"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

domingo, 2 de febrero de 2014

El síndrome de las tres de la tarde...


Luego de almorzar me voy a la habitación.
En el peor de los casos duermo – o más bien, descanso – hasta las dos o dos y media.
Al levantarme me lavo la cara y a veces los dientes. 
Cuando son las tres bajo para la merienda, que me deparará una taza de té y un pan…
Resuelto a evadir esta afrenta de mi destino, y cómo el té y el pan, son inapelables, salgo a sentarme en el banco blanco.
Entonces me siento raro, fuera del tiempo, incomunicado y algo confundido.
-          ¿Qué hacer?, pienso. ¿Para qué estoy?

El hastío del tórrido verano me invade y me siento sumergido hasta el cuello en una suerte de gran pesadez y embotamiento.
Siento que no hay nada, que floto en el vaho de lo irreal, que el calor dura todo el día, que el día dura todo el verano y que el verano es eterno…
Por eso éste es la peor de las horas. 
No tengo nada para hacer. 
No hay nada a lo que quiera dedicarme. 
No me resuelvo a hacer nada y me dejo estar bajo la sombra del árbol del banco blanco.
Hasta siento que me cuesta levantarme y ponerme en marcha. 
Estoy en el síndrome de las tres de la tarde. 
Es algo fatídico. 
No lo puedo eludir. 
Me invade, me posee, me desespera y me sumerge en un penetrante agobio.

Es un tedio “letal”…
Pero – siempre hay un pero – cuando me encuentro tan mal es porque al rato me pongo un poco mejor o no tan mal.
El secreto está en no encerrarse tanto y serenarse. 
No insistir en querer percibir lo peor.
No sin esfuerzo y tratando de no ver lo que no quiero, advierto desde lejos, un atisbo de solución…
Algunas pacientes del pabellón cuatro caminan bajo el sol, en fila india hacia el coro. 
El coro está junto al taller.
-          - Y, ¿el taller para qué está?

Un impulso se apodera de mí. 
No es una obligación ni una orden. 
Sé muy bien que la vida es mucho más que pegar papelitos en un envase y luego laquearlo para hacer cartapesta  o mezclar con las manos, papel molido, engrudo y polvo de tiza para hacer papel maché…

La razón de ser del taller es – para mí – no sólo la de mantenerse ocupado canalizando una habilidad, sino la de tener una idea, trazarse un proyecto, ejecutarlo – esto es trabajar – y concluirlo en término, siempre en un plazo razonable.
-          Y, ¿luego qué?
Pues tendrá que venir otra idea, otro proyecto, horas, días o semanas de trabajo, y cumplirse otro plazo. 
Y así, cada vez más y más…
Y esto es sólo el comienzo. 
Puedo trabajar en otro tipo de proyectos, con otras metas: “Producir para vender y así ganar dinero”
Abrirme paso fuera de la clínica y hacerme un lugar en el mundo de afuera. 
Algo que sea lo más estable posible. 
Insertarme y hacer que me conozcan. 
Ser bueno “en algo y para alguien”.
Trabajar, ganar, progresar…
Estas ideas me fascinan y me regodeo con ellas. Pensar en un futuro posible, viable, fuera de la clínica, es el anhelo de todo paciente.
¡Quién pudiera vivir en el afuera!
Uno sería el dueño de su vida, haría lo que quisiera. Yo,  por ejemplo, trabajaría y ganaría mi propio dinero, tendría mi propio lugar para vivir y sería independiente, me dedicaría a viajar y conocer lugares nuevos.
Casi, casi, sería otro…
Pero como el deán de Santiago con el mago de Toledo, me quedo embelesado ante mis propios pensamientos.

Ya son más de las tres de la tarde. 
Pasó el peor momento…
Sentado en el banco blanco, sigo practicando el más abnegado y mudo quietismo…
Hace mucho calor

Enero va…


Luján, Enero 2010

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