Por Gabriela Pousa –
Cerrar un año sin tener la más mínima noción del tiempo porque de saberlo, no habríamos pasado otros 365 días perdiéndolo.
Cerrar un año, en Argentina, es apenas un reemplazo costumbrista de calendarios, un acto casi mecánico que, sin embargo, faculta a muchos a revivir esperanzas o utopías.
Todo un don a esta altura de los acontecimientos.
Un don que pertenece a ese extraño gen que nos lleva a seguir apostando por un cambio que los demás deben hacer. Nosotros somos ajenos.
Nosotros somos espectadores pasivos del teatro donde, paradójicamente, los actores hacen lo que quieren porque la platea aplaude o acepta resignada un guión que ya le recitaron un sinfín de veces.
En cartelera no hay muchas ofertas, es cierto.
En cartelera no hay muchas ofertas, es cierto.
Entonces quizás, el problema no resida en las ofertas sino en la escasa fuerza de quienes demandan, o en una solapada certeza de que lo que hay no es tan malo como se dice de la boca para afuera.
¡Qué bueno sería aprovechar estas fechas de balances y platillos que pesan lo hecho o deshecho para sincerarse y mirarse tal cual somos al espejo!
Si acaso intentamos un muestreo de cómo llega al 2015 el gobierno, la oposición y el pueblo, se verá algo que no quiere verse a conciencia.
Son más las semejanzas que las diferencias.
Los tres han vivido su propia película.
Los tres la han creído cierta, re inventaron la realidad a conveniencia.
El gobierno compró su relato más allá de etiquetarlo como ficción o realismo mágico.
La oposición creó la gran paradoja de una fuerza política:
Una alianza llamada UNEN que terminó desuniéndolos…
Otros se venden como opositores apelando a artilugios de coyuntura: máscaras y maquillaje que terminada la fiesta, inexorablemente se caen.
Pero el pueblo hizo lo mismo.
Se armó de un libreto y lo repitió hasta convencerse de ello.
Vivió su propio cuento.
En ese sentido es justo destacar la autoría de la clase media en el guión que se ha interpretado a lo largo de este año.
Ese sector social pasó un año refugiado en redes sociales despotricando a punto tal que parecía que cada día era el último que comía.
Pintaron la realidad con tanto esmero que parece mentira que siga habiendo vida en esta geografía.
La crisis los dejó a la deriva, pero llegó el verano y de nuevo apareció el rumbo:
Allá van en caravana hacia la costa atlántica mientras buquebus redobla la venta de pasajes a Punta del Este.
¡Cuántos países querrían esta crisis para un día de fiesta!
¡Cuántos países querrían esta crisis para un día de fiesta!
El año termina dejándonos un “Narco Estado”,
un vicepresidente procesado,
la “moda” del sicariato,
los linchamientos vecinales,
los “accidentes” no accidentales de tránsito, y eso sí,
a la jefe de Estado con más patrimonio ganado…
Esto no es la panacea que muestra el Ejecutivo desde Balcarce 50 pero tampoco parece ser Chernobyl o Hiroshima.
Esto no es la panacea que muestra el Ejecutivo desde Balcarce 50 pero tampoco parece ser Chernobyl o Hiroshima.
Los Apocalipsis no cooperan a modificar un ápice porque atemorizan y, consecuentemente, paralizan. y nada más necesario que ciudadanos accionando.
La crisis es un hecho, pero afecta a la moral y a las costumbres más que al dinero.
La autenticidad de la presidente se corrobora con creces.
Pocas veces hubo en Argentina un gobierno más coherente:
Desde el primero hasta el último día harán lo que siempre hicieron:
Transformar la política en una cancha de fútbol donde se libra, semana a semana, un Boca-River a todo o nada.
Así, la sociedad, más que un núcleo de ciudadanos educados ha devenido en bandos que se enfrentan entre sí cual barras bravas manejadas por ciertos titiriteros a sueldo.
La violencia ganó la calle.
La impunidad aniquiló la equidad, la igualdad sólo es válida para los deberes, no para los derechos, y el modelo nacional y popular es un método por el cual la verdad es aplastada por la construcción sistemática de la mentira y la falsedad.
Nos llevaron a desconfiar de todo a punto tal que necesitamos, al menos, que Papá Noel y los Reyes Magos sean verdad.
El hambre de festejo derivó en campeonatos de fútbol convertidos en un carnaval donde la camiseta del equipo importa más que cualquier símbolo nacional.
Algo hay que festejar…
Además, en los actos de gobierno no flamean más banderas celestes y blancas.
Sin consulta popular siquiera, esta fue reemplazada por trapos multicolor, algunos con inscripciones que rezan:
“La Cámpora” o el sindicato que puso los micros para los traslados canjeados por planes o un choripan.
Ni día de la Independencia, ni Revolución de Mayo, ni conmemoración de San Martín o Manuel Belgrano.
En su lugar, circos partidarios con recitales de rock que venden como “gratis” y resultan ser los más caros, síntesis de éxitos que no son tales protagonizados por un presidente muerto y entronización de obsecuentes funcionarios subidos a inestables pedestales.
La historia no es lo que pasó, es lo viejo.
Si llegamos hasta los albores del 2015 es gracias a Cristina y a Néstor.
Dejamos que las grandes páginas de nuestro ayer terminen siendo compendios de hojas en blanco signadas por el silencio.
Censura claro, pero hábilmente disimulada con el marketing siniestro de la concepción política del gobierno.
El año que termina se va con más penas que glorias en sus memorias. Un tiempo sagrado nuevamente tirado por la borda como si dentro de cada uno anidase la absoluta creencia de ser inmortales, eternos.
No lo somos.
2014 se llevó incontables vidas abrazadas a esa teoría falsa.
Hubo exceso de padres y abuelos enterrando hijos y nietos.
Hubo balas perdidas que cercenaron infancias tardías, hubo entraderas, salieras y motochorros que pusieron fin al sueño de “un país en serio” porque este es de mentira.
Tan “trucho” como los DVD de películas que venden los manteros, tan venido a menos que, las Malvinas sólo cuentan porque urge ser “políticamente correctos”.
Un país sumido en el miedo donde un “nick” en Twiter o Facebook es la garantía para ejercer libremente, el derecho a decir lo que se siente.
Miedo basado en lo concreto:
Causas judiciales inventadas, denuncias falsas, operaciones de prensa macabras, carpetazos donde si no hay prontuario se lo inventa a conveniencia y se enloda hasta a Cenicienta…
“La Patria es el otro“, slogan vacío que por momentos cobra sentido porque la Patria así, desde el falso confort de la queja detrás del monitor, no es nuestra sino de aquellos que en este 2014 han muerto como consecuencia de la impericia y la ineficiencia, pero también del hastío y la apatía colectiva.
El siglo XXI tiene un déficit comercial de envergadura pero peor aún es el déficit total de patriotismo.
Ese sentimiento que supera los egos, y permitiría una unión que pusiera definitivamente fin a quién nos sigue robando años, como si estos pudiesen recuperarse en algún mañana probable.
Envejecimos más de la cuenta.
No somos los mismos, se nos abrieron heridas que estaban cerradas y se nos partió al medio con la cultura del ocio y del no pensar en nada.
Pronto darán “las doce irremediables campanadas“, algunos brindaremos…
Tal vez sería bueno hacerlo también por un 2015 donde finalmente encontremos el modo de vivirlo en lugar de resistirlo o volver a perderlo...
Gabriela Pousa
Gabriela Pousa
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