Aquella
conspiración de Duhalde contra la Corte Suprema
La
Corte Suprema de Justicia de una nación es una institución trascendental.
Decisiva
y definitiva.
Mucha
atención requiere su integración, tal como queda en evidencia en el siguiente texto
del ex ministro de la Corte, Adolfo Vázquez, que cuenta su versión de cómo se
esquilmó a los ahorristas.
Por
supuesto que fue una estafa a la que prestó Eduardo Duhalde, personaje menor de
la política argentina que sólo podía acceder a la Presidencia de la Nación
emergiendo de un doble golpe de Estado civil (¡Fernando de la Rúa le ganó al
'piloto de tormentas'... !).
De
todos modos, no fue culpa de los bancos sino de decisiones de política
económica muy graves que arrastró a otros agentes económicos.
Pero
es interesante el juego de poder que se describe alrededor de la Corte, que en
estos años fue bastante controversial, aunque la necesidad de inventar un
contra poder llevó a tolerarle hasta sus desatinos.
En
fin, aquí un fragmento de "Asalto a la justicia. La intervención de la
política en la Corte Suprema. Crónica de una destitución (Editorial
Sudamericana, 2016).
Es
el Capítulo. 4. “Sí señor, el corralito es anticonstitucional y así hay
que decirlo”:
Viernes
11 de marzo de 2016
por
ADOLFO VÁZQUEZ
Ante
la renuncia de Adolfo Rodríguez Saá como presidente provisional de la Nación
tras un mandato de apenas una semana debía asumir el senador Ramón Puerta, que
era el presidente provisional del Senado.
Pero
Puerta se rehusó, por lo cual el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo
Camaño, asumió el cargo de primer mandatario durante escasa cuarenta y ocho
horas.
Conforme
la Ley de Acefalía, el que continuaba en la línea era nada menos que el
presidente de la Corte Suprema de Justicia, el doctor Julio Nazareno.
En
"Memorias del Incendio", al referirse a la actitud dubitativa de
Camaño y a la negativa de Puerta, Duhalde cuenta que Adolfo Rodríguez Saá le
dijo a este último:
“-Bueno,
y si él no quiere, que acepte la Corte.
-¿Como
la Corte?
Le
preguntó Puerta
-
¿Hicimos todo este esfuerzo institucional y le vamos a dar el gobierno a la
Corte? ¿Para qué nos incendien el país?
Rodríguez
Saá no le respondió y regreso a la gobernación de San Luis, desde donde anuncio
por cadena nacional su retiro de la primera magistratura.
El
país estaba acéfalo.
Era
la anarquía.
El
Presidente no había presentado su renuncia formal y tampoco la enviaba por
ningún medio.
La
jueza Servini de Cubría le había hecho un cargo por abandono de la Presidencia.
Puerta
no quería volver a asumir.
Eduardo
Comaño no podía hacerlo.
Alberto
Zuppi, el ministro de Justicia y estrecho colaborador de Rodríguez Saá, se
presentó en el Congreso para comunicar que, si el presidente de la Cámara de
Diputados no se hacía cargo del mando, se entregaría el poder a Julio Nazareno,
titular de la Corte Suprema.
Ese
episodio ocurrió durante el almuerzo realizado en el despacho del propio
Camaño, en el que se encontraban los representantes más importantes del
peronismo, incluidos los jefes de los bloques de diputados, Humberto Roggero, y
de senadores, José Luis Gioja.
Según
los relatos fue, una reunión durísima.
Camaño,
después de escuchar los argumentos del enviado puntano, explotó:
-¡Yo
no llegué a este punto de mi vida para entregarle el país a la Corte!
Tenemos
en el parlamento hombres con capacidad y responsabilidad para gobernar este
despelote.
¡Ustedes
están locos si piensan que vamos a entregar el país a la Corte de la mayoría
automática!
Tan
alterado estaba Camaño que salió de su despacho y pegó un portazo.
Se
fue y los dejó a todos encerrados, porque no podían abrir la puerta.
Sin
embargo, Camaño me contó a mí, personalmente, el episodio con algunas
diferencias.
En
esa reunión que tuve con él como presidente de la Cámara de Diputados después
de haberme presentado ante la Comisión de Juicio Político para efectuar las
recusaciones contra varios de los diputados que la integraban, y a la que me
acompañaron el presidente de la Comisión, Sergio Acevedo, diputado por Santa
Cruz, y el diputado Jorge Villaverde, me relató Camaño que Zuppi estaba
decidido a cumplir con la ley de Acefalía y entregar el Poder Ejecutivo al
presidente de la Corte. Ante esa determinación –me dijo- lo llamé para
contárselo a Duhalde, quien lo atajó diciéndole:
-¿Pero
hicimos todo este despelote institucional para darle el poder a Nazareno?
Hay
que pararlo para que no haga eso.
Acto
seguido, Camaño encerró a Zuppi en una oficina anexa a la suya para evitar que
lo hiciera.
En
la versión de Duhalde fueron varios los que llevaron a cabo esta obstrucción al
cumplimiento de la ley, una forma de alzamiento al orden institucional que
el ex Presidente relata como un anécdota divertida.
¿Qué
habría pasado si Nazareno hubiera asumido la Presidencia del país?
Por
lo pronto, se habría reafirmado el propósito de solucionar la crisis
recurriendo a las reglas establecidas, especialmente el llamado a elecciones en
un plazo perentorio, como lo manda la Ley de Acefalía.
Y
se habría dado así una clara señal de seguridad jurídica, tan vital en
un momento convulsionado como el que se vivía.
En
esas horas, sin Presidente al mando, el poder era ejercido de hecho por el
ministro de Justicia y Seguridad de la Nación, doctor Juan José Álvarez, cuyo
único respaldo era la doctora María Romilda Servini de Cubría.
Afirma
el propio Duhalde, sin asumir su parte en el asunto y refiriéndose a Álvarez,
que “el Estado era él”.
Pero
cabe preguntarse: ¿en qué norma?
Sin
duda, basado citada confesión del “semejante despelote institucional” que
habrían producido.
Es
que mientras el país se encontraba en un virtual estado de anarquía y conducido
por un puñado de personas, la Ley de Acefalía era ignorada bajo la mencionada
regla del “despelote”, que al parecer daba derechos.
También
relata Duhalde que fue en medio de esas aguas turbulentas cuando se ilumino y
supo que la responsabilidad del país estaba sobre sus espaldas.
