“Más difícil aún resulta delimitar el momento en que se produce el paso de la omnipotencia a la impotencia, de la buena fortuna a la adversidad, de lo brillante a lo enmohecido”
Ryszard Kapuściński
He escrito innumerables notas acerca de la brutal y genocida corrupción que hoy reina en la Argentina, infinitamente superior a todo lo ocurrido en el pasado, incluida la década menemista.
Recuerdo que, una vez, a raíz de una editorial en la que me preguntaba por qué los argentinos no relacionábamos la corrupción con el deterioro de nuestra vida personal, un periodista norteamericano me llamó y respondió: “entre los pueblos sajones, la cosa pública es de todos; entre los latinos, no es de nadie”.
Más allá de la inteligente proposición, vuelvo a preguntarme, en razón del nuevo crimen de Castelar, y a la luz de las gigantescas denuncias de Carrió y Lanata, cómo puede ser que los familiares de los muertos y heridos ferroviarios no se den cuenta que la sangre derramada se ha convertido en los billetes de quinientos euros que la familia imperial y mafiosa que nos gobierna ha acumulado en sus bóvedas del sur, muchos de ellos transformados en diamantes durante la gira que doña Cristina y Patotín realizaron a Angola, con nulos resultados comerciales para el país.
Periodistas y analistas bien intencionados dudan antes de decir la verdad, pura y dura; por ejemplo, escriben que, durante la “década ganada”, el Gobierno derivó veinticinco mil millones a los empresarios del transporte amigos. Como en tantos otros casos, tal vez para evitar acciones legales, recurren a eufemismos para enmascarar la realidad: los Kirchner no le repartieron dinero a otros sino que, lisa y llanamente, se la metieron en su propio bolsillo utilizando testaferros de todo tipo.
Para que quede claro a qué me refiero:
los Cirigliano, Ricardo Jaime y Schiavi son Kirchner, De Vido es Kirchner, Lázaro Báez es Kirchner, los Eskenazi son Kirchner, Jorge Brito es Kirchner, Ferreyra y sus socios (ElectroIngeniería) son Kirchner, Cristóbal López es Kirchner, Spolsky es Kirchner, Rudy Ulloa Igor es Kirchner, Recalde y La Cámpora son Kirchner, y la lista puede prolongarse hasta el infinito si agregamos a ella a la contra parte de tanta inmundicia: los empresarios que pagan por medrar y cazar en un zoológico, que también son Kirchner, como lo son los jueces federales que, ante las denuncias, miran para otro lado, sobreseen las causas sin investigar o demoran semanas cruciales allanamientos.
De uno y otro lado del mostrador, don Néstor (q.e.p.d.) era el verdadero dueño de las empresas y campos que sus testaferros compraban, y su viuda y sus hijos las han heredado. ¿Esto no lo saben los periodistas que investigan? ¿No lo saben los padres de Lucas, el chico cuyo cadáver estuvo dos días dentro de un vagón en Once? ¿No lo saben los pobres e indigentes del Conurbano que ven, todos los días, morir a sus hijos por la adicción al “paco”? ¿Lo saben los deudos de los veintisiete muertos por día en accidentes en las rutas, que nos han convertido en el país más luctuoso del mundo en la materia?
Los chacareros y los habitantes de los pueblos chicos del interior, ¿no saben que el dinero con el que se hubiera podido pavimentar los caminos de tierra está en las bóvedas de estancias sureñas?
Esos productores y pequeños propietarios, ¿ignoran que cobran por sus cosechas un dólar de tres pesos porque los Kirchner perdieron, con el propósito de robarse YPF, reservas de energía equivalentes a quinientos millones de cabezas de ganado?
Cuando escribí mi nota anterior, “Calesita Estrellada”, ignoraba cuán rápido mis pronósticos se confirmarían. Por una parte, la centro-derecha ratificó su estupidez congénita al lograr fracasar, con gran esfuerzo, en todos los intentos de constituir una gran confluencia de ese origen, a contrapelo de lo que sí hicieron los partidos de izquierda en la ciudad y en la Provincia de Buenos Aires.
Por la otra, la señora Presidente se ocupó de informar al mundo que pretende replicar aquí el modelo de ¿justicia? que su fallecido patrocinador, el Papagayo Caribeño, impusiera en su país, donde una señora Juez, por el sólo hecho de haber fallado en contra de los deseos del tirano, pasó cuatro años en la cárcel, sufrió violaciones y golpizas y hasta ayer padeció arresto domiciliario.
También imita a Pajarito Chiquitico en su permanente denuncia de ridículas conspiraciones –la última del venezolano incluyó la compra de dieciocho aviones de combate por la oposición-, para justificar las enormes catástrofes que el gobierno bolivariano ha derramado sobre su población: inseguridad, inflación, caída en la producción de combustibles, escasez y racionamiento de alimentos y hasta de papel higiénico, corrupción, tráfico de drogas, lavado de dinero, etc.
¿Nota usted alguna semejanza con nuestra realidad?
¿Recuerda que aquí los empresarios son responsables de la inflación, y no la brutal emisión que se ordena realizar al Banco Central?
¿Qué la prensa independiente conspira denunciando bolsos, aviones y bóvedas?
¿Qué los maquinistas, aliados a “Pino” Solanas, chocan los trenes a propósito para perjudicar a Randazzo?
Volviendo al mal uso de las palabras, o a la prudencia en utilizarlas, debemos claramente decir que. además de cometer todo tipo de tropelías contra la vida y la propiedad que, por sí solas deberían llevarla a la cárcel de por vida, la señora Presidente es golpista y destituyente.
Con su forma de gobernar y, en especial, cuando encabeza el ataque militante a la Corte Suprema, está violando la Constitución Nacional (artículos 1º, 14, 14 bis, 16 a 19, 22, 27 a 29, 31 a 34, 36 a 39, 41 a 43) e incurriendo en todos los delitos descriptos en los títulos X y XI del Código Penal.
Como consecuencia de esa descripción, con la que nadie –salvo, por supuesto, “Carta Abierta” y “Justicia Legítima”- puede disentir, no solamente debe ser inmediatamente sometida a juicio político, sino calificada como infame traidora a la Patria, como dice la propia Constitución.
Si los argentinos queremos tener un futuro como nación republicana, representativa y federal, debemos no sólo dejar de ser prudentes y cobardes sino comenzar a hablar –y hablarnos- claro y llamar a las cosas por su nombre:
Lo que estamos viviendo es el gobierno de una banda gigantesca de delincuentes, que han entrado a saco en todos los terrenos, con el propósito de enriquecerse, de robar bienes y empresas y, además, de convertirnos en un narco imperio, podrido hasta sus cimientos, que necesita contar con cada vez más pobres/clientes para disfrazarse de demócratas; en ese camino, no trepidan en pisotear leyes y tratados y desconocer derechos y garantías.
Está en nosotros impedir que vayan por todo y, finalmente, lo consigan.
Bs.As., 16 Jun 13
Enrique Guillermo Avogadro
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