizó a quienes sobrevivieron al final del reinado y al derrocamiento del Rey de Reyes, Haile Selassie, en Etiopía. Esta sugerencia, como no podía ser menos, se debe al enorme parecido que los métodos de ese prolongado período tienen con nuestra Argentina cristinista; para verlo, bastará con cambiar el sexo del personaje y, eventualmente, la ubicación geográfica, pero ésta no tiene ninguna importancia.
Tal como vine anunciando desde hace varias notas, el Gobierno y sus ideólogos, haciendo caso omiso del fracaso mundial de esas políticas y de esas filosofías, pretende cambiar nuestro estilo de vida de raíz, modificando el Código Civil y la Constitución Nacional para que acompañen y legalicen el camino hacia el “socialismo del siglo XXI”, que ayer mismo sufrió un golpe fuertísimo con la explosión de la destilería venezolana, debida tanto a la planificación stalinista como a la falta de mantenimiento que las expropiaciones del tirano Hugo Chávez Frías han transformado en habitual en las empresas estatizadas.
Si bien es cierto que el “modelo” no tiene un candidato alternativo a la viuda de Kirchner, lo real es que el tema de la re-reelección es una cortina de humo para que la sociedad se engañe, se encandile ante la cuestión, y no se detenga a discutir lo fundamental, es decir, la confirmación constitucional del centralismo unitario, el avance del estatismo y la simétrica limitación a las libertades individuales. La generalizada indignación que levantaron las declaraciones de los inefables Alak y Anímal Fernández respecto a la apertura de los countries -¿cuánto bajó el precio de esos inmuebles ese día?- se ha visto justificada por el proyecto que anida en las metas del Ministerio de Planificación de imponer las necesidades del Estado sobre el derecho de propiedad. Si la reforma de la Carta Magna se aprueba, ¿no es razonable pensar que, en algún momento, se nos obligará a compartir nuestras viviendas, como sucedía en la Rusia comunista?
Las experiencias de la Ley de Medios, de Aerolíneas Argentinas, de la propia YPF que, convertidas en leyes por el infantilismo o la comprada complicidad de algunos de nuestros representantes legislativos, luego desnudaron las verdaderas intenciones de la Casa Rosada, no impidieron que diputados y senadores supuestamente opositores levantaran la mano para acompañar al Gobierno en su esfuerzo por proteger a Guita-rrita y sus amigos o, con una pretensión “ponciopilatesca”, se fueran al baño a la hora de votar. Hubo hasta quien, a los gritos, denunció las maniobras de cobertura del Vicepresidente que doña Cristina había mandando realizar y, acto seguido, votó a favor de la confiscación.
Estos “idiotas útiles” no han leído, obviamente, las sabias reflexiones de José Enrique Miguens, que volcó en su artículo “Darse cuenta”, que no me cansaré de recomendar y ofrecer a quien lo pida.
Que ese debate legislativo, insólitamente presidido en el Senado por la pétrea sonrisa del imputado, ha hecho mella en el ánimo de su protectora es ya un secreto a voces. Ayer, el diario Perfil, que no puede ser imputado de integrar la “corpo” de Magnetto, lo puso en blanco sobre negro, al anunciar que el sanatorio Fleni, especializado en problemas neurológicos, había sido puesto en alerta a raíz de la lipotimia que, al menos en teoría, afectó a la señora Presidente; esa extraña precaución tendría explicaciones más graves, física e institucionalmente hablando, que un mero bajón de presión.
El affaire en cuestión que, por supuesto, no es el mayor –en cuanto a dinero en juego- ni tal vez el más grave caso de corrupción kirchnerista, ha permitido que ésta se haya, finalmente, hecho carne en las preocupaciones de la ciudadanía, ya que su aparición coincidió con la retracción económica, con el incremento de la inseguridad y con la inocultable inflación; es más, la burla y el desprecio por el sentido común que llevaron al Indec a anunciar que se puede comer por seis pesos diarios, produjo tal indignación general que facilitó que este negociado penetrara aún más profundamente en la conciencia de todos.
