"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

jueves, 9 de abril de 2015

Breve fragmento de mi flamante libro: Perón, el fetiche de las masas

Segunda parte
San Perón hasta en la sopa
Por Nicolás Márquez

Se vivía francamente en el absurdo.
La ciudad de La Plata fue rebautizada con el nombre “Eva Perón”.
La estación de trenes de Retiro pasó a llamarse “Presidente Perón”.
Las Provincias de Chaco y La Pampa a partir de enero de 1952 cambiaron su nombre por “Presidente Perón” y “Eva Perón” respectivamente.
La ciudad de Quilmes también pasó a llamarse Eva Perón al igual que un sinfín de calles, colegios y plazas de todo tipo y tenor.
Respecto a la monotonía en cuanto a los nombres de calles y avenidas se provocó un serio problema en el correo central, porque debido a la gran cantidad de lugares con la misma denominación se complicaba en mucho la clasificación de cartas y encomiendas, lo que determinó que el remitente se viera obligado a agregar entre paréntesis el nombre anterior de la calle o la dirección rebautizada a fin de evitar que su correspondencia fuera a un destino equivocado.

El gobernador de la Provincia de Buenos Aires (a la sazón Carlos Aloé) dispuso que todos los cuerpos celestes descubiertos en el observatorio de Eva Perón (así se denominaba la ciudad de La Plata) fuesen “consagrados a Eva Perón e identificados con nombres que exalten sus virtudes”[7].
Y así se determinó que tres nuevos astros fueran denominados “Abanderada”, “Mártir” y “Descamisada”.
El Congreso sancionó la ley 14.036 imponiéndole al mes de octubre la condición de “mes del Justicialismo”[8].
El “Escudo Peronista” reemplazó progresivamente al Escudo Nacional, y la diferencia estética entre uno y otro era que el escudo de Perón tenía las manos estrechadas en sentido diagonal y no horizontal, representando una relación de subordinación entre la masa y el caudillo.
La “Casa Guzmán”, dedicada a fabricar trofeos y distintivos, fue contratada por el Estado para fabricar 16 mil “escuditos” por día [9], los cuales se repartían en las solapas de los colegios primarios y secundarios.
Además se anexaban a las medallas y trofeos deportivos de los “Campeonatos Evita”, cuadrantes de relojes, pañuelos y todo tipo de utensilios donde pudiese estamparse la propaganda partidaria de la dictadura: “hoy es un día peronista”[10] debía decir de manera exultante el locutor radial Luis Elías Sojit cada vez que amanecía soleado.

La saturación idolátrica era tan agobiante, que los groseros gestos de obsecuencia de los funcionarios peronistas ya no llamaban la atención:  
“En el gobierno argentino no hay nadie, ni gobernadores, ni diputados, ni jueces, ni nadie: hay un solo gobierno que es Perón” arengaba el gobernador bonaerense Carlos Aloé[11] agregando “Ningún peronista entra a analizar las situaciones.
Basta que el General Perón quiera una cosa para que todos estemos dispuestos a cumplirla de inmediato” [12].
El sirviente Héctor Cámpora no se quedaba atrás y en su condición de Presidente de la Cámara de Diputados era el encargado de tomar juramento a los Diputados que asumían y para tal fin fabricó la siguiente fórmula juramental: 
“¿Juráis ser leales al Libertador de la República General Juan Perón y a la Jefa Espiritual de la Nación Eva Perón, a su doctrina y a su movimiento?” [13].
La Diputada Delia Parodi enseñaba que “Nuestro Dios en la Tierra es Perón” [14], en tanto que el Diputado Virgilio Filippo redactaba un “Ave María de María Eva” [15], a fin de ser rezado en las unidades básicas.
El Ministro Mendé, por su parte, inventó un establecimiento educativo llamado Escuela Superior Peronista, creado según él “para enseñar a amar a Perón” dado que “seremos mejores todavía si tenemos el pensamiento puesto en Perón.
Cada noche al acostarnos debiéramos examinarnos: ¿He imitado yo en este día a Perón? (…)
Porque Perón no se equivoca ni puede equivocarse jamás (…) 
Porque los genios y los grandes hombres, sin salvarse uno solo, todos han padecido errores y defectos. 
"Todos menos Perón[16].

Y fue en esa misma “Escuela Superior” en la cual Eva brindó “clases de doctrina peronista” enseñándole a las militantes de la rama femenina del partido lo siguiente:
“Siento que Perón es incomparable, Perón es dios para nosotros, y lo digo con todas las palabras que tengo y con todas las palabras que se, y cuando se me acaba la voz y las palabras lo digo de cualquier manera (…)
Las mujeres somos pasionistas mi General, las mujeres somos fanáticas mi General, y el Partido Peronista, lo confieso honradamente, es fanático, y al ser fanático, demuestra que ha abrazado una gran causa, únicamente las grandes causas tienen fanáticos sino no habría ni santos ni héroes, y nosotras somos fanáticas de Perón (…) como no estamos contra nadie, tenemos un enemigo:
Los antiperonistas.
Esos son nuestros enemigos:
Seremos leales hasta el fin, cueste lo que cueste y caiga quien caiga” [17].

Estas adulaciones patológicas se irán intensificando con el tiempo hasta adquirir delirios místicos:
“yo no concibo el cielo sin Perón” [18] sentenció Eva en su testamento político e incluso sus loadores no tardarán en colocar a Perón por encima de Jesucristo en discursos oficiales (tal como lo veremos in extenso en capítulos posteriores):
“Cristo se conformó con proponer al mundo el cristianismo, Perón le sacó ventaja.
Realizó el cristianismo.
¡Nada de contentarse con sermoncitos! Cristo, palabras. Perón, hechos (…)
Por eso Perón es el rostro de Dios rutilando en la oscuridad de las tinieblas de esta hora (…)

¿Qué somos nosotros al lado de Perón? 
Menos que nada.
Sólo Perón tiene luz propia.
Todos los demás nos alimentamos de su luz” [19] sentenciaba el Ministro Raúl Mendé, panegírico que le valió a su autor el siguiente elogio por parte de su ponderado jefe:
“Mendé es uno de nuestros mejores comentaristas de la doctrina peronista” [20].

En cuanto a los destinatarios de tamañas ofrendas (el dictador en primer lugar y su esposa en segundo término), desde el punto de vista psiquiátrico no son pocos los facultativos que sostienen que sólo personalidades irremediablemente enfermas de vanidad y egocentrismo podrían apañar y/o promover tanta idolatría para sí mismo sin sentir una mínima cuota de vergüenza.

Muchos años después (en 1973) Perón se refirió a este cuestionado asunto del culto a la personalidad y respondió:
 “¿Qué puede tener eso de malo, si yo no me lo creo?
Acaso, ¿no es normal que la persona que brinda tanto bien sea casi endiosada por sus beneficiarios?” [21]

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