Luego de almorzar me voy a la habitación.
En el peor de los casos duermo – o más bien,
descanso – hasta las dos o dos y media.
Al levantarme me lavo la cara y a veces los dientes.
Cuando son las tres bajo para la merienda, que me deparará una taza de té y un
pan…
Resuelto a evadir esta afrenta de mi destino, y cómo
el té y el pan, son inapelables,
salgo a sentarme en el banco blanco.
Entonces me siento raro, fuera del tiempo,
incomunicado y algo confundido.
-
¿Qué
hacer?, pienso. ¿Para
qué estoy?
El hastío del tórrido verano me invade y me siento
sumergido hasta el cuello en una suerte de gran pesadez y embotamiento.
Siento que no hay nada, que floto en el vaho de lo
irreal, que el calor dura todo el día, que el día dura todo el verano y que el
verano es eterno…
Por eso éste es la peor de las horas.
No tengo nada
para hacer.
No hay nada a lo que quiera dedicarme.
No me resuelvo a hacer nada
y me dejo estar bajo la sombra del árbol del banco blanco.
Hasta siento que me cuesta levantarme y ponerme en
marcha.
Estoy en el síndrome de las tres de la tarde.
Es algo fatídico.
No lo
puedo eludir.
Me invade, me posee, me desespera y me sumerge en un penetrante
agobio.
Es un tedio “letal”…
Pero – siempre hay un pero – cuando me encuentro tan
mal es porque al rato me pongo un poco mejor o no tan mal.
El secreto está en no encerrarse tanto y serenarse.
No insistir en querer percibir lo
peor.
No sin esfuerzo y tratando de no ver lo que no
quiero, advierto desde lejos, un atisbo de solución…
Algunas pacientes del pabellón cuatro caminan bajo
el sol, en fila india hacia el coro.
El coro está junto al taller.
- - Y,
¿el taller para qué está?
Un impulso se apodera de mí.
No es una obligación ni
una orden.
Sé muy bien que la vida es mucho más que pegar papelitos en un
envase y luego laquearlo para hacer cartapesta
o mezclar con las manos, papel molido, engrudo y polvo de tiza para
hacer papel maché…
La razón de ser del taller es – para mí – no
sólo la de mantenerse ocupado canalizando una habilidad, sino la de tener una
idea, trazarse un proyecto, ejecutarlo – esto es trabajar – y concluirlo en
término, siempre en un plazo razonable.
-
Y,
¿luego qué?
Pues tendrá que venir otra idea, otro proyecto,
horas, días o semanas de trabajo, y cumplirse otro plazo.
Y así, cada vez más y
más…
Y esto es sólo el comienzo.
Puedo trabajar en otro
tipo de proyectos, con otras metas: “Producir para vender y así ganar dinero”
Abrirme paso fuera de la clínica y hacerme un lugar
en el mundo de afuera.
Algo que sea lo más estable posible.
Insertarme y hacer
que me conozcan.
Ser bueno “en algo y para alguien”.
Trabajar, ganar, progresar…
Estas ideas me fascinan y me regodeo con ellas.
Pensar en un futuro posible, viable, fuera de la clínica, es el anhelo de todo paciente.
¡Quién pudiera vivir en el afuera!
Uno sería el dueño de su vida, haría lo que
quisiera. Yo, por ejemplo, trabajaría y
ganaría mi propio dinero, tendría mi propio lugar para vivir y sería
independiente, me dedicaría a viajar y conocer lugares nuevos.
Casi, casi, sería
otro…
Pero como el deán de Santiago con el mago de Toledo,
me quedo embelesado ante mis propios pensamientos.
Ya son más de las tres de la tarde.
Pasó el peor
momento…
Sentado en el banco blanco, sigo practicando el más
abnegado y mudo quietismo…
Hace mucho calor
Enero va…
Luján, Enero 2010
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