La
Corte en comisión
El
1º de enero de 2002, Duhalde era designado por el Congreso como Presidente
interno de la República.
Aunque
la Corte no había tenido oportunidad de pronunciarse aún sobre la
constitucionalidad del “corralito”, la información que le llegaba a la
ciudadanía era equivocada.
Al
día siguiente Clarín consignaba:
“Los
cacerolazos también apuntaron contra los miembros de la Corte Suprema de
Justicia, por haber dado respaldo jurídico al corralito, en una polémica
decisión el viernes pasado”.
Los
periodistas Adrián Paenza y Jorge Lanata contribuían desde la televisión a
nuestro linchamiento político arengando a la gente a sumarse a los repudios y
los “escraches”, suministrando además la dirección de nuestros domicilios
particulares y filmaciones de los propios edificios para que nos fueran “a
visitar”.
Como
consecuencia, en Córdoba una verdadera horda destruyo una propiedad de la
familia política del juez Belluscio y agredió físicamente a su cuñado.
Antonio
Boggiano fue atacado en el shopping Patio Bullrich, y Julio Nazareno, Carlos
Fayt, Enrique Petracchi y yo mismo, y hasta mi propia madre (que tenía entonces
95 años y de desplazaba en sillas de ruedas), fuimos acosados, atacados e
insultados en las puertas de nuestras casas.
Una
vez que Duhalde se instaló en la Casa Rosada, empezaron a desfilar los
interesados en formar parte de su estructura de gobierno.
Uno
de ellos fue alguien que había sido primero periodista deportivo, después
escriba del presidente Menem y finalmente su ministro del interior:
Gustavo
Beliz,
quien planeaba el derrocamiento puro y duro de la Corte proponiendo algo no
previsto por la Constitución: poner en comisión a la Corte entera.
La
causal de remoción, para él, era que estábamos “identificados” con “los peores
vicios de la dirigencia política de los últimos años”.
Siempre
fiel a su estilo, se pronunciaba sin sutilezas:
“Apenas
aprobó el corralito a los depósitos, el cacerolazo se le fue al humo.
Es
un tribunal impresentable, irritante, que afecta la imagen de toda la justicia
y, por lo tanto, de las instituciones. Su remoción es ahora o nunca” quiere
decir que, como la imagen de la justicia estaba devaluad, entonces se aplicaría
una medida de facto en defensa de las instituciones.
Sin
embargo, el periodista Eduardo van der Kooy informaba al día siguiente que el
nuevo presidente pondría en marcha otro plan con el mismo objetivo:
“Duhalde
dio un guiño además a un proyecto en Diputados que planteara el juicio político
a dos miembros de la Corte Suprema (Julio Nazareno y Adolfo Vázquez), pero
desecho otra propuesta de declarar a todos sus integrantes en comisión”.
Durante
esos días, los diarios informaban sobre distintas estrategias para ir en contra
de la Corte.
Después
prevalecería la idea de la remoción colectiva, que equivalía a la puesta en
comisión porque parecía más elegante.
Se
anunciaba una “muerte por asfixia” y también la idea de “lanzar una fuerte
presión política desde el gobierno y el Congreso para obligar a renunciar a los
miembros del máximo tribunal del país”.
¿Dónde
estaban por entonces los defensores de las instituciones?
El
2 de enero Eduardo Barcesat y Roberto Boico se presentaron en la mesa de
entradas de la Cámara de Diputados para pedir la remoción de la Corte entera.
Se
trataba de un globo de ensayo para anticipar cómo reaccionarían la opinión
pública y la prensa.
Con
la Gendarmería en el palacio de justicia
Largas
filas de ahorristas dispuestos a iniciar amparos judiciales en defensa de la
propiedad de sus ahorros eran una escena cotidiana en las calles de todo el
país durante enero de 2002, y el ministro Guillermo López y yo estábamos a
cargo de la feria judicial en la segunda quincena del más.
Ante
nuestro requerimiento de seguridad a la fuerza policial responsable de la Corte
Suprema se nos respondía que no podía darnos ninguna certeza de que el Palacio
de Justicia no fuera tomada por ciertos grupos revoltosos infiltrados que
incluso habían llegado a arrojar bombas de estruendo en el interior del propio
edificio, tanto en la planta baja como en las escaleras de acceso en los pisos
superiores.
Claro
que, en aquel tiempo, los tribunales trabajaban como disponía la tradición:
A
puertas abiertas.
La
importancia de la Policía Federal para frenar este avance había quedado en
evidencia unos días antes, cuando habían sido atacados la Casa de Gobierno y el
Palacio del Congreso, donde incluso se llegó a provocar un principio de
incendio.
Como
consecuencia, ambas sedes debieron der prácticamente amuralladas con vallas.
Es
interesante destacar aquí que luego de nuestra caída, esa situación cambio.
Sin
pretender hacer un juicio de valor, para ingresar hoy se deben atravesar más
controles que en un aeropuerto o en una base militar de Medio Oriente, y ello
sin contar con el vallado permanente en el frente de acceso del Palacio, sobre
la propia vereda pública.
Una
verdadera fortaleza, controlada permanentemente por cámaras de seguridad desde
un sofisticado centro de control que incluso puede cubrir muchas cuadras y
manzanas a su alrededor y desde donde se monitorean también juzgados del
interior del país.
Así
las cosas, hablamos con el jefe del Estado Mayor del Ejército, teniente general
Ricardo Brinzoni, y éste nos informó que por la ley vigente no podía darnos
protección directa en este momento, ya que solo tenía permitido proteger al
Presidente de la República.
Entonces,
luego de la correspondiente consulta con el presidente de la Corte y con los
ministros a los que pudimos contactar telefónicamente, procedimos a solicitar
el refuerzo de la protección del Palacio a través de la Gendarmería Nacional
encargando al administrador del operativo, conjuntamente con el jefe de
Gendarmería, comandante general Hugo Miranda, lo que efectivamente se hizo.
La
custodia de nuestra sede debió prolongarse varios meses.
Con
ese cuadro de situación, contra nuestros deseos y costumbres, intentamos y
logramos cumplir con nuestro deber.
Nuestra
convicción se fortalecía a medida que profundizábamos en el estudio de los
verdaderos horrores jurídicos de esa equivocada legislación de emergencia que
había sido implementada, cuyos decretos, leyes y resoluciones se sucedían y
cambiaban a un ritmo vertiginoso.
