Por Justo J. Watson (*)
En una Argentina en descomposición, sacudida por el gobierno más ladrón e incompetente de su historia, mientras la Constitución Nacional y los valores más sagrados de nuestros próceres caen por tierra, mucha gente se pregunta cómo pudimos rodar tan bajo y qué cosa son en realidad el Estado y las creencias que lo sustentan.
Porque sucede que el negocio político está dejando caer parte de su disfraz y en la desnudez de su barbarie, permite a los ciudadanos entrever sus miserias como pocas veces antes.
Quienquiera que se tome la molestia de indagar en los orígenes de la institución que aún hoy -pleno informático siglo XXI- sigue teniendo el poder de obtener dinero de las personas mediante la fuerza de las armas (en una caracterización operativa que comparte únicamente con los asaltantes) entenderá, a su vez, el origen de su propio desasosiego cultural, económico y hasta parental.
Tal como nos explica Mancur Olson (profesor, economista y sociólogo norteamericano, 1932-1998), el origen histórico del Estado como institución remite a la transformación de grupos de bandidos ambulantes en bandidos estacionarios.
De nómades saqueadores de comunidades rurales estables, a dominadores de ellas y cobradores de tributos que pasaron a convertirse, a partir de allí, en sinónimo de labor esclava.
O en sus propias palabras
“…si el líder de una banda de bandidos ambulantes que solo encuentra pequeñas ganancias es lo suficientemente fuerte como para tomar control de determinado territorio y de mantener fuera a los otros bandidos, él puede monopolizar el crimen en esa zona y se puede convertir en un bandido estacionario”.
Constatación de ADN originario que nos aclara de dónde vienen, quiénes son, a qué se dedican y qué futuro pretenden las oligarquías políticas, sindicales y cortesano-empresarias estacionadas desde entonces sobre la temible maquinaria represora del Estado.
Genocidios, opresiones, hambrunas y el despilfarro de recursos e ideas más terribles y demoledores, más frenantes y masivos a lo largo de todo el periplo humano fueron siempre el producto de personas malvadas y/o incompetentes, cuya maldad e incompetencia se vieron multiplicadas por mil en la mencionada maquinaria.
Nunca el resultado de individuos (ni empresas) actuando a riesgo y costa propia, por más perversos que hubieren sido.
Contrario sensu, siguiendo a la joven y brillante intelectual ecuatoriana Gabriela Calderón de Burgos en su artículo Verdaderos Revolucionarios,
“…la idea de que una nación deje de ser pobre gracias a individuos que buscan lucrar, no gracias a una clase política todopoderosa que dice desear el bien para todos, resulta increíble para la gran mayoría. Pero si miramos los hechos dejando a un lado la carga emotiva, hay fuertes indicios de que precisamente eso es lo que nos cuenta la historia del desarrollo de la humanidad”.
Origen del Estado.
Desastres históricos de Estado.
Desasosiego y dura constatación de que la sociedad crece no “por” sino
“a pesar” del Estado…
Son pensamientos de absoluta actualidad en una Argentina que concluye este mes su Súper Década Infame.
Nuestra década perdida de este siglo.
Tan infame en desperdicio de oportunidades, inmoralidades y traiciones a la república, que deja como niños de pecho a los protagonistas de la anterior década infame de los años ’30 del siglo pasado.
Puede que no sea necesaria otra guerra civil, 160 años después.
Tal vez basten como laxantes la infamia, la pobreza crónica y la vergüenza por el atraso con respecto a otros pueblos para que todos se den cuenta de que el asistencialismo no conduce a parte alguna.
Que votándolos, condenan sobre todo a sus hijos y a sus nietos.
De que los Binner, Kirchner, Solanas, Alfonsín, Scioli, Lavagna, Stolbizer, Buzzi, Massa y tantos otros que hacen de la redistribución forzada el núcleo de sus programas, nunca nos van a conducir a parte alguna que valga la pena, porque el estatismo -siempre esterilizante- está impreso en su ADN político.
Ellos seguirán canibalizándonos, cual dinosaurios de evolución trunca.
Como tantos jóvenes mentalmente viejos de nuestro país, verdaderos anti patria, “killers” de ignorantes, que trabajan en favor del clientelismo y de una estabilidad igualitaria en la pobreza.
La solidaridad obligada a través de impuestos anti-inversión para subsidiar corrupción y vagos improductivos
no sirve.
Sólo debe ser usada en forma quirúrgica, nominal, como paliativo específico y dentro del esquema de transición hacia una Argentina poderosa.
Absolutamente libre, abierta, inteligente, captadora de cerebros y de grandes capitales,
original y creadora,
pujante y competitiva,
de riqueza extendida,
de Justicia implacable y con 90 % de clases medias donde el asistencialismo deje -casi- de ser necesario.
Mucha gente piensa que la sociedad no podría funcionar con poco o (más allá en el futuro) ningún Estado detentando el monopolio de la fuerza para cooptar labor ajena (v. gr. tributos coactivos).
¡Al fin y al cabo, todos los países civilizados son democracias!
Sin embargo podría recordárseles que en los siglos XVII y XVIII mucha gente también pensaba que la democracia no podría funcionar, y que un sistema así se desintegraría en el caos en cuestión de meses.
¡Al fin y al cabo, todos los países civilizados eran monarquías!
Ahora todo es democracia intervencionista pero señores, señoras, jóvenes ¿saben qué?…
La noche está en pañales (y la caballería tecnológica galopa bajo las estrellas en nuestra ayuda).
Asumámoslo: en el largo camino del pueblo hacia la libertad, la democracia liberal es un paso válido que podría conducirnos hacia nuestro siguiente escalón ascendente:
El Estado Mínimo.
(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo por gentilesa de su autor Justo J. Watson.
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