OPINIÓN:
El idioma cambia, no es ninguna novedad.
Lo considerarán una suerte los partidarios del cambio continuo, quizás, aunque ni los tradicionalistas pueden oponerse, y tendrán que admitirlo como irremediable.
Pero a pesar de saberlo es lamentable ver cómo va perdiendo sus riquezas.
Quizás algunas no estén perdidas del todo y podrían recuperarse si parte de la televisión y la radio no pusieran tanto empeño en uniformar el mal empleo de ciertas expresiones.
Un ejemplo son los verbos oír y escuchar términos de uso cotidiano y que es indispensable diferenciar para entendernos mejor.
Oír significa percibir con el oído los sonidos.
Siempre estamos oyendo algo, los ruidos de la calle, el rumor del viento, el canto del grillo, el rumor de la radio, el escape de una motocicleta, una persona que habla, las gotas de lluvia sobre las chapas de cinc.
A veces, cuando hay algún motivo especial como el mecánico que atiende el ruido de la motocicleta para saber cómo funciona su motor, el que se interesa por lo que alguien está hablando para enterarse de lo que dice, el médico que ausculta a un enfermo y ocasiones como lo hacía Nalé Roxlo con el canto del grillo hasta sin un motivo útil, se pone atención en lo que se está oyendo.
Entonces no sólo se oye sino que, además, se escucha.
Escuchar es atender los sonidos, fijarse en ellos, tenerlos en cuenta, estar pendientes de su significado.
Estoy en la cama esperando dormirme y oigo el tic-tac del reloj en el velador; lo oigo, pues mis oídos perciben su sonido, pero no lo escucho, ya que tengo otras cosas en qué pensar; en un momento tengo la impresión de que el reloj se ha parado y, entonces sí, escucho para saber si marcha o no.
Alguien me habla; como soy una persona bien educada atiendo lo que se me dice, es decir: escucho.
Pero la voz es débil o es lejana y a su sonido no puedo percibirlo con claridad.
Entonces escucho con atención pero no oigo con claridad.
Tengo que pedirle que levante la voz para poder oírla.
Mientras hago mi trabajo oigo la radio.
La oigo porque está cerca, pero no la atiendo, pienso en otra cosa.
Hasta que empieza a transmitir una música que me gusta.
Entonces pongo mi atención en la radio, escucho la música.
En el lenguaje que difunde la televisión con frecuencia se pide “hable más fuerte porque no escucho”.
Esto no tiene sentido; si uno no escucha es que no atiende lo que se le dice; entonces podrá desgañitarse el otro y quedarán no más sin entenderse.
No oírlo a alguien que habla se debe a una falta de volumen en la voz; no escucharlo indica una falta de educación.
Se oye
“como si se oyera llover” al que dice cosas que no importan.
Se escucha lo que es interesante, atractivo, grato.
Ocasiones hasta se alcanza a oír la voz de la conciencia; muy pocas veces se la escucha.
Por último para aclarar más lo que escribo y decir la verdad de lo que suscribo debo decir que
“siempre oigo a nuestra presidente”.
¡¡¡Nunca la escucho!!!
Dr. Jorge B. Lobo Aragón
jorgeloboaragón@hotmail.com
jorgeloboaragon@gmail.com
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