"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

domingo, 20 de enero de 2013

DESAGRAVIO a las palabras de nuestra presidente


Las palabras no son buenas ni malas.
Sólo significan cosas y, esas cosas, sí, a veces son buenas, a veces malas y muchas veces ni una cosa ni la otra sino según cómo se la vea.
Ciego es una palabra que puede estar cargada de ternura, como aquel “ciego incomparable, de un verso de Carriego, que fuma, fuma y fuma, sentado en el umbral”.
También se le dice ciego al que no quiere ver, o al que ve bien y de puro abriboca no se fija.
A un papanatas se le dice che, no seas tan ciego, fíjate lo que estás haciendo.
Eso lleva a que algunos estimen como denigrante a la palabra ciego, que simplemente nombra, y prefieran no vidente, que describe.
Un viejo adagio castellano dice que hay que cuidarse de ñatos, rubios y zurdos, pues se los suponía falsos. Fíjate, pues: ser ñatos y rubios sólo indica una cierta ascendencia, y ser zurdo ni siquiera eso.
Pero ñatos, rubios y zurdos son individuos que difieren de los demás, cometen la falta de ser distintos, y lo distinto se nota.
Aquí podemos decirle negro a uno, porque el negro se nota, se distingue; en un ambiente africano no vamos a decirle negro a nadie porque siendo la negrura un factor común el nombre no distingue, y los nombres sirven, precisamente, para eso, para distinguir, para discriminar, para separarlo a uno de los demás.

Pero La democracia les impone a los políticos como tarea fundamental la de afianzar su dignidad.
Pero la dignidad en el buen sentido de la palabra, que equivale a renombre, a excelencia, me la deben reconocer los otros, pues no vale nada que yo me la adjudique.

Pero que nuestra presidente compare a Ho Chi Minh, líder de la revolución vietnamita  con nuestro prócer máximo el General Belgrano. No tiene palabras y no es digno.

 Haciendo historia Nguyen Van Coon, conocido como Ho Chi Minh (“El que lleva la luz”), estudio en París y viajó por Medio Oriente, África y América del Norte.
En 1920, después de dos años viviendo en París, donde había fundado el diario “El alma de Vietnam”,  se afilió al partido comunista, al que instaló en su país bajo el nombre “Partido Comunista Indochino”.

Creador de la guerra Viet Mihn (Liga para la independencia de Vietnam), apostó a desgastar a sus enemigos con conflicto prolongados.
“Esta es una lucha entre un tigre y un elefante”, decía para ilustrar la necesidad de estar siempre en movimiento.

Afirmaba que si el tigre se asentaba en territorio del Elefante (sus enemigos), este lo aplastaría con su peso, pero si conserva la movilidad, al final el elefante moriría desangrado por todos los cortes de garras que le había infringido el tigre.

Bajo esa lógica y con acciones muy duras, el Viet Minh consiguió derrotar a Francia y Estados Unidos, aliados de las tropas de Vietnam del Sur, y en 1975, tras la toma de Saigón (hoy Ho Chi Mihn City) se forzó la rendición de los soldados sudvietnamitas y se declaró la unificación de Vietnam, bajo el nombre de República Socialista de Vietnam.

Ho Chi Minh no pudo ver la concreción de su obra, ya que murió el 2 de septiembre de 1969 en Hanoi.

Una de sus frases más recordadas fue “Maten a diez de nuestros hombres y nosotros mataremos a uno de los suyos. Al final serán ustedes los que se cansarán”.

Nunca debe olvidarse a uno de nuestro prócer supremo no sólo porque la mera marcha ineludible del tiempo una vez más nos coloque ante el hecho de un desagravio, sino por lo que de ejemplar tiene la figura del ilustre general.