Y
en plena feria judicial nos tocaba analizar un nuevo caso de corralito.
Sin
embargo esta vez, por la gravedad de la crisis, si estaba en juego el fondo de
la cuestión:
Ya
no era el caso Kiper:
Ahora
se trataba nada más ni nada menos que de la propia vigencia de la Constitución
Nacional en su casi totalidad, pues debíamos decidir sobre los derechos
adquiridos bajo su amparo.
En
este caso, conocido como “Banco de Galicia y Buenos Aires s/ solicita
intervención urgente en autos: Smith, Carlos Antonio c/ Poder Ejecutivo Nacional
o Estado Nacional s/ sumarísimo”, o simplemente “caso Smith”, deberíamos
dirimir la constitucionalidad del derecho de propiedad afectado a través de las
restricciones de los retiros de los depósitos.
En
pocas semanas seria ostensible para el país y las naciones extranjeras cuáles
eran las verdaderas preocupaciones del gobierno de Duhalde y, en particular, de
los bancos.
La
conducta de los bancos en la crisis merece algunas consideraciones.
Sus
clientes habían depositado de buena fe su confianza en ellos.
Pero
los bancos en general, y peor aún las instituciones privadas, que no dependían
de los gobiernos de turno, no actuaron siquiera en defensa de su propio
patrimonio y reputación, y mucho menos de sus clientes o ahorristas.
Prefirieron ponerse del lado del gobierno y lucrar negociado compensaciones con
el Estado gracias la barbaridad de la “pesificación asimétrica”.
Tal
vez la devaluación hasta les haya resultado provechosa.
En
la medida en que pensaron que se quedaban con los dólares y podrían reconocer
solo una cuarta parte de su valor, les convenía más la cercanía con el poder
que la fidelidad hacia el cliente.
La
política instrumentada por el gobierno sería especialmente defendida o
traducida por los sucesivos ministros de Economía, desde Jorge Remes Leicov
hasta Roberto Lavagna, quienes en conjunto con el ministro de Justicia, doctor
Reinaldo Vanossi, y el secretario de Estado de la SIDE, diputado Carlos Soria,
trataban de incidir sobre los ministros de la Corte.
La
disputa en cuestión se tornó al caso Smith se planteaba entre un ahorrista y el
Banco de Galicia, que había interpuesto el per saltum contra un fallo que le
ordenaba devolver al señor Smith el dinero en efectivo que este había
depositado: los 40 mil dólares que había ahorrado durante toda la vida.
La
opinión pública suele vincular el per saltum al caso de aerolíneas Argentinas
en la causa “Fontela Moisés E. c/ Estado Nacional s/ Amparo”, en el cual, a
raíz de la presentación del por entonces “Gerente de Privatizaciones”, según se
definió a sí mismo, el ministro de Obras Publicas, José R. Dromi, la Corte
suspendió los efectos del amparo dispuestos por el Juzgado en lo Contencioso
Administrativo Federal Nº 2 revocándolo y permitiendo la privatización de la
empresa Aerolíneas Argentinas en 1990, bajo el eufemismo de adecuarla a la Ley
23.696 de Reforma del Estado.
Es
necesario aclarar que la resolución de esta causa por la Corte fue anterior a
mi llegada al tribunal. Y esa sentencia sin dudas despertó muchas críticas
porque había sido un modo de lograr la privatización de la aerolínea por una
vía rápida. Pero en ocasiones del “caso Smith”, la Corte si estaba obligada a
pronunciarse, porque la reforma efectuada por el Poder Legislativo al Código
Procesal y Civil de la Nación así lo dispuso al dictar la Ley de Emergencia
Publica Nº 25.561, introduciendo el artículo 195 bis a efectos de que debería
abocarse a este tipo de causas y situaciones de trascendencia institucional,
que a la razón resultaba ser una solución a los miles y miles de casos
acumulados.
Extrañas
actitudes en la Corte
López
y yo trabajábamos en coordinación permanente con los otros ministros
consultando sus posiciones, y uno de los llamados que yo mismo realicé fue al
doctor Gustavo Bossert, que se encontraba veraneando en Cariló. Su respuesta
fue contundente: debía declararse la inconstitucionalidad del corralito del
modo más terminante posible, y en esas condiciones estaba decidido a firmarlo.
Como ya sabía que muchas veces Bossert hacia ese tipo de manifestaciones
entusiastas pero después o se abstenía de votar o lo hacía en otro sentido, le
leí los párrafos más duros para comprobar que estuviera de acuerdo. Él,
incluso, agregó comentarios endureciéndolos aún más en los fundamentos y
corrigió otros. Con su permiso, copie y transcribí sus dichos para que no
hubiera dudas, pero mi cuidado no fue suficiente ya que una vez llegado el
momento de firmar decidió abstenerse. Y no sería el único en cambiar de
criterio sobre la marcha…
En
los días previos, es decir, en la última semana de ese enero de 2001, Petracchi
había tenido un incidente con unos veraneantes argentinos en la localidad
Brasilera de Canasvieiras, estado de Florianópolis, Brasil. Esa situación se
dio cuando algunos argentinos, al reconocerlo, lo “escracharon”, como se dice
vulgarmente. Por ese motivo, en su carácter de ministro de Corte había pedido
protección policial. Pasado el incidente, me llamo por teléfono y me pidió que,
en mi carácter de juez de feria, convocara a un acuerdo extraordinario para
declarar la inconstitucionalidad de la confiscación de los depósitos en moneda
extranjera. Le respondí que, ante la inminencia del fin de la feria, si bien el
tema era extremadamente grave me parecía innecesario hacer tal convocatoria, ya
que de ese modo el pronunciamiento solo se adelantaría veinticuatro horas, y
además que no estaba seguro de que todos los ministros pudieran llegar antes
del 1º de febrero.
No
obstante, le dije que daría orden de que fuera enviado inmediatamente un pasaje
oficial para que viajara a la Argentina y pudiera estudiar el fallo, que
coincidía textualmente con su pedido de declarar inconstitucional la confiscación.
Así le pedí inmediatamente al habilitado de la Corte, el señor Mariano
Riviello, que era quien manejaba todos estos temas económicos operativos junto
con el señor Luis Freire, que le remitieran en forma inmediata el pasaje para
el primer avión que saliera hacia Buenos Aires. Así Petracchi regresó en un
viaje especialmente adelantado, para estudiar el caso y evitarle a su familia
un eventual mal momento si debía compartir el avión con los mismos argentinos
que lo habían agredido.
