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Caricatura de Alfredo Sabat

sábado, 18 de mayo de 2013

La venganza de María Eva Duarte de Perón


La palabra “justicialismo” proviene de “justicia social”, y fue sugerido por el abogado Eduardo Raúl Stafforini, especialista en Derecho Laboral y funcionario de la Secretaría de Trabajo y Previsión cuando Juan Perón se desempeñaba como Secretario de Trabajo.
El “peronismo” es un movimiento de masas creado alrededor de la figura de Perón, organizado como Partido Peronista y que tiene a Eva Duarte de Perón como otro personaje fundamental.
Acerca de ella irrumpió un interesante trabajo de ficción que resulta un ensayo sobre el peronismo.

por EDGAR MAINHARD
CIUDAD DE BUENOS AIRES
A menudo, el mito sepulta la verdad.
La ficción histórica oculta o tergiversa la crónica de los acontecimientos.
Resulta casi una herejía afirmar lo más elemental: que aquel peronismo no fue lo que que dicen algunos, o acaso fue lo que no dicen.
Al menos es legítimo sospechar que hay otra historia de aquel peronismo, origen del actual peronismo y de los otros peronismos que andan sueltos por ahí, todos muy diferentes entre sí pero que reivindican su derecho a convivir con los restantes peronismos, en una Babel pejota, a menudo inexplicable para los otros argentinos.
Marcos Aguinis decidió atreverse a desempolvar aquel peronismo sólo recordado en su inicial mejora de la legislación laboral pero olvidado en su discrecionalidad, violencia y autoritarismo.
Un peronismo dispuesto a las grandes movilizaciones de masas pero que mantiene oculto la afiliación obligatoria y el maltrato a quien la resistía.
Un Juan Perón dispuesto al despilfarro de las reservas que encontró en el Banco Central, pero a menudo olvidado en su incapacidad para generar nuevas reservas y un crecimiento sólido.
No es cierto que todo el país estaba de luto aquel 16/09/1955, tal como tampoco lo estuvo el 24/03/1976. Hubo gente en ambos bandos, y fueron muchos muchos en el de los golpistas; y muchos se niegan a debatir por qué.
En el caso de la Revolución Argentina, Perón provocó odio, no sólo simpatía.
No todo lo suyo fue la justicia social.
Los peronistas intentan justificar sus excesos con el motín del 28/09/1951, o el bombardeo del 16/06/1955, pero la historia es mucho más compleja.

Aguinis intenta recordarlo, desde un punto de vista inusual: el relato en primera persona de María Eva Duarte de Perón.
Es muy creativo el recurso al que apeló en su ficción ‘La Furia de Evita‘ (Sudamericana, 348 pag.), que el autor imaginó a partir de una Eva “furiosa, dispuesta a romper los velos.
Disgustada por el uso y abuso de su vida y su obra”, y que comienza con una frase que él pone en boca de su protagonista pero que, probablemente, también refleja la íntima intención del autor:
“Ya no temo decir lo que quiera. Tampoco hablar en contra de mi. Sacar la cabeza de las aguas limpias y las aguas sucias en las que nado, rodeada por peces de colores y cocodrilos hambrientos. Necesito compartir una montaña de dulces y de basura. Es lo que voy a hacer con este libro”.

Algunos considerarán que es un texto “gorila”, casi tan anti peronista como aquel Libro Negro de la 2da. Tiranía (de 1958).
Pero semejante conclusión sería exagerada.
Con  la excusa de que toda crítica es “gorila”, el peronismo lleva años escapando a una imprescindible revisión histórica.
Seguiremos discutiendo años y años si Juan Perón en los ’70 ordenó, o fue José López Rega que lo malinterpretó, la represión que ejecutó la Triple A, pero ¿tiene sentido no indagar en el uso de la tortura en los ’50 para los interrogatorios políticos de aquellos años de democracia representativa?

Seguiremos discutiendo cuáles fueron los motivos verdaderos que llevaron a Perón a entusiasmarse con Emilio Eduardo Massera en los ’70 pero ¿por qué ocultar la Sección Especial, en la calle General Urquiza, al lado de la Comisaría 8va. de la Policía Federal, en los años de Ángel Borlenghi ministro del Interior, cuando los torturadores tenían nombre y apellido?:
Cipriano Lombilla,
José Faustino Amoresano,
Guillermo Solveyra Casares
y los hermanos Juan Carlos Emilio y Luis Amadeo Cardoso.
La Eva Perón que imaginó Aguinis menciona la vejación a Cipriano Reyes (personaje clave en el arribo de Perón a la Presidencia y luego muy mal pago por el General), y recuerda una historia de tortura como herramienta permanente a los detenidos políticos:

“(…) También confieso ahora -sin el padre Benítez de por medio- que no tuve la culpa por habérseles aplicado la picana a unas empleadas de la Unión Telefónica, como se rumoreó.
Después de haber sido nacionalizada la Unión Telefónica, decenas de empleados se negaron a afiliarse al Partido Peronista.
Esto podía ser imitado por otros trabajadores, resistentes a la afiliación obligatoria.
Entonces se puso en marcha una operación de inteligencia para acusarlos de complot.
Varias mujeres terminaron en la Sección Especial, donde los torturadores se divirtieron metiéndoles la picana en la vagina.
Una de ellas estaba embarazada y perdió a su hijo.
Juro que yo no fui, aunque sabía de esta terrorífica Sección Especial.
Y juro, ardiendo de bronca, que nada hice para suprimir esa cuesta del infierno. (…)”.

