"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

miércoles, 24 de julio de 2013

La inversión nacional


Por: Martín Caparrós |
Chaos-mind-HD-WallpapersHacen milagros.
No es que sean milagros muy importantes, milagros contundentes, milagros conducentes pero, al fin y al cabo, todos valen:
Juan Pablo II será santo porque “su aparición curó inexplicablemente de un aneurisma cerebral a una mujer costarricense”.
No hay milagro pequeño, entonces, y estos hacen bastantes.
Invertir los discursos de la política argentina no es el menor de los milagros kirchneristas.

Este domingo, por ejemplo, todos los columnistas de los grandes medios del establishment local se pusieron en cadena para reprocharle al gobierno su actuación en los mismos tres temas:
las violaciones de derechos humanos del ex represor ahora comandante en jefe del Ejército Milani,
la corruptela del ex secretario de Transporte ex prófugo ahora preprófugo Jaime,
la sociedad comercial con la ex enemiga imperialista ahora benefactora de la patria ex Standard Oil ahora Chevron.
Todos escribieron más o menos lo mismo.
Era entrañable ver a medios y mediáticos que convivieron contentos con la dictadura clamar por la condena de sus crímenes;
era gozoso verlos, tan deseantes de inversión extranjera, reprochar al gobierno que la pida;
era bonito notar que, tras apoyar de pleno al menemismo, lo usaban como anatema para definir a los que chupan del Estado.

El milagro es menor, pero no desdeñable:
el huracán discursivo produce inversiones continuas en la política argentina.
Y no solo en la oposición: también era emotivo ver a la señora Carlotto defendiendo con uñas y dientes al militar que su jefa les puso -y todavía no les sacó del todo-, y al señorito Kiciloff festejando un carnaval de inversiones petroleras norteamericanas.
O al señor Verbitsky hundido en sus contradicciones, manotazos de ahogado, aceptando primero y después rechazando el ascenso del general de marras.
Y, por fin, más desahogado, dando el tono y los supuestos datos para los ataques oficiales contra el nuevo enemigo del pueblo, Sergio Massa.

Ya más de un analista ha definido este momento de la política argentina como la batalla de los intendentes: una etapa en que tanto discurso sin respaldo hace que los ciudadanos, habiendo comprobado lo que valen ciertas palabras, busquen cierta certeza en las realizaciones modestas inmediatas.
Entonces la pelea no consiste en discutir modelos de sociedad –maneras de vivir– sino metros de asfalto.
Y entonces los oficialistas más llenos de principios los dejan de lado y discuten obra pública en abstracto, mera cantidad.
Es lo que hace el señor Verbitsky, servicial: informa sesudo que en el Tigre gobernado por el intendente Massa hay menos casas con agua corriente, cloacas o gas domiciliario que en Lomas de Zamora gobernada por el intendente Insaurralde.
Solía vender mejores humos: cualquiera –incluso sus lectores– sabe que las casas isleñas del Delta no pueden tener esos servicios propios de tierra firme.
Por el mismo precio podría haber operado a favor de Massa diciendo que los vecinos de su partido tienen más botes y más cañas de pescar que los de Lomas de Zamora.
Pero lo más curioso de su ataque son los datos reservados que ofrece sobre cómo traicionaba a los dos Kirchner el señor Massa cuando fue director del Anses, y lo mal que lo hizo.
Solo se olvida que su jefa, después de eso, lo nombró su Jefe de Gabinete:
O quería alguien malo que pudiera dominar más fácil o es tan mala que nunca se dio cuenta de cómo la engañaba su subordinado.
O vaya a saber.
En todo caso, es raro que alguien defienda a su jefa arguyendo que nombró a un idiota traidor probado como su segundo.
En este circo de pueblo, cada cual ataca a quien defiende –y viceversa, mucha viceversa.
Son minucias: más milagros menores.
Que por un lado han conseguido, ya muy claro, muy presente, el resultado largamente anunciado: que la política pierda toda legitimidad, que vuelva a ser vista como un cúmulo de falsificaciones.
Porque ninguno tiene nada que decir, porque pueden decir una cosa y su contrario, porque no llevan ideas sino intereses.
Porque los principios les sirven mientras sirvan a sus fines y por eso los invierten, los invierten.
Y digo invertir porque soy optimista: lo que han hecho es convertir las palabras en ruido.

La estrategia de la oposición –mediática, sobre todo– ahora consiste en demostrar que lo que proclama el gobierno es falso: que después lo contradice con sus hechos.
La estrategia del gobierno ahora consiste en decir que lo que informa la oposición es falso: que, en síntesis, “Clarín Miente”.
En general tienen razón.
El problema es que un lenguaje –la posibilidad de entender y contestar al otro– está basado en cierta confianza en que representa algo real.
Con un lenguaje demolido lo único que quedan son los gritos, los grititos, los gruñidos.
En eso estamos.
(Palabras devaluadas: unos especialistas de las palabras –las hinchadas de fútbol, que nacieron como grupos de personas que cantaban para apoyar a sus equipos– ya superaron con creces esa fase, asumieron que las palabras no les alcanzan y se matan alegremente por las calles. No digo que sean un ejemplo; digo que pueden serlo.)
En eso estamos –y estaremos, supongo, hasta que podamos construir o reconstruir un lenguaje en que podamos creer.
Van a ser muchos años.

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