El
ministro Guillermo López, apenas llegó, le entregó el proyecto, que tuvo
oportunidad de estudiar unos días antes del acuerdo. Y al comenzar el acuerdo
ese viernes 1º de febrero del 2002, ante la opinión de declarar la
inconstitucionalidad de la confiscación de la propiedad privada, grito a viva
voz y en forma enfática: “Sí, señor, este es inconstitucional, y así hay que
decirlo”. Sin más.
Luego
de firmar más de ochocientos fallos con sus remisiones confirmando expedientes
de amparo de diversos juzgados y cámaras con efectos similares a la sentencia
que dictaríamos pocos minutos después y dejando firmes los amparos formales que
ordenaban la protección de los depositantes, llegó el momento de votar la
famosa "causa Smith”, que resolvía sobre el fondo de tan trascendente cuestión.
En esa situación se pasó a un cuarto intermedio porque el doctor Fayt quería
hacer algunas modificaciones de mera forma a su voto concurrente y, una hora y
media después, se continuó con el tratamiento de la sentencia.
Pero,
imprevistamente, ya que a excepción de Belluscio los ocho restantes habíamos
firmado esas ochocientas causas donde el “resultado formal” era idéntico al que
se fundamentaría con el "caso Smith”, Petracchi y Bossert manifestaron un
cambio de criterio y resolvieron abstenerse de firmar. ¿Cómo puede ser que
hayan tenido tiempo de estudiar los ochocientos proyectos anteriores para
firmarlos y después del cuarto intermedio no firmar el "caso Smith”
alegando falta de tiempo para su estudio? ¿Qué había pasado? Petracchi lo había
estudiado bien ya que había mencionado declarar la inconstitucionalidad.
Hay
un dato que tal vez pudiera echa luz a este confuso episodio. Poco antes de
reiniciado el acuerdo, cuando regresaba yo de mi despacho en camino hacia la
sala, entre al despacho del doctor Fayt y me encontré con Petracchi tratando de
convencerlo de que desistiera de votar, a lo que Fayt se rehusó
terminantemente. El cambio inexplicable y ostensible indicaba que la Corte
estaba alterada para funcionar de manera normal, y esas dos abstenciones luego
del cuarto intermedio lo demostraban. La influencia y la presión políticas eran
tan feroces como despiadadas.
Petracchi
adujo después en algunos medios que no había tenido tiempo de interiorizarse en
el caso. El fallo salió un viernes 1º de febrero de 2002, el primer día hábil
posterior a la feria de enero. Y más tarde, para preservarse de su inexplicable
proceder, inventó el incomprensible pretexto de no poder intervenir en todos
los temas de la defensa de la propiedad de los depósitos, ya fuese del llamado
“corralón” o su anterior “corralito”, por ser titular de un depósito a plazo
fijo. Sin embargo, eso no le había significado ningún conflicto a la hora de
firmar aquellas ochocientas causas anteriores (que, dicho de paso, están como
prueba en los registros de la Corte). Pero, además, su impedimento no era tal
porque se trataba de un depósito en una institución bancaria pública, y según
lo disponía expresamente el artículo 17 del Código Procesal, por la
característica de estos depósitos no eran causal de excusación. ¿Qué había
sucedido en un lapso no más de noventa minutos del cuarto intermedio? ¿Qué
cosas habían ocurrido en los días y horas anteriores?
Petracchi
investigado
Mi
relación con el doctor Petracchi tuvo siempre muchos altibajos, que iban desde
situaciones conflictivas hasta momentos en que todo se normalizaba. Pasaré a
relatar algunas de esas circunstancias con la esperanza de que expliquen en
parte su negativa a firmar el caso en cuestión.
Yo
había llegado a la Corte proveniente de la Cámara Federal en lo Civil y
Comercial, donde antes de mi incorporación había tramitado la “causa Azucarera
Tucumana”, en la cual se había dictado un fallo a favor del Estado, según voto
del doctor Octavio Amadeo, que fue dejado sin efecto por la Corte en una
sentencia que en mi fuero de origen dejó muchas dudas. También había tenido
confrontaciones cuando ingresé al tribunal y Petracchi intentó disponer lo que
yo tenía que hacer respecto del personal de mi vocalía, cosa que no admití.
Además, le recriminé por un accidente de tránsito ocurrido en oportunidad de
salir de su campo en la localidad de Monte conduciendo un automóvil oficial. A
pesar de ello, por las obligaciones de la función, hubo períodos en que la
necesidad de una convivencia aceptable nos llevó a tener una relación cordial.
En
la época en que se desarrollan estos episodios (entre 1999-2002) pasábamos
justamente por uno de estos últimos períodos amigables, cuando me pidió que
interviniera a su favor frente a un juicio político que se le había iniciado,
acusándolo de haber recibido un pago, vía Montevideo, por 580 mil dólares, que
los denunciantes relacionaron con una supuesta coima en una causa que había
llegado a la Corte por la resolución del rebalanceo telefónico. Se había
detectado una operación bancaria efectuada en 1998, poco antes de la salida del
fallo en cuestión, por la cual el Federal Bank, sucursal Uruguay, propiedad de
Raúl Moneta, ordenaba al Citibank de Nueva York una transferencia por ese monto
a una cuenta en el Banco Santander a nombre de Petracchi. Un grupo de diputados
encabezados por Elisa Carrió, Graciela Ocaña y Gustavo Gutiérrez había promovido
la investigación del caso.
El
me aseguró que el dinero pertenecía a un primo suyo, el doctor Santiago
Petracchi, que a su vez era abogado de Telefónica, y yo le creí. Al borde de la
desesperación me pidió que intercediera a su favor. Llamé entonces al diputado
Carlos Soria, que era miembro de la comisión investigadora que presidía Carrió,
y éste concurrió a verme a la Corte. Entonces le expliqué el motivo y accedió a
escuchar a Petracchi de modo directo en mi despacho. Lo llamé para que viniera a
mi vocalía y así fue como tuvo la oportunidad de explicar su versión sobre el
dinero y Soria se comprometió a interceder por él.
