"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

martes, 12 de febrero de 2013

El que avisa...



Por: Martín Caparrós

Fue una medida bastante extraordinaria.
Hace tres días el gobierno nacional argentino, a través de su secretario de Comercio, Guillermo Moreno, prohibió a los dueños de los grandes supermercados que publicaran en diarios y revistas de Buenos Aires –pero no del interior– sus habituales avisos a varias páginas.
No hubo decreto ni decisión pública: solo unas instrucciones que, se supone, el funcionario anunció por teléfono a los empresarios.
La medida complementaba otra: para moderar la inflación que no existe, esos supermercados debían tomar una medida que la señora presidenta condenó en un discurso de hace dos semanas:
congelar sus precios por dos meses.
El viejo truco de contener el chorro tapándolo con el dedo.
Pero, aunque inútil, el congelamiento de precios tiene su tradición: ya falló muchas veces.
En cambio la prohibición de poner avisos no.
Es rara la idea de prohibir publicidades.
La publicidad es una plaga: la vaselina de la sociedad de consumidores que tristemente constituimos.
Y, como tal, es una de las bases del modelo capitalista de mercado que este gobierno defiende con denuedo.

Prohibir la publicidad –de un sector– podría tener cierta lógica en una sociedad post capitalista.
En esta parece una contradicción.
Por eso, la funcionaria que salió a defenderla dio una excusa tan boba que parecía un chiste:
que, como los precios deben estar congelados, “¿para qué van a publicitar el mismo precio, que debe mantenerse por sesenta días, todos los fines de semana?” , dijo la subsecretaria de Defensa del Consumidor, una señora Pimpi Colombo que en los noventas era legisladora de Domingo Cavallo.
Y remató, con galanura: “Va a ser más aburrido que chupar un clavo”.
Después, al día siguiente, dijo lo contrario. Y quién sabe mañana.

La prohibición es rara -entre otras cosas, porque existe y no termina de existir: no hay ninguna resolución que la comunique.
Es curioso que un gobierno pueda tomar una medida que contradice todas sus reglas de funcionamiento sin que le parezca necesario fundamentarla o justificarla o incluso decretarla:
que alcance con que un funcionario diga que no se puede hacer algo -que todas las leyes autorizan y defienden- para que no se haga.

Es curioso pero suele pasar: no tomar oficialmente una medida impide que los afectados la resistan.
¿Qué hay una prohibición de publicar avisos?
No, pero cómo se le ocurre. Deben ser ellos, que no tenían más ganas.
Es lo mismo que pasa con el dólar.
Por supuesto que la Afip permite comprar dólares a quien quiera viajar.
Solo que hay que pedir permiso y justo a vos no te lo dan, ¡mirá qué mala suerte!

Es curioso, también, que no nos importe demasiado.
Los diarios afectados protestan, algunos políticos peroran, pero el asunto no llegó a la discusión de la calle, a las redes sociales, a esos lugares donde ciertas cuestiones se hacen carne.
Creo que eso sí tiene una lógica:
La guerra de los avisos aparece como un caso más de la carrera de roedores, donde se hace difícil defender a uno contra el otro.
Porque ahora el Grupo Clarín protesta y clama que “la orden del secretario Guillermo Moreno constituye un flagrante caso de censura previa, prohibido por el artículo 14 de la Constitución”, etcétera y etcétera y un etcétera más.
Pero el Grupo Clarín solía hacer lo mismo.
Se conocen varios casos en que ejerció todo tipo de presiones sobre esos mismos grandes anunciantes para que no publicaran esos mismos avisos en otros diarios:
diario Perfil, diario Crítica, y siguen firmas.
Lo hacían –igual que el gobierno– para tratar de hundir a esos diarios que les competían.
Eran los tiempos en que la libertad de expresión les importaba menos que cuidar el negocio.
O que proclamarla no era la forma de cuidar el negocio.

Entonces, para decirlo simple: ¿con qué ganas sale uno a defender esa libertad para los que hicieron todo lo posible por coartarla?
Habría que hacer el esfuerzo de olvidar quién es la víctima y pensar que cualquier medida discrecional es peligrosa en sí:
Que un gobierno tomando medidas que no toma para anular derechos que proclama es algo grave. 
El mecanismo es grave: una puerta abierta hacia el desastre.
Que ahora afecte a los que hacían, con sus armas, lo mismo, es, finalmente, un detalle.
Que ese detalle nos distraiga de la cuestión central no es un detalle.
Es una síntesis de los problemas del momento:
Esos que hacen que la Argentina se haya vuelto un lugar tan pegajoso...

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