Por: Carlos Mira
Hace un par de días comentábamos aquí mismo el argumento “presentable” que hay detrás de las ideas que resultaron infectadas por el marxismo, esto es, puestos en mejor de los casos de no considerar a esas posturas como estafas lisas y llanas para hacerse del poder y desde allí usufructuar sus privilegios y sus riquezas, llegábamos a la conclusión de que se trataba de propuestas completamente sobrehumanas que proponían un cambio en la naturaleza biológica del hombre para hacer que deje de pensar primero en sí mismo y pasara a pensar primero en los demás.
Se trata, decíamos, de embestidas brutales contra el sentido común humano, con la aspiración de que una arremetida feroz contra esos cimientos podrían demolerlos.
Hoy nos encontramos frente a otro ejemplo similar o, si se quiere, frente a la aplicación de los mismos principios a una materia del Derecho, la criminal.
En efecto la propuesta de reforma al Código Penal elaborada por una comisión encargada por el gobierno, no es más que otra muestra de esta tentación recurrentemente argentina de que desde las paredes inmaculadas de un laboratorio pueden torcerse las conductas más elementales de la lógica humana.
Independientemente de otras consideraciones técnicas, la propuesta de reforma se coloca en los contornos de un país ideal, utópico, pensado para otras culturas o para otras circunstancias de la Argentina y desde ese ideal, legisla como si aquellos fueran ya una realidad.
El proyecto baja las penas de 169 delitos, entre ellos, el narcotráfico, la trata de personas, el tráfico de niños, el asesinato de mujeres y chicos y el del asesinato cometido en ocasión de robo.
Torna excarcelables (por establecerle penas menores a tres años de prisión) al 82% de los tipos penales considerados en el código y elimina la reincidencia en la merituación de nuevos crímenes:
De ahora en más cada hecho delictivo deberá ser estudiado y considerado por los jueces como si fuera el delito original de la persona; quedan eliminados, así, de los archivos criminales argentinos, los prontuarios.
Esta última cuestión es una muestra clara de la típica embestida del laboratorista contra la realidad. Encerrado en sus cuanto paredes teóricas, el laboratorista mezcla sus efluvios en la seguridad de que sus consecuencias solo se materializarán en el ámbito cerrado en el que que él ensaya sus ocurrencias.
Lo tiene completamente sin cuidado su aplicación práctica.
Se enamora de su obra que cierra perfecta dentro de los límites teóricos de sus paredes.
En todo caso, si alguien le sugiere que está equivocado, responderá que la equivocada es la realidad a la que su experimento contribuirá a cambiar y remodelar.
Para eliminar la reincidencia, el proyecto siguió los berretetines atávicos del eterno buscador de bronces, Eugenio Zaffaroni.
Elevado por la tilinguería nacional a la estatura de “eminencia”, él mismo fue el primero en creerse esa exageración, seguramente, en algún momento libre entre sus lecturas y la administración de sus dudosos departamentos de usos múltiples.
Pero lo cierto es que, como ocurre con la búsqueda inconsciente, espontánea y natural de la felicidad propia, la consideración de los antecedentes de una persona es tan lógica como el aire que se respira, tanto cuando alguien está buscando un empleado como cuando un juez tiene delante de sí a un un individuo para juzgar.
Hasta el reglamento de los deportes incluye la consideración de los antecedentes para que los árbitros tomen decisiones.
El fútbol, por ejemplo, le ha dado al sistema el lenguaje mundial de los colores para que todos lo entiendan: la primera infracción fuerte es amarilla; la segunda es roja.
Zaffaroni propone una rebelión sobrehumana contra este principio de la historia del mundo.
Bajo el insólito argumento de que “en el momento del delito el débil es la víctima, pero en el momento del juicio el débil es el delincuente” decide eliminar la mayor cantidad de herramientas que la sociedad tiene para castigarlo porque supone que el castigo en esa situación de “debilidad” es una injusticia.
Es obvio que Zaffaroni -a propósito, ¡qué apellido te ligaste para defender delincuentes!- olvida preguntarse quien si no el propio victimario se colocó en esa situación: está claro que quien no quiere quedar en situación de “debilidad” frente a la sociedad que lo va a juzgar, tiene un camino sencillo para evitarlo: no cometer delitos.