También
intervine a su favor con quien luego sería vicepresidente de la República y dos
veces gobernador de Buenos Aires, y por entonces diputado Daniel Scioli, que
era otro miembro de la comisión que lo investigaba. La situación fue idéntica:
Scioli fue a mi despacho, luego de mí llamado ingresó Petracchi y le transmitió
la versión exculpatoria sobre el origen de esa remesa de dinero. Gracias a mi
intercesión de buena fe la gestión dio resultado porque la diputada Carrió
desactivó la investigación y Petracchi pudo hacer su descargo en la justicia.
Pero,
¿Qué tiene que ver todo esto con el "caso Smith”? Unas semanas antes del
fallo ocurrió el siguiente episodio, mencionado en el libro "Justicia era
Kirchner", de Pablo Abiad y Mariano Thieberger. En ese tenso clima
existente en los comienzos de la Presidencia de Duhalde, en la feria de enero
de 2002, el secretario de Estado de la SIDE, Carlos Soria, me llamó a mi
celular oficial y me pidió una reunión urgente (¡ya mismo!, me dijo). Me
advirtió que mandaría un automóvil Ford Falcon blanco, pero sólo después de
cambiar de coche en algún punto del camino y dirigirnos hacia un lugar de reunión
que no me reveló. Parecía una película de suspenso.
Ante
semejante propuesta, y en medio de un turbulento clima político que se vivía
por entonces, con amenazas de muerte contra mi persona y escraches a nuestro
domicilios, fomentados personalmente por organismos oficiales y algunos
periodistas, le respondí que no quería ningún coche ni chofer extraños, que lo
hiciéramos todo de modo formal, que con gusto lo recibiría en mi despacho o
iría al suyo si tenía algo oficial que decirme, siempre que fuera también un
despacho público.
Convenimos
entonces en reunirnos en su oficina en la SIDE; pero ante los temores que
manifestaba mi esposa pensé que debía tomar algunos recaudos. Así le preparé
una lista de nombres y teléfonos a quienes llamar en caso de que yo no
regresara en el término de tres horas. El listado incluía, además de mis
colegas del propio tribunal y de otros estados extranjeros, a magistrados de
las cortes de Uruguay, Chile, Estados Unidos, Brasil, Perú y Costa Rica.
También a algunos políticos, eclesiásticos (los cardenales Jorge Bergoglio y
Leonardo Sandri, el nuncio apostólico monseñor Adriano Bernardini y el
arzobispo Rubén Héctor Di Monte) y otros diplomáticos amigos acreditados en
Buenos Aires.
Dispuse
que uno de mis custodios, el sargento Jorge Melo, se quedara esperado en la
Catedral Metropolitana, le di instrucciones sobre qué hacer en caso de que no
volviera en el caso de sesenta minutos, y me fui con otro custodio, el sargento
primero Juan Carlos Giunta, que oficiaba de chofer, hasta la sede SIDE, donde
hicieron ingresar el vehículo oficial de la Corte por la Avde. Leandro N. Alem.
Allí me estaban esperando. En la reunión, además de Soria se encontraba el
flamante ministro de Justicia, doctor Jorge Reinaldo Vanossi.
El
secretario de Estado de Inteligencia me dijo que conocía el voto que López y yo
estábamos preparando en la "causa Smith” y me pidió que desistiéramos de
esa posición jurídica. Le adelanté que yo no pensaba cambiarlo si ese era el
motivo de la reunión. Entonces Soria hizo la objeción que otros utilizarían
después y que consistía en que no había razón para que cambiemos el (supuesto)
criterio utilizado para ordenar al doctor Kiper devolver su depósito.
Recordemos que todos se sentían decepcionados por el hecho de que la Corte
hubiera (supuestamente) avalado el corralito. ¡Ahora parecían decepcionados de
que la misma Corte (supuestamente) cambiara de opinión que los había
decepcionado antes!
Les
aclaré a Soria que la situación era distinta, en primer lugar por las modificaciones
introducidas por el nuevo gobierno, que con el corralón habían agravado la
situación de los ahorristas; pero además porque en aquel caso lo que se había
hecho, siguiendo la opinión del doctor Belluscio, era no convalidar la conducta
de un juez por mano propia haciéndose nombrar a sí mismo o a si representante
(lo que sería igual) como oficial de justicia ad hoc. En el "caso Smith”,
en cambio, se iba a resolver el fondo del asunto analizándose si las leyes que
afectaban los depósitos en divisas extranjeras, especialmente dólares, eran
constitucionales o inconstitucionales.
Le
expliqué que estábamos obligados a decidirnos en un sentido u otro por la
situación de violencia que se vivía, que la Corte no podía dejar de definirse
frente a las operaciones que se hacían en su contra haciéndola aparecer como
culpable del desastre económico tras la caída de De La Rúa y que, por otro
lado, con la nueva Ley de Emergencia Económica el gobierno acababa de
obligarnos a pronunciarnos legalmente vía per saltum. Además le manifesté que
el voto ya se había consensuado con el resto de los ministros mediante
conversaciones telefónicas, y especialmente relaté lo que había sucedido con
Bossert y Petracchi. Entonces, al mencionar a este último, Soria salto
enfurecido gritado, palabras más, palabas menos: “Decile a ese… que de la misma
manera en que yo lo salvé a tu pedido por el tema del rebalanceo telefónico, le
voy a levantar la mano a la Gorda, porque está absolutamente probado que el
dinero era de él. Y nosotros tenemos la prueba”. En las palabas de Soria (de
las que me hago responsable) no había puntos suspensivos, sino una expresión
que me abstendré a reproducir. Y “la gorda” a la que se referia era la diputada
que había denunciado a Petracchi, es decir, Elisa Carrió.
Mientras
Vanossi guardaba silencio, en ese pequeño debate la reunión quedó agotada. El
gobierno conocía a través de su servicio de inteligencia el criterio
mayoritario de la Corte. A la sazón, digno es reconocerlo, el único que siempre
estuvo a favor de la pesificación y en contra de los demás ministros fue el
doctor Augusto Belluscio, que no firmó el "caso Smith”, pero que años
después, ya caídos todos nosotros y derogada la jurisprudencia por ese
mamarracho que es la "causa Bustos” (del 26-10-2004), como se verá
oportunamente en próximos capítulos, no sólo la firmó, sino que su voto
calificó nuestro impecable y ejemplar pronunciamiento constitucional de
“funesto precedente”. Pero siguiendo con lo sucedido en ese acuerdo del 1º de
febrero de 2002, cuando después del cuarto intermediario Petracchi dijo que se
abstendría de votar, le reproché su conducta señalándole que todo parecía
indicar que Soria lo había llamado para decirle lo mismo que a me había dicho a
mí, y se lo repetí palabra por palabra.
