Quedó agobiada por buscar en otros cuerpos, sinónimos de lo que tanto había anhelado.
Ni lo esperado, era lo querido, y a lo querido, se lo había llevado la espera.
No era la decepción su temor, sino ese invisible divorcio que propone el tiempo cuando la soledad seduce. Todavía le quedaba piel para someterse a ese mandato que el amor propone, y a esa libertad, que el sentir dispone.
Y siguió pensando que algún día, podría ser cualquiera, y se preparó para celebrarlo lo suficiente, como para evitar ser olvido.
Ella era una mujer sin fechas.
Nunca se iba, porque evitaba los regresos.
Ella entregaba un siempre, a cambio de un jamás...
Gabriel Velxio
Boletín Info-RIES nº 1116
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Hace 1 mes


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