Por Justo J. Watson (*)
La única ideología que realmente importa…
Es la ideología de las necesidades humanas:
Aquella que mejor garantice no con palabras sino con hechos, la satisfacción de un puñado de necesidades básicas.
¿Cuáles?
Simplemente hacer que la vida de nuestra gente sea más cómoda, entretenida, segura, productiva, saludable y culta.
No otra cosa que disponer un ambiente en el que nuestros hijos quieran quedarse en lugar de emigrar.
Un sitio al que muchos quieran traer su dinero o venir para empezar algo nuevo y prosperar (como ocurrió hace un siglo), sin ser despojados por un Estado policial.
Estado con el que los argentinos tropezamos hoy, donde todo el sistema legal funciona de acuerdo con los intereses de una mafia y el gobierno subvierte la cultura del trabajo, estafando a pobres y a ricos de manera alevosa sin que nadie lo frene.
Entonces, los únicos resultados posibles son la corrupción desatada y una gran falsedad intelectual (con sus ejemplos desmoralizantes de que el crimen paga), destrozando los sueños de la mayoría.
Tal como se los destroza cuando, para sostener su cadena del robo, la presidente apela a un mix de despotismo y estímulo a pulsiones tan sucias como el odio, la deshonestidad, la indolencia, el resentimiento vengativo, la envidia y el clasismo marxista.
Es el punto de destrozo del cual debemos partir, sin embargo, contando con el lastre de millones de argentinos deshonestos que apoyan la torcida idea de que es posible acceder al bien (al desarrollo, a la empatía social) haciendo el mal (confiscando “a la atropellada” lo que no les pertenece).
Algo propio de un malón araucano o de neardenthales, si se quiere.
Tal vez deberíamos aprender del mismo Darwin, quien en su madurez aceptó que la aptitud de supervivencia refiere tanto a la creación de fuertes vínculos de cooperación empática con los congéneres, como a la competencia.
Porque el poder que tiene nuestra cultura del clientelismo y la avivada para convertir a las personas en votantes-monstruos que sofocan esa tan necesaria empatía, es aterrador.
Y nos está llevando en tanto nación, por el callejón sin salida de los fósiles que no supieron adaptarse a la realidad que los circundaba.
La creatividad emprendedora con su bagaje de inversiones, trabajo y progreso es flor que sólo prospera en un clima de libertad.
Nunca en sociedades golpeadoras, que enfrentan a unos contra otros fomentando paranoias y desconfianzas.
En donde se trata a las personas como un medio a “usar”, en lugar de considerarlas sagradas, “no forzables” y un fin en sí mismas.
Como en esta Argentina fallida del 2012, donde la libertad se asume mayormente (por decisión explícita del gobierno) en un sentido negativo de aislamiento y exclusión.
Como reacción defensiva de la propiedad y los derechos individuales frente a la persecución de Estado al ahorro y a la libre empresa.
Frente al terrorismo de Estado fiscal… cuyo peor terror sería compulsar sin trampas la verdadera “voluntad popular de pago”.
Libertad en positivo, en cambio, es la que sirve para poder confiar en el otro compartiendo el esfuerzo común por ser y crecer.
Para reconstruir nuestra unión, en la inteligencia de poner como supuesto-base la verdadera naturaleza del ser humano.
Sin forzarlo.
A favor de sus inclinaciones.
Dejándolo hacer, invertir, innovar y ganar (por derecha) quedándose con lo que le pertenece para después ayudar sin tanto dirigismo paralizante.
Sin tanto miedo a las decisiones de la gente.
Porque en realidad, la inmensa mayoría de las personas buscaría cooperar, mostrar su sensibilidad y empatía social si las “reglas del sistema”, con un mínimo de perspicacia, así lo favorecieran.
Libertad para experimentar con la integración y la diversidad, visto que el sentido de la evolución ya nos marca el “plan global”; la “dirección” de la humanidad (sin que podamos evitarla, so pena de aislamiento y desintegración).
Donde sólo sacarán ventaja en retener los talentos necesarios para ser competitivos, aquellos países que apoyen en todos los campos de la acción humana una apertura económica trans-capitalista, tan multicultural como tolerante.
Siendo conscientes de que la peor intolerancia, insufladora de casi todas las otras, es la plasmada en la violencia impositiva.
Guste o no, de a poco, la psicología va reemplazando a la sociología y los individuos que piensan empáticamente, a las colectividades de masa esloganizada (no otra cosa que mano de obra esclava de las oligarquías políticas).
Ocurrirá como de costumbre: las sociedades más estúpidas demorarán en posicionarse dentro de un proceso globalizador que puede traer enormes oportunidades de bienestar pero que también puede ser destructivo, convirtiendo en víctimas a quienes no estén preparados para aceptar el hecho in progreso de que la humanidad (a semejanza del planetoide Pandora del filme Avatar), se encamina hacia un tipo de “sistema nervioso central” colectivo.
Que se ocupará de la biosfera en riesgo y de la entropía energética al mismo tiempo que del mundo ilimitado del mercado global y de un espacio social interconectado más ilimitado aún.
Una suerte de ágora universal que las mentes perspicaces (no nuestros atrasados “estadistas”) ven ya asomar en la práctica.
Mientras tanto aquí seguimos eligiendo el camino de la ignorancia, la opresión y la crueldad.
De un vampirismo estatal habituado a usar a su gente, desangrándola sin importar las consecuencias.
Ejemplo de lo cual son los últimos diez años de -nunca vistas- oportunidades comerciales para lo que sí sabemos hacer mejor que nadie, desperdiciados en políticas cuya matriz lleva 60 años de atraso (sin poder seguir siquiera el ritmo del resto de la retrasada Latinoamérica), en lugar de haberlos aprovechado para despegar hacia la posición de riqueza y poder que por tradición nos correspondía.
¡Viveza argentina!
Hoy seríamos, sencillamente, una potencia de escala continental.
(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo de Justo J. Watson por gentileza de su autor
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