Aguinis es benévolo con Eva, probablemente por haberla utilizado para el extenso monólogo, y la preserva de la crítica.
Ella es la heroína del relato.
Es cierto que hay algunas anécdotas con porciones de su resentimiento, no solamente social.
Por ejemplo, cuando se aborda la censura en la prensa, un desliz de la vanidad de la ‘abanderada de los humildes’ (slogan que inventó el propagandista Raúl Alejandro Apold):

“(…) La revista Qué Sucedió En Siete Días fue clausurada por haber publicado en tapa una foto de mi adversaria artística Libertad Lamarque. (…)”.

Pero, en definitiva, eso no resultó tan grave como otros acosos y censuras.
Aguinis va por Perón, el tema de fondo.
Personaje difícil, contradictorio y hasta inseguro, en ocasiones.
Aguinis ejemplifica esto último, cuando su Eva reflexiona sobre aquella famosa gira por Europa (64 días, desde el 6 de junio al 23 de agosto de 1947):

“(…) fue Perón quien decidió mandarme en su nombre tras pensarlo, al anverso y al revés. ¿Quería ponerme a prueba?
¿Quería educarme?
¿No se animaba todavía a dejar su gobierno por unas semanas?“.

Perón, personaje de conductas tan efectistas como utilitarias:
“(…) Ni siquiera Perón se interesó por mi cadáver.
No lo fue a visitar donde yacía ni le preocupó su suerte, hasta que se convirtió en una herramienta política, y entonces volvió a usarme. (…)”

Perón, personaje amante de la reconstrucción ‘a la carta’ de los acontecimientos:
“(…) Él comentó veinte años después de mi fallecimiento que le aparecí en esa oportunidad (por lo menos no precisó que en la calle Florida) con una larga cabellera rubia. ¡Absurdo! Mi pelo (en aquellos días) era más negro que una noche sin luna. (…)”.

Perón, personaje para ella de ternura bajo sospecha:
“(…) Miré sus ojos pequeños y profundos, su piel maquillada contra la psoriasis, su nariz grande, sus labios carnosos y su pelo negro engominado.
Sabía que llevaba a su lado chicas adolescentes para calmar su deseo o su angustia.
Aunque no habrá sido tanta su angustia. (…)”.

Aguinis consigue, vía ese supuesto relato de Eva Duarte de Perón, recorrer escenas oscuras del peronismo: la ayuda a los nazis que huían del 3er. Reich derrotado, la expropiación a la familia Bemberg, la entrega discrecional a periodistas y empresarios de medios amigos de Mercedes Benz importados por Raúl Apold (vía Jorge Antonio, obvio), la implacable presión de Perón contra la familia Gainza y el diario La Prensa…

Aguinis se permite introducir la duda acerca del famoso ‘renunciamiento de Evita’:
¿Fue realmente una imposición de los compañeros de armas del General, o una decisión personal del entonces Presidente, celoso por el extraordinario ascenso político de su mujer?
Es un texto conocido el diálogo de Eva con la multitud reunida para el Cabildo Abierto del 22/08/1951, pero Aguinis le agrega algunos otros datos y cierta subjetividad que le da otra dimensión a ese (frustrado) intento de que ella fuese compañera de fórmula para la reelección de Perón.

Algo similar ocurre con aquel último discurso, el 01/0571952. Una frase de aquella jornada:
“(…) Sabía que mi entrega a Perón no había sido ni sería jamás recompensada por ese hombre frío, contradictorio y calculador. Pedí que lo cuidaran, sin embargo. (…)”.

Eva murió a la edad de 33 años, el 26/07/1952, en teoría a las 20:23 pero al comunicar el fallecimiento, Raúl Apold cambió la hora por las 20:25 que consideró más fácil de recordar.

Aguinis realiza dos aportes anecdóticos:
> 20:25 fue la hora del casamiento de Juan Domingo y María Eva en la Iglesia de San Francisco, en La Plata, el 24/10/1945, seis años y medio atrás;
> ella murió a las 12:00, según algunos relatos; o a las 14:00, según otros.
En cualquier caso, hay constancia de que el anatomista Pedro Ara Sarriá avisó a la embajada de España a las 19:40 que el cadáver ya estaba frío y lo trasladaría para las primeras inyecciones necesarias para la conservación del cuerpo, gracias a su técnica de parafinización.

Cristina Fernández de Kirchner se reivindica a sí misma como peronista.
Hay una frase de Aguinis/Evita, que puede aplicarse al pasado como al presente:
“(…) Perón dejaba quemar demasiado rápido la enorme riqueza del país para consolidar su posición de líder único e irremplazable: autos de lujo para los amigos, favores a los empresarios obsecuentes, feriados absurdos, burocracia sin límites, nepotismo desvergonzado, igualar para abajo porque no tenía en cuenta los méritos sino la lealtad.
A eso añadía ingredientes dictatoriales: asfixia a la prensa independiente, apoyo a la delación, purgas sindicales.
Aumentó la industria liviana, es cierto, pero no estimuló la estructural.
Bajó la confianza jurídica y disminuyó la inversión.
Las estatizaciones incrementaron la arbitrariedad, corrupción e ineficiencia hasta niveles desconocidos. Su modelo económico se fue a la mierda. (…)”.

Una lástima que Aguinis no se haya atrevido a extender su historia durante los casi 16 años que el cadáver de Eva estuvo anónimo.
Deberá recordarse que fue secuestrado por el teniente coronel Carlos de Moori Koenig, el 22/11/1955, trasladado a Italia en secreto el 23704/1957, sepultado como María Maggi de Magistris en el Cementerio Mayor de Milán, hasta que en septiembre de 1971, Alejandro Agustín Lanusse ordenó el “Operativo Retorno” (devolvérselo a Perón).
El peronismo le prometió un monumento que, a medias, se levantó en los ’90, durante un gobierno peronista que muchos peronistas no reconocen como tal pero tampoco cumplieron la promesa.

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