La utilización de la Afip-Dgi como agencia de represión, desnudada en la entrevista telefónica que Nelson Castro hiciera a Eliseo Subiela, sirvió para que muchos aliados de hoy pusieran las barbas en remojo. El afectado director de cine, sin vergüenza alguna, invocó su condición de ex montonero y de aliado del Gobierno para pedir que no se lo persiguiera más, convalidando así que se usara a la agencia recaudadora como arma contra quienes no pudieran exhibir un pasado tan afín. ¡Notable “sincericidio”!
Ese mismo sesgo maniqueo de las políticas gubernamentales, que ha colonizado a la Justicia y a todos los organismos de derechos humanos ha sido el causante del silencio y de la insólita ausencia de éstos en el homenaje de los familiares a las víctimas del crimen –nótese que no uso la palabra tragedia- de Once. Las palabras de la madre de uno de los muertos (“a Cristina no le importamos”) y la comprobación de que nada ha cambiado desde febrero, también han incrementado el descontento entre quienes han sido, tradicionalmente, los “fidelizados” clientes del “modelo”. ¡Es que ya el “relato” no resulta suficiente para sostener la fantasía!
En medio de tantas desmesuras y de tantas iniquidades, sin embargo, han surgido luces de esperanza respecto al futuro, de la mano de un grupo de legisladores, de distintas procedencias políticas, que han decidido unificar la acción para oponerse al avasallamiento que el Poder Ejecutivo continúa llevando adelante sobre las instituciones de la República. Y varios partidos políticos están encaminándose hacia una posición común de cerrada negativa a la reforma de la Constitución. Es de esperar que ambas iniciativas prosperen y se termine así, por falta de trascendencia hereditaria, esta negra etapa.
Pero, tratándose de un proyecto que se mira permanentemente en el espejo de Venezuela, como lo hacen Bolivia, Ecuador y Nicaragua, no debemos hacer oídos sordos al descarnado anuncio que formulara esta semana el gordo papagayo caribeño, cuando predijo que, si la oposición ganara en octubre, habrá guerra civil en su país.
Desde mis primeras notas, en el lejano 2005, vengo sosteniendo que a los Kirchner no podríamos sacárnoslos de encima ni siquiera con votos. Los meta-mensajes del Vatayón Militante con las salidas de los presos más peligrosos, los violentos incidentes provocados en Córdoba para castigar las posturas independientes de De la Sota y su foto con Macri, la omnipresencia de la Tupac Amaru en el Noroeste argentino y las huestes que están formando Pérsico y D’Elía, confirman esta opinión, ya que son piezas importantes del proyecto de constituir milicias populares que, al mejor estilo chavista, desalienten y enfrenten la protesta, aún cuando ésta sea pacífica; como sucedió con el acto de Moyano, el retiro de la Policía tenderá a sembrar más miedo aún.
Para comprender las razones de estos movimientos, y darles la verosimilitud necesaria, basta con recordar cuánto se juegan, tanto en proyecto político cuanto en patrimonio y libertad, quienes integran el actual elenco gubernamental en los tres poderes del Estado.
Es necesario, entonces, que quienes pensamos que otro futuro es posible, que es necesario recuperar la República, juntemos nuestros esfuerzos y nuestras voces, tan dispersas hoy, en un programa de acción común que, a fuerza de número, impida la continuidad de este rumbo ruinoso que el Gobierno pretende que la patria transite.
A riesgo de resultar reiterativo, le invito una vez más a unirse a “La Argentina que quiero” (http://tinyurl.com/9r9kn4d), que contiene las propuestas que creo necesarias ese objetivo; cuando seamos suficientes, podremos sentarnos en la mesa de la futura Hora del Pueblo a negociar una plataforma básica común.
De usted depende que lo logremos.
Es obvio que no basta con protestar en nuestros pequeños círculos individuales -o con escribir para pocos, como yo mismo hago- y que, para poder encarar el futuro con dignidad, con respeto, con paz, con salud, con educación, con seguridad, todos y cada uno resultamos imprescindibles.
Debemos impedir que el Gobierno nos imponga el silencio del miedo y nos obligue a dormir en la cama que ha tendido.
Debemos defender nuestras creencias y, sobre todo, nuestra libertad, hoy tan comprometida.
Bs.As., 26 Ago 12
Enrique Guillermo Avogadro
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