Esta claro que, por lejos, de todas las gravedades que contiene este intento, la eliminación del archivo delictivo de las personas es la más seria.
¿Cómo puede siquiera pensarse que un juez puede olvidar la historia delictual de un sujeto?
Todo el sentido común humano se desmoronaría:
Nuestra historia es algo que nos acompaña siempre, que les dice a los demás cómo somos y qué pueden esperar de nosotros.
Desterrar ese legajo es un nuevo acto revolucionario contra la naturaleza biológica del hombre.
Es un nuevo zarpazo de este iluminismo utópico que cree que puede andar creando “hombres nuevos” como si los fabricara una máquina.
Un código penal es un instrumento legal que debe operar sobre la realidad de un país.
Legislarlo en abstracto, no haciendo caso a lo que ocurre, solo serviría para multiplicar los padecimientos que la sociedad ya sufre por haberle abierto la puerta a teorías como la que ahora se cristalizarían en el nuevo código.
Miles de delincuentes hoy detenidos saldrían a la calle por la aplicación del principio de la ley penal más benigna que indica que cuando una conducta por la cual alguien fue condenado deja de ser delito o su pena es rebajada, quien cumple condena por ello debe recibir los beneficios de la modificación.
Mientras tanto, ninguno de nosotros resistiría la prueba de memoria sobre la pregunta acerca de cuándo fue la última vez que escucharon hablar sobre la construcción de una cárcel.
No son pocos los que justifican leyes penales más benignas para liberar lugar en los establecimientos de detención, confesando al mismo tiempo una falla y una aberración.
Pero lo que importa es descubrir el verdadero sustrato axiológico que hay detrás del nuevo proyecto.
Y cuando uno enmarca esta iniciativa dentro de los lineamientos generales que el país vive bajo la epopeya kirchnerista, se siente tentado a pensar que esta iniciativa es un eslabón más en el camino de construir una sociedad lumpen, en donde los valores del bien y del mal están completamente tergiversados y donde la aspiración de máxima consiste en subvertir los lineamientos básicos sobre los que este país se organizó constitucionalmente en 1853.
En ese marco los delincuentes no son vistos como victimarios de inocentes sino como las verdaderas víctimas de una sociedad culpable que los excluye, los estigmatiza y en alguna medida los obliga a robar, a matar y a violar para hacerse valer.
Según esta reinterpretación de la historia, los delincuentes serían una especie de avanzada de la Justicia Social, que por mano propia, y ante la lentitud de un Estado que no les da inmediatamente lo que un verdadero sentido de justicia impondría, se lanzan a conseguirlo por sí mismos, causando daños colaterales que, por lo tanto, no pueden imputárseles a ellos sino a los responsables últimos de esa situación que, a la sazón, vienen a coincidir la mayoría de las veces con las víctimas de los delitos.
Por eso el abolicionismo penal parte del principio de que no hay delitos, sino responsabilidades mal adjudicadas y que, si los casos se estudian bien, la verdadera Justicia se impondría dando vuelta como una media las interpretaciones clásicas del Derecho Penal, obligando no a los delincuentes a estar presos sino a la sociedad a bancarse sus conductas hasta que no haga lo que debe hacer para que ellos no tengan la necesidad de hacer lo que hacen.
El proyecto podrá progresar hasta convertirse en ley o no.
No importa demasiado.
Lo que importa es interpretarlo dentro de un marco general de tendencia que viene dirigiendo al país hacia la descomposición.
Quizás cuando todo esté bien descompuesto llegue la hora de meter palos en serio como en Cuba, en donde los delincuentes no existen porque los matan.
Será la hora de la irrupción tragicómica de una paradoja:
La ilusión del hombre siempre libre en una utópica sociedad sin clases, sin delincuentes y sin delitos transformada en la pesadilla de una dictadura, como las que el mundo conoció luego de dejarse embelazar por los disparates teóricos de un conjunto de “laboratoristas” para quienes experimentar con la libertad y la vida ajenas parece que no les cuesta nada.
Boletín Info-RIES nº 1102
-
*Ya pueden disponer del último boletín de la **Red Iberoamericana de
Estudio de las Sectas (RIES), Info-RIES**. En este caso les ofrecemos un
monográfico ...
Hace 1 mes
No hay comentarios:
Publicar un comentario