Por Susana Viau /
clarin.com / 11-11-2012
Exceso de maquillaje, exceso de oratoria, exceso
de enojo, exceso verbal.
El exceso fue la característica del discurso que la
Presidente pronunció frente a un puñado de jefes comunales bonaerenses,
convocado a la Casa Rosada para suplicarle que aceptara la re-reelección.
Cristina Fernández no hizo referencia directa a la monumental manifestación
ciudadana del día anterior: aludió a ella mediante indirectas, pero esas escasas
menciones estuvieron impregnadas de un espíritu vejatorio.
Para la jefe
de Estado, allí donde se señalan errores sólo debe verse una incalculable
deformación cultural, una severa dificultad para comprender .
“La gran
clave y el gran problema (…) es que ha habido un formidable aparato cultural que
se ha extendido y actuado sobre todos los argentinos para que tuvieran una
imagen deformada de su propio país”, interpretó.
Luego, tras un segundo de
suspenso, recordó que algo importante había ocurrido menos de veinticuatro horas
antes: la designación de un nuevo presidente en la República Popular China.
Todo, sin embargo, había estado dirigido a contrarrestar el inocultable fenómeno
de masas, a volver a ocupar el centro de una escena cuyo dominio se le escapa
de las manos .
Quizás haya sido esa pérdida de control la que la llevó a
utilizar una expresión soez, impropia del atril presidencial .
“No elegís
un cazzo ”, sentenció.
Puede
que no.
Con demasiada frecuencia habla de cosas e idiomas que ignora en
absoluto.
Y si lo sabe, ¿qué le pasa a la Presidente que ya no distingue cuáles
son los límites que le impone el cargo que ocupa?
El nudo de este extraño
comportamiento puede estar allí, en la falta de límites.
Lo que la
Presidente mostró el viernes en la Casa Rosada fue su propia caricatura .
Es que el fondant ideológico que recubrió la verdadera naturaleza del
kirchnerismo se ha quebrado.
Las fisuras convierten en invendible al
producto y el relato se extingue.
Quienes lo alimentaron y reprodujeron
exploran nuevos caminos para explicar y explicarse lo que no pueden admitir.
Así, la gigantesca y multifocal demostración del
jueves será para los numerosos medios “K” una expresión clasista, el desafío de
los sectores medios a un “modelo” que los inquieta, la inaudita protesta de los
llenos, de los “incluidos”, según definió una por cierto muy incluida
corresponsal de “678” tras las líneas enemigas. Puesta a interrogadora policial,
la cronista olvidaba que “inclusión” es la palabra mágica, la utopía de la
oferta kirchnerista.
Curioso.
Argentina ha sido el único país latinoamericano
signado por la existencia de una poderosa clase media.
Ella atenuaba los
contrastes, contagiaba a la sociedad las ideas progresistas y liberales, le
permitía soñar con el progreso individual, hacía un país habitable y ella es,
también, la que le permite al “proyecto” mostrarse como la vía para la
“movilidad social ascendente”.
Porque ¿si no es al remanso de la pequeña
burguesía, a qué estación se les promete llegar a los pobres y los desposeídos?
Otros epígonos han preferido dudar de que en las plazas de las capitales de provincia, en las de los municipios del Conurbano, en las esquinas de los barrios de la Capital y en la marcha a la Plaza de la República se haya reunido una parte de esa noción imprecisa que se conoce como “pueblo”.
Para el psicólogo Jorge Alemán, surgido del estrafalario Grupo Cero,
“Pueblo es el sujeto que siempre le da forma a lo que siempre está por venir: la
igualdad y la justicia. Masa es lo que apoya lo que hay: opinión, medios,
consenso mundial dominante (…)
El pueblo transforma la historia, la masa hace
que vuelva lo de siempre”. En su artículo del diario Página/ 12 , Alemán
agrega que “popular” es la experiencia del 54%, una experiencia que “tendría mi
apoyo aunque tuviera el uno por ciento de los números”.
Natural: el psicólogo
Alemán es el consejero cultural de la embajada argentina en Madrid.
El subdirector del mismo diario prefirió bordar
un ejercicio de periodismo-ficción y atribuir ideas, adhesiones, deseos y
expectativas indemostrables a esas cientos de miles de figuras fantasmales que,
de acuerdo a su descripción, habían vagado por la ciudad.
En opinión del
directivo, todo se redujo a “porteños volcados a las calles sorteando las
montañas de basura, espantando a las ratas, contentos con su jefe de Gobierno
que se saca fotos con los decadentes Kiss (…) Hasta la inseguridad sería
soportable para ellos, con un gobierno que se quedara quieto, que no hiciera
nada y dejara hacer a los que saben, a los que van a las mismas reuniones a las
que ellos quisieran ir”.
La conclusión del artículo es previsible:
“Ninguna
reivindicación se destaca demasiado: por eso (la manifestación) tiene tanta
implicancia destituyente ”.
El mismo camino que, ahora por la vía de la
criminalización de la protesta, emprendió el diputado Carlos Kunkel, al
conjeturar que los protagonistas del 8N habrían incurrido en el delito de
sedición.
Sorprendido, su entrevistador quiso saber en qué basaba tamaña
afirmación. Y Kunkel contestó: “No lo digo yo.
Lo dice la Constitución. El
pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes”.
El prototipo que se suponía imbatible está
fundido , tiene los guardafangos destartalados, las cubiertas gastadas y
pierde, a chorros, el líquido de frenos.
La Presidente se niega a hacerlo
entrar a boxes y hacer los cambios que le permitan llegar a la meta. Muy por
el contrario, se ha sentado de nuevo al volante y pisa a fondo el acelerador
Conduce con los ojos vendados.
Al costado de la pista, los miembros de su
escudería festejan la audacia.
Puestas las cosas de ese modo, habrá que
prepararse para la colisión...
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(1) Cazzo es una palabra del idioma italiano, para registrar groseramente, lo que indica, en el sentido propio del pene.
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