"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

viernes, 8 de noviembre de 2013

Lo trascendente de "algo dicho al pasar..."

Por Carlos Mira

En una noticia publicada casi al pasar por el sitio de noticias Perfil.com el lunes 4, quizás puedan encontrarse varias respuestas a los interrogantes que presentan tanto el rumbo político como el económico en la Argentina actual.

En ese suelto se decía que el triunfante diputado electo del Frente Renovador en Buenos Aires, Sergio Massa, había cuestionado al titular del AFSCA, Martín Sabbatella porque por su formación en el Partido Comunista “cree que el Estado tiene que tener una voz única en el sistema de información”.

Se trata de una cuestión central a la que la clásica superficialidad argentina no le ha dado la suficiente entidad.
La propia noticia que refiero no alcanza a tener 30 líneas de extensión.

Sin embargo resulta por demás natural que, finalmente, el rumbo que toma un país esté íntimamente ligado a las ideas que formaron a las personas que los conducen.
Se trata de un principio que no debería ser demasiado complicado entender.

En ese sentido pese a la formación que la sociedad argentina debería tener si lo que se hubiera trasmitido en las aulas de los colegios y de las universidades hubiera sido el plexo filosófico de la Constitución, lo cierto es que el país produjo un divorcio de hecho muy profundo entre las ideas de 1853 y lo que sucedió básicamente en el siglo XX.
El conjunto de principios de libertad individual y de búsqueda personal de la felicidad fue sigilosamente cambiado por una contracultura que logró volver a imponer los valores de las tiranías anteriores a Caseros, vestidas ahora con los ropajes de ideologías más “actuales”.

El concepto básico de la Constitución de tener al individuo creador en el centro de la escena nacional y de convertirlo en el motor primordial de la vida (principio que sirvió para atraer a las corrientes migratorias que transformaron un desierto en un país en menos de 50 años) fue radicalmente cambiado para colocar en ese lugar de privilegio al Estado.

Las primeras corrientes que comenzaron a producir ese trastoque ideológico fueron sin dudas las que protagonizaban los fascismos europeos previos a la segunda guerra mundial y el comunismo ruso de comienzos del siglo pasado.

No caben dudas de que la llegada del peronismo con el antecedente del golpe militar de 1930 constituyó un hito en esa cadena de sucesos que tendría como objetivo final cambiar sustancialmente el espíritu axiológico de la Constitución.

Ya en 1949, Perón logró, amañadamente, blanquear esa contradicción al sancionar una nueva Constitución que daba vueltas de pies a cabeza la organización social que había triunfado antes  Rosas.
Fue una vuelta a la consagración del caudillismo y la abdicación de la supremacía del Derecho y de la soberanía individual.

Un par de décadas más tarde se combinaron dos factores para dar origen a una táctica exitosa que explica muchas de las cosas que ocurren hoy y que aclaran el rumbo que el país ha tomado, no por casualidad sino como directa consecuencia de lo que señala Massa: la formación ideológica de quienes nos conducen.

Esos dos factores fueron el ansia de poder inacabable del peronismo y el tacticismo comunista.
Los dos vieron la ventaja de unirse.
Allí nació el “entrismo”, la estrategia comunista para infiltrar al peronismo, ganar su enorme base electoral e intentar desde allí un asalto “democrático” al poder que sus “votos” naturales nunca le darían.
Perón, a su vez, que se creía más vivo que todos los “entristas” juntos, accedió a recibir en su seno a esa “juventud maravillosa” creyendo que iba a poder dominarla.

Lo que ocurrió a partir de allí más o menos lo sabemos todos.
Pero el sentido de esta columna no es resaltar esas trágicas consecuencias, sino poner de relieve que, finalmente, por esta vía, han llegado al poder efectivo del país personas cuya formación está íntimamente vinculada con una severa restricción a los derechos individuales y con una concepción policial de la vida y militar de la política, que están en las antípodas de los valores constitucionales y que pueden representar un peligro muy serio para la libertad cotidiana de los ciudadanos.

Para dar dos ejemplos simples digamos que el diseño político de la Argentina de hoy pasa por las manos de un maoísta como Carlos Zanini, formado en las creencias de Mao Tse Tung y que gran parte de la economía argentina depende de las decisiones de un marxista como Axel Kicillof que ha declarado públicamente en el recinto del Congreso que odia visceralmente dos conceptos:
El de la seguridad jurídica y el del “clima de negocios”.

Respecto de lo que puede ocurrir con la libertad de expresión, es cierto, como dijo el ex intendente de Tigre, que no puede tomarse como un dato simplemente anecdótico la formación ideológica de quien hoy ocupa la presidencia de la “agencia adecuadora nacional”.
Resultaría muy inocente suponer que esas fuentes serán neutras a la hora de tomar decisiones o a la hora de tener una visión particular del mundo y de sus problemas.
Casi diría que lo contrario sería más bien imposible.

Bastó ver la reacción de Sabbatella una vez que se conoció el visto bueno de la Corte:
Era la versión en saco y corbata de la “adecuación” con “cuchillo de carnicero” que reclamó otro marxista como D’Elía.

La propia palabra “adecuación” representa un resumen valorativo de lo que se propone como modelo social: los ciudadanos privados adecuándose a la fuerza a los designios del Estado, que representado por “policías” arremete con la fuerza pública contra todo lo que se le opone.

Las menos de 30 líneas de información del diario Perfil, pasaron desapercibidas.
Nadie las tomó demasiado en serio.
Nadie lo llamó a Massa desde un medio audiovisual para que ampliara sus conceptos.
El tema quedó ahí.

Pero el ganador de la elección del 27 de octubre en Buenos Aires puso -quizás sin querer- el dedo en la llaga.
Es probable que el clásico “coolismo” argentino (hablar en contra de lo que resulta temporalmente “cool” o “fashion” es un sacrilegio), haya hecho que nadie le preste al suficiente atención.
Como ahora ser de izquierda es “cool” nadie se atreve a profundizar el tema.

Pero si queremos comprender lo que nos pasa y -principalmente- lo que nos podría llegar a pasar, sería mejor que empezáramos a prestarle más atención a comentarios de esa naturaleza y, fundamentalmente, que algunos pusilánimes dejen de adoptar posturas que solo sostienen porque están de moda y piensen, quizás por primera vez, con algo de sentido común.

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