Varios
días después vinieron las excusaciones de Petracchi con el pretexto de ser
titular de un plazo fijo. Al mismo tiempo, Fayt era recusado porque estaba en
esa misma situación respecto de otro depósito, pero demostró que el deudor era
una entidad oficial (situación igual a la de Petracchi), por lo cual no
correspondía su apartamiento. También a mi intentaron recusarme violando mi
secreto bancario (por lo cual inicie una causa penal en el juzgado federal de
turno). La recusación era una abogada a quien yo no conocía, de apellidos
Iribarren, que luego me informaron había sido encomendada de la SIDE a tales
fines. La recusación fue rechazada por la Corte ya que pude demostrar que no
tenía ningún plazo fijo en dólares a mi titularidad. Para ello, debí hacer el
informe de rigor ante mis colegas y probé que los plazos fijos que se me
atribuían eran, en un caso, de mi suegra, y en otro, de la fundación que lleva
el nombre de mi querida primera esposa fallecida, creada en su memoria para
ayudar al funcionamiento de la sala de emergencias médicas del Aeropuerto
Internacional Ministro Pistarini de Ezeiza. Es decir que no existía ningún
interés personal de mi parte. Sin prejuicio de ello inicié una querella contra
la denunciante y contra el banco por violación del secreto bancario que, como
de costumbre, no prosperó.
Hay
un detalle que o debe escaparle al lector. Luego de reiniciado el acuerdo tras
el famoso cuarto intermedio, Duhalde llamó al presidente de la Corte. A pesar
de que existe una norma estricta que prohíbe a cualquier persona ingresar a la
sala de acuerdos, el ordenanza hizo una excepción y entró para comunicarle a
Nazareno que el Presidente de la Nación quería hablarle. Casi todos los
acompañamos hasta su despacho y asistimos a la conversación mediante el sistema
de manos libres del teléfono.
Duhalde
pidió a la Corte que el fallo no saliera porque según su criterio perjudicaría
al país y a la economía. Nazareno le comunicó que la decisión estaba tomada y
el fallo estaba firmado, y le ratifico que no se podía hacer otra cosa frente a
la situación que vivía el país que reafirmar la vigencia del derecho de
propiedad, ya que no había un remedio mayor para los males por los que
estábamos atravesando. A su vez, Soria llamó a Moliné O’Connor con el mismo
pedido. Y Vanossi hizo lo mismo con distintos jueces, a la vez que hacia
declaraciones en todos los medios diciendo que, en la emergencia, la Corte, en
antiguas composiciones que yo no había integrado, siempre había convalidado
medidas como las que se habían tomado contra los depósitos. Lo cual era
lamentablemente cierto.
Pero
con la composición de la mayoría de los ministros que por entonces integrábamos
en el tribual, preferíamos afrontar todas las diatribas, todos los ataques,
todos los juicios políticos que vinieran, antes que violar la Constitución
Nacional, y como señala su artículo 29, antes que “otorgar sumisiones o
supremacías por las que la vida, el honor o las fortunas de los argentinos
queden a merced de gobiernos o persona alguna. Actos de esa naturaleza llevan
consigo una nulidad insalvable, y sujetarán a los que formulen, consientan o
firmen, a la responsabilidad y pena de los infames traidores de la Patria”
(sic). De eso justamente se trataba lo que estaba sucediendo.
Pero
veamos cual era realmente el peso y el sentido de la causa “Smith”.
Un
fallo incuestionable
El
derecho de propiedad está especialmente garantizado por la Constitución
Nacional y por los pactos internacionales, entre ellos el de San José de Costa
Rica, que lo considera expresamente como parte integrante de los derechos
humanos. La denominada Ley de Intangibilidad (25.466) de los depósitos
disponía, respecto de todas las imposiciones –en pesos o en moneda extranjera,
a plazo fijo y a la vista, captadas por las entidades financieras-, que el
Estado Nacional en ningún caso podría alterar las condiciones pactadas entre
los depositantes y la entidad financiera. La disposición era omnicomprensiva de
la prohibición de canjearlos por títulos de la deuda pública nacional u otro
activo estatal, prorrogar su pago, alterar las tasas pactadas o la moneda de
origen, así como de reestructurar los vencimientos.
Sin
embargo, poco tiempo después de sancionada esa ley, se la pasó por encima,
junto con la Constitución Nacional y demás pactos internacionales. El Decreto
1.570 (dictado el 1-12-2001 por el doctor De la Rúa) estableció las primeras
restricciones en medio de la emergencia. Si bien estas restricciones eran
temporarias y sólo afectaban el reitero de dinero en efectivo por encima de
determinado tope, se impedía si libre disposición contante y sonante, permitiéndosela
sólo dentro del sistema financiero. Pero no se alteraba la modalidad ni la
moneda bajo la cual se habían efectuado los depósitos y se prorrogaban las
fechas de cancelación. Tampoco el Estado se apoderaba de los fondos ni los
canjeaba por deuda pública.
No
obstante, ya con el gobierno de Duhalde, el 6 de enero de 2002 la situación
varió de manera sustancial al sancionarse la Ley 25.561, llamada “de Emergencia
Pública y Reforma del Régimen Cambiario”, el “corralón” duhaldista, que
ratificó en primer lugar aquel Decreto 1.570/01.
Además
se derogó la Ley de Convertibilidad, con excepción de ciertas modificaciones
que se mantenían específicamente referidas al Código Civil, y se dispuso la
suspensión de la intangibilidad de los depósitos durante la emergencia, es
decir hasta el 10 de diciembre de 2003, lo que equivalía a suspender la
vigencia del artículo 17 de la Constitución Nacional y los pactos
internacionales.
En
suma, si bien se había derogado la convertibilidad premisa de oro durante la
última década en materia cambiaria y de contratos (entre ellos los depósitos
bancarios), se encorsetò el dinero de los depósitos existentes en el sistema
financiero obligando a los titulares a percibir sumas inferiores a las pactadas
con las entidades, en una moneda que no era originariamente acordada y en un
plazo que, en muchos casos, podía extenderse indefinidamente, como viene
sucediendo.
