Quizás ahora que se ha hablado del poder sea el momento de distinguir entre poder y poder político o política.
Poder y política no son lo mismo.
El gobierno gobierna pero no manda. Es propio de ilusos creer que el presidente de un gobierno tiene el poder de su país.
Basta con decir que gran parte de los presupuestos generales del estado está comprometido, es decir, que el gobierno solo puede decidir que hace con un mínimo porcentaje del dinero que recauda a su propia ciudadanía.
Tampoco el gobierno tiene poder decisorio alguno sobre el factor fundamental de la economía del país, que es el índice de carestía de la vida para la mayoría de las familias de su país, esto es, el euribor.
Este índice extranjero y de origen extra parlamentario ha suplantado al antes tan decisivo y comentado precio de la barra de pan, que casualmente si lo fijaba el gobierno.
Este último dato es un claro ejemplo de la cesión de la soberanía del poder político a entidades y organizaciones no elegidas democráticamente como entidades financieras, organismos y demás entelequias internacionales, que deciden por nuestros gobiernos cuestiones tan fundamentales como cuanta leche producimos, y que conforman el orden mundial.
Y la existencia de este escenario de poder internacional no es una paranoia.
El termino globalización es cuño del propio sistema económico.
La crisis económica y financiera no es de origen nacional sino mundial.
Ahora con una economía internacional, donde el dinero no tiene fronteras y el mercado es global, la concentración de poder también es global.
Ahora todo es mundial, hasta la gripe, incluso estratosférico como el beneficio de la farmacéutica que creó la vacuna para la oportuna pandemia.
En definitiva, la economía manda como siempre, con la diferencia que ahora es más grande, tiene más dinero y es más poderosa.
Y es así porque el poder, como la energía o la materia, ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Desde el inicio de la humanidad la historia se repite: unos, los menos, mandan y otras, las más, obedecen.
Lo que antes era la monarquía, con sus señores feudales y el clero, ahora son esas enormes multinacionales y financieras con presupuestos muy superiores a los países más desarrollados, y además sin porcentaje comprometido, a las que se deben someter los gobiernos de turno, azules y rojos. Como dice el refranero popular: don dinero, poderoso caballero.
Es por ello que en Bruselas, capital de la política europea, hay más oficinas y más personal de los grupos de interés, llamados lobbies, que de los propios partidos y grupos parlamentarios. Estos “influyentes” son tan reales que la propia Real Academia de Lengua española, los recoge y definiendo “lobby” como “grupo de personas influyentes, organizado para presionar en favor de determinados intereses”. Por cierto, término este de “lobby” del que ya Hobbes nos hablaba el siglo pasado: homo homini lupus es -el hombre es un lobo para el hombre-. Como ya hemos dicho la historia de la avaricia humana se repite.
Se puede encontrar un clarificador ejemplo de la subordinación del poder político a las “influencias” del verdadero poder en nuestras más recientes páginas de Historia.
El país más poderoso del mundo fue siervo a las órdenes de la todopoderosa industria del petróleo, poniendo al auxilio de este licántropo sus legiones imperiales, las más temibles del planeta, para que pudiese recuperar sus barriles y, como no, sus beneficios.
De ahí, que lo primero que hacen los gobiernos no alineados a los intereses económicos arropados de barras y estrellas, cuando encuentran nuevos yacimientos importantes de oro negro, es comprar armamento para salvaguardarse del lobo, como Brasil, que le ha faltado tiempo para adquirir hasta un submarino nuclear al marido de la artista Bruni.
Y desde el principio de la historia esta injusticia se mantiene por el axioma universal y atemporal: “dame pan y dime can“.
Nadie cuestiona el sistema mientras tenga pan y circo, que hoy son el estado de bienestar y la liga de deporte de turno.
Porque no hay que minusvalorar el poder de esta última arma de paz social.
La ciudadanía es capaz de organizar plataformas vecinales contra la subida del impuesto de bienes inmuebles o de los sueldos de sus cargos públicos, pero enmudece ante los obscenos sueldos del balompié profesional. Nada es casualidad, de ahí que se le llame deporte rey.
Aquí, de nuevo, juega un papel fundamental la desmedida cobertura mediática al deporte y al entretenimiento, con un bombardeo masivo de oferta deportiva, rosa, concursos, realitys…
Pero, por inaudito que parezca, siempre hay engendros que incomprensiblemente no somos forofos del fúrbol o del deporte de élite de turno.
Por ello, el poder hegemónico, mientras logra la cura a este seguro defecto genético, recurre a un circo al que nadie escapa, el miedo.
Siempre habrá un enemigo, en guerra abierta o terrorista, contra el que tenemos que unir dejando atrás nuestras discrepancias.
Por ello, las hachas y las serpientes son coadyuvantes del poder hegemónico, y cada vez cuesta más creer que lo sean por inconsciencia.
La paz, como bien saben los jefes de redacción, es muy aburrida y no vende entradas para el circo.
Pero no solo de circo vive el humano, hace falta pan.
Para saciar el hambre y la sed humanas se crea la sociedad del bienestar, que pasa a ser objeto de consumo. Comprar pan, comprar felicidad.
Comprar aunque no se coma, porque el bienestar consiste en eso, en adquirir.
Ya no es ser sino tener.
De esta manera se confunden valor y precio, aunque sea cosa de necios según el sabio refranero. Continuamente aparece algo nuevo que comprar, más y nuevo bienestar que tener.
Cada día se inventan nuevas formas de hambre y sed hasta ahora desconocidas.
Nuevas actualizaciones de necesidades que obligan a trabajar cada día más para poderlas aplacar.