Los tucumanos debemos recordar que en ese entonces el gobierno de Buenos Aires, el triunvirato, al igual que en estos tiempos, gobernaba con mezquino ánimo centralista, con el menguado propósito de defender sólo la pampa húmeda dejando desprotegido el amplio territorio que aquellos días todavía integraba nuestra patria.
Ese mismo gobierno porteño alentaba la invasión brasileña sobre la banda oriental, una provincia mucho más grande que la floreciente Buenos Aires. Aquel gobierno ordenaba al general Belgrano que retirara sus tropas hacia el sur, dejando a Tucumán a merced de las tropas realistas.
Pero el general oyó los pedidos de la población, comprendió el anhelo de los tucumanos de integrarse en la patria común y adoptó la responsabilidad -tremenda responsabilidad en un jefe militar - de desobedecer al gobierno civil e interpretar según su criterio los altos intereses de la comunidad.
Bien hizo en desacatar a aquel gobierno al que pocos días después lo destituirá un grupo de jefes entre los que se destacaría el comandante de los granaderos, coronel José de San Martín.

Han cambiado los tiempos. Y mucho.
Ahora la sociedad ya no vería con buenos ojos que el general de un ejército se insubordinara ante la autoridad política en defensa de derechos permanentes y superiores de la sociedad...
Tampoco se aceptaría que los comandantes de la milicia se conjuren para derrocar un gobierno civil, como ocurriera en Buenos Aires a los pocos días de recibir la noticia del triunfo de Belgrano y de los tucumanos. Ya no basta con enclavar un facón en la punta de una tacuara, montar a caballo y largarse al combate implorando el amparo de la virgen.
Sí, las circunstancias cambian con los tiempos, y por lo tanto cambian las armas a esgrimir.
Pero hay algo que subsiste:
El egoísmo de gobiernos insensibles a las necesidades del interior que ven a Tucumán, que ven junto con Tucumán a todo el norte argentino, como una posesión propia cuyo destino puede traficarse en una negociación.
Por eso la conducta de Belgrano sigue siendo un ejemplo que Tucumán necesita.
Las armas que él usara al alzarse contra un gobierno de egoísta centralismo ya no son aplicables; pero su criterio de defender con energía a Tucumán, a pesar de las órdenes recibidas, sigue siendo una lección a mantener y a perpetuar.
Aquel 24 de septiembre en el campo de las carreras, no lucharon sólo los tucumanos; también soldados  y hombres venidos de las demás provincias que ofrendaban sus vidas, solidarios con nosotros.
Las palabras de la presidente es una enorme ofensa a Tucumán y a la nación toda y a esos patriotas que dieron su vida por un país independiente y soberano.

La historia nos cuenta que el General Belgrano durante la batalla de Tucumán, el 24 de septiembre de 1812, en plena gue­rra por la independencia, puso toda su confianza en Dios y en nuestra Señora de la Mercedes, a quién adopta como Patrona del Ejército.
Esa mañana de ese día que se libró el combate, el General estu­vo orando largo rato ante el altar de la Virgen.
Después de la victoria, en el parte de guerra que transmite al gobierno, escri­be textualmente:
"La Patria puede glo­riarse de la victoria que han obtenido sus armas el día 24 del corriente, día de Nues­tra Señora de la Merced, bajo cuya pro­tección nos pusimos".

El General profundamente conmovido por el triunfo, nombra a la Virgen de las Mercedes como Generala del Ejército.
Las religiosas de Buenos Aires al enterarse de esto remitieron a Belgrano cuatro mil escapularios de la Merced para que dis­tribuyera entre los soldados y en la próxima batalla, la de Salta, son divisas de gue­rra. A partir de estos hechos, esta advo­cación mariana adquiere una solemnidad particular en los principales santuarios de la cristiandad

En el año 1912, al cumplirse el Cente­nario de la Batalla de Tucumán, la ima­gen de nuestra Señora de las Mercedes de Tucumán, fue coronada solemne­mente en nombre del Papa San Pío X.
En varias ciudades del país, y en especial en nuestra ciudad de Mercedes (Corrientes) se venera a Nuestra Señora de la Merce­des con la intención de asegurarnos en perpetuidad su amparo y devoción.

Que la Virgen nos ampare de nuevas manifestaciones de la primera magistrada... 
Nunca un país bajo el manto Mariano se atrevería a  comparar con nuestros próceres y a ofrendar a quienes sostuvieron:
“Maten a diez de nuestros hombres y nosotros mataremos a uno de los suyos. Al final serán ustedes los que se cansarán”.

QUE DIOS NOS GUARDE Y LIBRE

Dr. Jorge B. Lobo Aragón

jorgeloboaragón@hotmail.com
jorgeloboaragon@gmail.com

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