Jose
Benegas
En
uno de los reportajes del día Mauricio Macri responde sobre el dilema
gradualismo vs. shock a un Jorge Fontevecchia que lo tutea y a su vez es
tuteado, resabio del orgullo de la guaranguería que dejó el kirchnerismo.
Primero
el presidente comenta que en Cambiemos hay lugar a todo tipo de opiniones, pero
ante la insistencia del periodista avanza a afirmar primero que un 90% de las
opiniones son en favor del gradualismo y, segundo, a preguntarle retóricamente
a su entrevistador si acaso había alguna otra opción.
La
conclusión es que el gradualista es el propio presidente y que lo que opinen
los demás lo tiene sin cuidado.
Su
idea es que las cosas las está haciendo bien porque el mundo lo elogia y porque
el descalabro es muy grande para desarmarlo de un solo golpe.
Lo
que nadie aclara, en un país con una retórica estatista excluyente y agobiante,
es cuál es el objetivo, con independencia de la velocidad a la que se quiera
ir.
Que
nadie le pregunte eso al presidente es un signo de absoluta falta de claridad.
Señor
presidente ¿a dónde quiere ir usted
gradualmente?
Ya
sabemos que no quiere cosas como “volver a los noventa”, lo que está
representado en el debate público como privatizaciones, desregulación, quitarle
protagonismo al estado.
Entonces
¿a dónde vamos?
¿Será
tan bueno al lugar a donde vamos que hay que ir despacito?
Algunos
temerosos saltarán a decir cosas sobre los noventa, que a mi me encantan como
material por todo lo que desnudan de los que nos pasa y por qué no salimos
nunca.
Habría
que hacer la lista de todo lo que no se puede hablar sin miedo en la Argentina
y ahí se encontrarán todos los problemas graves que la hunden, casi como si
fuera un paciente psiquiátrico.
Los
noventa es uno seguro.
Pero
miremos esta paradoja:
De
manera explícita para el gobierno el gradualismo significa endeudarse para
mantener las cosas como están mientras se hacen unos ajustes.
Si
eso no es el exacto error de los noventa ¿el
error de los noventa dónde está?
La
diferencia es que ahora esta vía es elegida sin ningún plan de reforma de
fondo, no hay privatizaciones, no hay intento de cambiar de rumbo al Titanic de
la previsión jubilatoria, no hay nada de eso ni bien ni mal hecho, simplemente
no existe.
Solo
tenemos el mantenimiento del gasto público, financiado con deuda del gobierno,
más planes keynesianos de obra pública.
Entonces
tenemos varios problemas que es necesario poner sobre la mesa, porque el
presidente puede elegir un camino hoy que no resulte y cuando eso se note,
alguien le va a tener que responder la pregunta que no pudo responder
Fontevechia.
La
alternativa en la que yo pienso la se puede encontrar aquí.
Hacia
ese lugar de plena libertad, una economía que atraiga inversiones para ganar no
para gastar, si se entiende de qué se trata, se va lo más rápido posible.
No
una solución sin costos, eso es infantil y además termina siendo el costo sin
solución, sino una solución con más beneficios que costos y cuyos resultados se
vean lo más rápido posible.
Si
se pensara que ese el objetivo, que no es el caso, el gradualismo sería ponerle
obstáculos, hacer una operación de apendicitis cortando un centímetro hoy y
otro mañana, en lugar de hacerlo a la mayor velocidad, si se puede con
anestesia.
Puede
pensarse en financiar la anestesia, nunca la no solución que es el llamado
gradualismo.
Una
cosa es financiar los analgésicos para no operar la apendicitis y otra la
cirugía.
Pero
no nos hagamos ilusiones, la playa imaginada es la keynesiana, de la emergencia
permanente donde si no hay estado no hay economía porque la gente se tira a
dormir la siesta.
Ese
es el dogma más extendido en la Argentina, el nuevo pensamiento único.
Mucha
gente muy crítica de los noventa parece anestesiada a la hora de criticar el
rumbo económico actual, que tiene toda su parte negativa y nada de su parte
positiva.
Menem
fue más “gradualista” en materia de gasto público de lo que es el gobierno
actual.
En
paralelo a las reformas del sector público, las privatizaciones y las desregulaciones,
que fueron muchísimas, el gasto aumentó, en gran medida por la continuación de
todo lo “social”, que a este y a todos
los gobiernos les encanta y consideran indispensable para la continuación de la
vida en la tierra.
Eso
no se critica porque da miedo, es mucho más cómodo centrarse en problemas de
conducta y verso pseudo institucionalista.
Menem
financió esa continuidad del gasto con endeudamiento público.
Todo
se sentía bien cómo se va a sentir bien una vez que ingresen los nuevos
préstamos (los que cobren las comisiones lo van a sentir todavía mejor) después
de arreglar los asuntos en el juzgado de New York, el problema es que ese
ingreso de dólares afectará la rentabilidad de los exportadores.
En
vez de ingresar dólares por producción, ingresarán por deuda del sector
improductivo público y se producirán otros efectos que ya hemos conocido.
En
esta retórica de financiar la fiesta a la que se llama gradualismo, mucha gente
señala que a partir de pagarle a los holdouts, algo que hay que hacer para que
haya más crédito para el sector privado, no el público, se podrán obtener
fondos a mucho mejores tasas.
Lo
cual es cierto.
Eso sirve para
el sector privado que tiene un flujo productivo.
Recibe
un capital, lo invierte, le saca un rendimiento superior a la tasa, devuelve el
capital y paga la tasa y al final sale ganando.
Pero
el sector público no produce nada, por lo tanto la tasa que pague es un asunto
secundario, el problema es devolver el capital después de haber sido consumido
en actividades no rentables o directamente quebrantos.
Acá
me parece que hay que distinguir por un lado los planes de obras y dentro de
los planes de obras todavía habría que hacer una segunda distinción entre las
que son indispensables ahora y las que se hacen de acuerdo a la mitología
keynesiana de que el ahorro es un problema y hay que consumirlo.
A
las primeras se les podría aplicar el criterio, aún discutible, de que
financiarlas es una forma de distribuir el costo entre las generaciones que las
utilizarán.
A
las segundas no les cabe esa distinción, porque tienen como pretendido fin
“ayudar” a la economía del presente. Encima no dilapidando ahorro en nombre del
keynesianismo sino mediante deuda.
Sin
embargo cuando se habla de “gradualismo”, se está reconociendo que hay una
parte del gasto que se va a financiar que es completamente inútil, pero que
mejor mantenerlo un tiempo para no perjudicar a sus beneficiarios. Entonces el criterio es que en vez de
liberar al contribuyente del gasto reconocido como improductivo, hay que
endeudarlo para que lo siga pagando.
El
problema es que al final el país se encontrará con el mismo nivel de gasto que
se financió, más la deuda, más una deuda adicional por obras públicas, con un
sector exportador dañado.
Ese
es el resumen de qué se está implementando con el gradualismo, pero por
supuesto que hay alternativa.
Se
llama economía de mercado.
Ahí cada
operación es medida por sus participantes en función de que los beneficios sean
mayores que los costos, en lugar de cuidar que no se caiga la estantería
con el temor a las desgracias que imaginamos, cada persona contribuye apostando
a ganar, el gran pecado argentino, en consecuencia puede pagar sueldos y
comprar cosas a sus productores.
Esa
alternativa no requiere tutores ni místicos.
Hay
cuatro años para contestarle la pregunta al presidente sobre qué más se puede
hacer.
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