Cada día una carrera más para alcanzar a esa felicidad que cada día tiene una meta más.
Quedaron atrás los tiempos en que se era feliz con hueco o sobado.
Ya nos dedicamos solo a trabajar para comprar.
Y trabajar consiste solo en vender.
Entonces el sector servicios pasa a ser el primer sector económico.
Ya solo hay panaderías, porque al ser tantas las clases de nuevos panes que hay que vender solo hay sitio para las franquicias de venta, no queda sitio para obradores.
Y las fabricas son trasladadas, des localizadas, allá donde todavía los sueldos de sus obreros no llegan para comprar tanta felicidad, la felicidad que ellos mismos producen.
Esta des localización se origina precisamente por el carácter global del capital o del poder económico como ya se ha dicho.
Pero como tampoco hay suficiente harina y demás materia prima que pueda sostener este nivel de consumo derrochador, se hace necesario quitársela a otros, a los que la tienen pero no pueden consumirla.
Como decía el hijo de un tendero argentino, “nadie puede amasar una fortuna sin hacer harina a los demás”.
Así, con el fin de saciar el hambre de despilfarro y la sed de lujo, se proveerá a la dictadura corrupta de turno con unas cuantas balas y no menos balones.
De esta manera, la harina se obtiene a cambio de circo, que bien nos sobra.
Con esos preciados bienes el gobierno no electo podrá entretener a sus harapientas masas, consistentes en ejércitos uniformados con la camiseta de su patria, que no es otra que la del equipo europeo de fútbol preferido.
Esta equipación se complementa con un AK-47 ó M-16, dependiendo si su pan se lo han robado los rojos o los azules respectivamente.
Estos son los países antes llamados tercer mundo o subdesarrollados, y ahora llamados en vías de desarrollo.
Casualmente con estos gobiernos se comercia para esquilmar sus materias primas y se coopera para su desarrollo, el de sus ligas de fútbol claro, en lugar de sancionarlos con un embargo económico internacional por fomentar o permitir entre su población continuos genocidios étnicos, delitos contra la humanidad contra los que nada se puede hacer debido a que su raza es más dada a ese tipo de desmanes, por ser más cercanos al homínido que la nuestra, como salta a la vista gracias a las entrelineas de nuestro nacionalismo desarrollado o primermundista, ya que si tuvieran dos colores, como en el mundo civilizado, otro gallo les cantaría, incluso en su propia champion de galácticos.
Y volviendo al pan, si tampoco con lo de los demás se sacia el hambre de la avaricia humana, siempre se puede fabricar más pan, aunque no exista.
Esa nueva mágica invención del neoliberalismo que milagrosamente, y sin fábrica de moneda y timbre bajo la manga, multiplica panes, peces y dinero.
El truco se desarrolla de la siguiente manera.
Todo comienza cuando un ciudadano pulsa su mando a distancia y enchufa su cerebro a la caja plana. Aparecen en escena un escote y una sonrisa. Entonces comienza una banda sonora que dice:
Si su salario no le permite el último modelo de coche deportivo no se preocupe.
Usted podrá obtener esa carrocería de felicidad, que no sabía que necesitaba pero que, gracias a los medios de formación, ahora anhela desesperadamente.
Tranquilícese y no desespere, que para eso estamos los bancos.
Vuelva usted a hipotecar su casa, que por arte del abra cadabra de nuestro divino sistema económico vale el triple que cuando la compró.
Y si ese deseado coche vale 10, pídame usted 30.
No se corte.
Así de paso también puede cambiar la cocina, que aunque la suya cocine, y muy bien hay que decirlo gracias a su santa esposa, me va usted a comparar con este último modelo, que tampoco su mujer necesitaba hasta que, por la suerte del zapping, menuda ilusión le hizo.
Pero no aplauda todavía, que aun hay más.
Fíjese que todavía le sobra dinero, porque aunque ha comprado nuestra última tecnología automovilística y electrodoméstica, se los he dejado a un precio muy asequible, tan barato como los salarios y derechos laborales de los que las fabricaron, quienes van a sus tajos en bici y cocinan en el suelo, ya sabe son cosas de razas y colores.
Y por lo tanto, como todavía le sobra del dinero que no tenia, puede usted irse al todo incluido Caribe, y ser la envidia de sus vecinos y amigos, como ese famoseo que sale en la tele y en el fotoshop. Faltaría más, que para eso estamos.
El acto acaba con la aparición del ayudante del mago, un serio y elegante notario, quien, tras un monologo en su incomprensible lenguaje y un movimiento de su pluma, saca de su chistera una perdiz con nuestra cartilla bancaria en el pico.
El mago recoge la cartilla y la abre.
En ella aparece anotada y deslumbrante la cifra de la felicidad imaginada.
Entonces el público se pone en pie y enloquece, al igual que el porcentaje de beneficios de la banca.
Moraleja:
El nivel de paroxismo de nuestro sistema se puede medir por la cilindrada y lujo del los coches de un garaje de viviendas públicas de protección oficial.
Y cuando quiebra la ilusión y llega la crisis, basta con que el director del teatro pague más al mago para que la función continúe.
En este actual estado hipnótico del espejismo del bienestar, las sociedad solo tiene una preocupación: cómo va la liga. Y algunos, aquellos que pertenecen a la clase social mas intelectualoide y cultureta, también se preguntan quiénes robarán más, si los rojos o los azules.
Con tal fin, la cartelera mediática se divide en dos clases de programas: los de entretenimiento y los de opinión, antes llamados informativos, perteneciendo ambas clases al género idiota.
La mesa está bien servida y la función no para de comenzar...
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