Si
esto no podía ni debía ser considerado una vulneración y aniquilación del
derecho de propiedad tal como lo determinò nuestra sentencia, no se me
ocurre cual situación podría ser catalogada de esa manera.
Pero
no se vaya a pensar que había otras opiniones contrarias que fueran
jurídicamente válidas.
Nos
juzgaban por esa sentencia, pero nadie nos discutió en derechos su contenido.
Nadie
dijo que estuviéramos equivocados.
Esa
“cuarta instancia” en la que se convirtió el Congreso no intentaba rebatir
nuestros argumentos.
Solo
estaba claro que el respeto del artículo 17 de la Constitución no le convenía
al proyecto “corralón”, mucho menos de lo que le convenía al antiguo
“corralito”.
Nótese
especialmente que la Corte solo se pronunció sobre el derecho de propiedad y,
eventualmente, sobre los derechos adquiridos que integran al de propiedad en su
conjunto.
Pero
nunca se expidió sobre el nuevo valor de la moneda, ya que su fijación es
facultad pura y excluyente del Congreso de la Nación, conforme lo dispone el
artículo 75, inciso 11. No obstante esa realidad, allí empezó una nueva campaña
política y mediática contra nuestra Corte, haciéndola creer a todas las fuerzas
vivas de nuestro país y del extranjero –en especial a los exportadores, los
industriales, los sectores del campo r incluso a los propios gremios obreros-
que nuestra intención era dolarizar la economía.
Si
defender estos principios podría ser considerado mal desempeño delito,
bienvenida seria cualquier condena. Es que tan transparente e incuestionable,
por lo ajustado a la Constitución, es la sentencia recaída en la "causa
Smith”, que, como se verá oportunamente, en los juicios políticos que se nos
iniciarían en 2002 y 2003 debieron inventar otras causas que nada tenía
que ver con el fallo.
Sin
embargo, no se puede hacer un balance acabado de una situación sin tener en
cuenta el modo en que se informó (y/o se desinformo) a la población, misión
bajo la responsabilidad, claro está, de los medios.
El
granito de arena de los medios
En
el caso que estamos estudiando, hubo una particularidad que trasvasa todo el
análisis: aquellos encargados de informar eran actores y partes en la crisis
que se vivía.
Ellos
habían puesto mucho más que un granito de arena para que los hechos se desencadenaran
como lo hicieron, porque algunos se encontraban en grandes problemas
financieros y de proto, con las medidas económicas posteriores al 2001, se
vieron altamente beneficiados.
Pero
también tenían otros intereses, como simple y llanamente hacer negocios. Lo
cierto es que la situación de la prensa después del colapso de 2001 pasó a la
categoría de “libertad asistida”.
De
buenas a primeras las protestas en las calles empezaron a ser ignoradas por los
distintos noticieros, y durante los sucesivos y cortos gobiernos a partir de la
caída de De La Rúa se tapó sistemáticamente que se había fundido casi todas
las provincias, con la de Buenos Aires a la cabeza, la cual había dejado
despojado a su histórico Banco Provincia (BAPRO).
No
hubo una sola denuncia en los medios a raíz de los desmanejos (por usar una
palabra amable) de ese banco, que debió inventar un fideicomiso para disimular
su situación patrimonial.
A
tal punto fue así que cuando el presidente del Banco Central, doctor Pedro Pou,
trató de verificar el estado legal patrimonial del banco, esta entidad autónoma
se amparó en el Pacto de San José de Flores, que la preservaba del poder
central de la Nación, argumentando que la creación del banco local había sido
anterior a ese pacto (que databa del 11 de Noviembre de 1859).
El
intento del doctor Pou le costó el cargo por un supuesto “mal desempeño”, que
se habría cometido al tratar de cumplir con su deber en momentos de gran
confusión y contra el poder de la provincia de Buenos Aires. Imaginando hoy una
mera hipótesis, si el doctor De La Rúa en lugar de decretar el estado de sitio,
que de nada sirvió, hubiera intervenido en el BAPRO o la propia provincia de
Buenos Aires, desde donde se gestó gran parte de su caída, tal vez su suerte
habría sido otra.
El
manejo de la publicidad oficial no solo era tan discrecional como el de los
fondos reservados, sino que todas las empresas, incluidas las periodísticas, se
encontraban en un estado de subsistencia precaria.
Y
de eso Duhalde supo sacar provecho político.
Si
se hace un recorrido por los diarios de la época durante los primeros meses del
2002, se verá que el nivel de crítica y virulencia contra la Corte dan un salto
a partir del caso “Smith” y la consecuente decisión oficial de quitarse de
encima a la cabeza del Poder Judicial, es decir, a la Corte Suprema de
Justicia.
El
uso del concepto de “Corte menemista” por parte de Página/12, acuñado por
Verbitsky antes de la reforma constitucional de 1994, se trasladó a
prácticamente todos los medios.
Lo
mismo ocurrió con la apelación a la expresión “mayoría automática” para
desprestigiarnos. La Corte paso a ser llamada “Corte adicta”, “mayoría
automática” o “Corte menemista”, y otros exabruptos por el estilo. Y la
descalificación fue el paso previo a la distribución completa del alto
tribunal.
Con
anterioridad al dictado del fallo “Smith”, según los medios el problema con la
Corte residía en que se la suponía atada y dependiente de las necesidades del
Poder Ejecutivo. Después de aquella sentencia que reafirmaba el derecho de
propiedad, esa misma institución desafiaba y ponía en peligro a ese Poder. Así,
muchos de los que semanas antes gritaban “independencia” ahora se quejaban,
justamente, de la independencia.
Eduardo
van der Kooy, por ejemplo, como consecuencia del fallo “Smith” decía en uno de
sus panoramas políticos: “El gobierno, ante el más grave desafío de poder.
El
fallo de la Corte Suprema buscó acorralar a Duhalde.
Y
quizá torcer el nuevo rumbo económico.
Pero
la alianza oficial reaccionó rápido.
El
juicio político, ineludible, añade otro conflicto y más tensión a la crisis”.
Y
calificaba de “desbarro” a la sentencia que poco antes nos decían que la
sociedad estaba reclamando:
“Está
el divorcio tajante de la sociedad con las instituciones y con la totalidad de
la clase dirigente; hierve una queja popular legitima, pero también
repetidamente desmadrada; se acaba de declarar, además, con el desbarro de la
Corte, un gravísimo conflicto de poderes”.
¿Conflicto
de poderes?
