Por Nicolás Márquez (*)
El tirano antiguo necesitaba acumular muchas balas para conservar su poder.
El actual necesita recolectar votos.
La principal característica del tirano del siglo XXI no está signada por la fuerza sino por la demagogia (y a veces por una combinación de ambas).
El pensador americano Henry Louis Menken (1880-1956) definió al demagogo como aquel “que predica doctrinas que sabe falsas a hombres que sabe que son idiotas”.
El populismo no es una ideología.
Es un estilo.
Un mal estilo
Un estilo semi-delictual de hacer política.
Decimos semi-delictual porque el populista no atropella las instituciones de manera directa y concreta, sino solapada y presuntamente amparada en la ley (la cual es acomodada ad hoc cual mazacote de arcilla).
Vale decir, el déspota contemporáneo realiza una teatralización de la institucionalidad para escudarse en ella. El tirano moderno navega en una imprecisa franja gris oscilando (casi al límite) entre la legalidad y la ilegalidad.
No cambia la Corte Suprema por decreto sino que extorsiona y amedrenta jueces (a través de amenazas de juicio político, presiones de aparatos de inteligencia, campañas de desprestigio o “escraches” efectuados por agitadores profesionales) hasta forzar su renuncia (tal lo que hizo en Argentina Néstor Kirchner en el año 2003 para obtener su mayoría adicta).
El tirano a la vieja usanza se eternizaba en el poder por propia voluntad y listo, en cambio el tirano contemporáneo
reforma y deforma la Constitución Nacional utilizando “su” Parlamento (que de independiente tiene bastante poco) e impone la “reelección indefinida” a través de plebiscitos efectuados en sistemas electorales agujereados y viciados de irregularidades.
El autócrata moderno tampoco cierra canales disidentes al estilo Stalin o Fidel Castro, sino que espera que se venza algún plazo concesionario (tal lo argumentado por Chávez para cerrar RCTV o por Cristina Kirchner con la nueva ley de medios respecto de Clarín).
Durante los últimos tiempos, el kirchnerismo no solo se ocupó de acorralar a los pocos medios independientes que aún quedan en pie, sino que selectivamente está persiguiendo a determinados periodistas puntuales, intentando endilgarles diferentes “acusaciones penales” a cada uno de ellos a los efectos de neutralizar y/o capturarlos.
Así como en los últimos meses se intentó (y se sigue intentando) encarcelar a Héctor Magnetto (Clarín), Ernestina Herrera de Noble (Clarín) o Joaquín Morales Solá (La Nación), esta semana fuimos testigos de cómo el régimen procesó al periodista Juan Bautista Yofre (escritor independiente),
Héctor Alderete (Seprin),
Edgard Mainhard (Urgente 24),
Carlos Pagni (La Nación)
y como frutilla del postre se intensificó la persecución contra el pensador Vicente Massot (La Nueva Provincia).
En efecto, a cada uno de los nombrados se le acusa de supuestos “delitos” actuales o precámbricos (tal como ocurre hoy en Venezuela y Bolivia) pero resulta que todos los acusados tienen un denominador común: son abiertamente disidentes al régimen.
¿Persecución jurídica o persecución ideológica?
A varios de los periodistas y académicos perseguidos tenemos el gusto o la dicha de conocerlos y a otros no, pero visto y considerando la naturaleza y el funcionamiento del Estado autocrático kirchnerista, desde estas líneas no vacilamos ni un instante en sostener de que se trata de una deliberada y aviesa persecución política e ideológica.
Para con los periodistas hostigados (
que mañana podemos ser nosotros mismos acusados de cualquier artificio o infamia) nuestra más sincera solidaridad.
Para con el Estado represivo y perseguidor, nuestro más categórico desprecio.
(*) Los libros de Nicolás Márquez se consiguen en las grandes librerías del país o los podes solicitar escribiendo a: slgomez@buencombate.com.ar
La Prensa Popular | Edición 142 | Jueves 20 de Septiembre de 2012
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