¿Dictar
sentencias no seguía estando a cargo del Poder Judicial? ¿El divorcio no se
debía a la falta de confianza en la defensa de sus derechos por parte del
Estado? ¿No estaba el enojo con la Corte basado en la errónea idea inicial de
que la causa Kiper (que no era el tema de fondo) había convalidado el
corralito?
Cada
uno sacará sus propias conclusiones. Pero es preciso recordar que nuestra Corte
estuvo toda la feria de enero asediada y soportando en solitario presiones de
todo tipo mientras preparaba esa sentencia. Recuerdo que cada vez que me
levantaba de mi escritorio simplemente para ir al baño tenía que moverme entre
gendarmes y policías. No obstante, cuando podía me escapaba y me mezclaba entre
los manifestantes y la fila de los ahorristas, lo que generaba gran
preocupación a mis custodios y asombro de los periodistas que me descubrían.
Recuerdo a una reportera que me entrevistó entre la muchedumbre diciendo que yo
abusaba porque no me reconocían. Y puede que hubiera tenido razón.
Pero
Van der Kooy al menos reconocía que el malestar con el Poder Judicial se debía
a la sentencia sobre el corralito, y no al cúmulo de pretextos que se usaron
entonces y el año siguiente para deshacerse de una justicia molesta.
A
favor de los ahorristas, ¿en contra del gobierno?
No
está de más revelar aquí que una de las primeras gestiones de Vanossi como
ministro de Justicia de Duhalde consistió en invitarnos a mí y al doctor
Belluscio a su casa de Barrio Parque, donde conversamos largo tiempo, y luego
nos visitó en el Palacio de Justicia, donde fue recibido por los integrantes de
la Corte en pleno. El problema para el nuevo Presidente no era ningún historial
nuestro, mucho menos el criterio del "caso Kiper", sino cómo
reaccionaria el Poder Judicial a su plan enviado al Congreso el 4 de enero. Tal
plan consistía en terminar con la convertibilidad mediante una “pesificación
asimétrica”, la confiscación de los depósitos y una hiperdevaluación. El mismo
plan que Cavallo había descartado por requerir un avance grosero sobre los
derechos de la propiedad.
La
posición de Vanossi era un tanto particular porque, de buena fe sin duda pero
muy equivocadamente, le había asegurado a Duhalde que, de acuerdo con la
tradición de la Corte, para casos de emergencia las decisiones del Legislativo
iban a ser evaluadas por el alto tribunal, aunque mellaran e incluso violaran
el derecho a la propiedad. Ese fue el error que creó una expectativa que, a su
vez, potenció un conflicto que o debió ocurrir.
Nuestra
Corte estaba decidida a volver a las fuentes constitucionales de defensa del
derecho de la propiedad privada, es decir, a las mejores tradiciones de nuestra
vida institucional, sobre la base de un proyecto de sentencia con el cual al
principio todos los ministros menos Bellucio estábamos de acuerdo.
Convencidos
de decirle no al avallasamieto de los derechos de la población, no al golpe de
estado civil y palaciego, no a la violación de los derechos humanos o de
cualquier garantía constitucional consagrada, no a incurrir en el otorgamiento
de la suma del poder a político alguno.
No
estamos hablando de una negativa caprichosa por no comprender las dificultades
políticas de un gobierno, sino de entender que no hay mejor remedio para una
emergencia que volver a los principios fundacionales de una república.
Fue
ese sentido del cumplimiento del deber lo que determino el golpe contra la
Corte.
Lo
peor del juicio político que se inició a partir de ese entonces fue que, como
sucedería en los años siguientes, ni el gobierno ni la oposición advertían lo
que estaba en juego.
En
algunos casos extremos, como el de Carrió, su confusión era tal que se
convirtió en abanderada de esa causa del juicio político contra la institución
“Corte Suprema de la Justicia de la Nación”, no contra algunos de sus miembros
individualmente.
La
doctora Carrió es un caso de verdad curioso.
Es
una persona de convicciones no muy sólidas, como lo demuestran sus
antecedentes:
Fue
fiscal del gobierno militar cuando gobernaba en el Chaco el general de brigada
Antonio Serrano.
Ya
en la democracia fue diputada constituyente en la reforma de 1994 por su
provincia y luego, ante el fracaso de una elección política en su provincia
natal, paso a ser una referente de la ciudad de Buenos Aires, donde en 2007
obtuvo un honroso tercer puesto.
Como
diputada tuvo varios casos de denuncia contra la corrupción pública que le
valieron y le valen el reconocimiento de importantes sectores de la ciudadanía,
que la consideran un ejemplo de valentía política y personal.
No
obstante, al no haberse demostrado nunca la verdad de sus denuncias, aparece
muchas veces ante los ojos de los ciudadanos como poco creíble.
Al
día siguiente de dictado el "caso Smith” declarando la
inconstitucionalidad do todo el sistema de restricciones, Duhalde soltó una
suspicacia al revés:
“Esta
decisión de la Corte, casualmente tomada cuarenta y ocho horas después de que
el Congreso habilitara el juicio político, es muy grave”. Lo sintomático era,
en vez de eso, que se habilitara el pedido de juicio político cuarenta y ocho
horas antes de que fuéramos a tomar una decisión que se había estado elaborando
durante todo enero y que el Presidente y su ministro de Justicia, y el secretario
de Estado de la SIDE, en fin, todo el Poder Ejecutivo y Legislativo, conocían e
intentaban frenar. Sin embargo, ya sabíamos sobre las intenciones originales de
Duhalde. En una comida cuyo anfitrión fue entonces el arzobispo de Mercedes,
monseñor Rubén Di Monte, a la que concurrimos con el ministro Guillermo López,
el arzobispo fue el primero en comentarnos que el nuevo gobierno tenía planeado
llevar a cabo el juicio político contra todos los ministros para así poder
obtener el aval a las medidas económicas.
Y
eso requería una nueva Corte.
Por
suerte, nosotros no cejamos ante la amenaza.
(...)
El 4 de diciembre Clarín efectuaba la siguiente y esclarecedora frase:
“En
el gobierno no descartan, incluso, que la Corte pueda seguir fallando a favor
de los ahorristas y en contra del oficialismo”.
Estar
a favor de los ahorristas era estar en contra del gobierno.
Sin
embargo, desde el oficialismo se informaba que el fallo de la Corte les había
impedido lanzar las medidas que favorecerían a los ahorristas.
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