Existe
en todo hombre la tentación de volver al pasado por considerar que ha sido
mejor.
Desde
la copla de Manrique:
Despierte el alma dormida – avive el seso y despierte- contemplando – como se pasa la vida- como se viene la muerte – tan callando – cuan presto se va el placer – como, después de acordado- da dolor – como a nuestro parecer –cualquiera tiempo pasado fue mejor.
Despierte el alma dormida – avive el seso y despierte- contemplando – como se pasa la vida- como se viene la muerte – tan callando – cuan presto se va el placer – como, después de acordado- da dolor – como a nuestro parecer –cualquiera tiempo pasado fue mejor.
Será
porque el pasado es conocido, el futuro es incierto y el presente es suceso.
Pero
el andar del tiempo es inexorable y no tiene vuelta atrás, y vivir en el pasado genera la desdicha de
Funes el memorioso.
El
recuerdo del pasado es la mirada que hacemos desde nuestro hoy a los
acontecimientos ocurridos en nuestra vida, con una actitud crítica y proyectada
a mejorar las respuestas dadas en su momento y que pudieron ocasionar
sinsabores o problemas.
En ese sentido el pasado sirve para que nuestra
conducta sea más adecuada a las situaciones y las experiencias nos hagan
progresar en el comportamiento.
Pero
la actitud cuando el pasado se vive en forma permanente, o uno se queda en él,
y no puede asumir el progreso del camino de la vida, hace que la mente y la
psiquis del individuo se niegue a asumir los desafíos de la hora, sienta temor
a lo incierto del hoy y el futuro, y pretenda asegurarse como en un estado
infantil en lo que ya ha vivido.
La
culminación de este proceso es la obsesión que se manifiesta en ciertos
aspectos puntuales del pasado, que han sido negativos, y que no desearíamos
haber vivido, con su implicancia de culpa y negación, como queriendo volver a
dicha situación y cambiarla.
Lo
absurdo del momento, es que ya acaeció, no estamos en él y además conocemos el
final, como ha sido el desarrollo y la culminación del mismo, y esto es
irreversible, ya sucedió y no volverá a suceder de otra manera.
El
pasado está inscripto en la memoria, y atarse al mismo perturba el desarrollo
de la persona en el presente e impide que se lo disfrute, se sea feliz y que se
pueda sacar provecho de las experiencias vividas.
Dice
un proverbio árabe que hay que saber que lo pasado ha huido, lo que esperas
está ausente pero que el presente es tuyo.
Permanecer en el
pasado es nefasto para el individuo y para los pueblos.
La
vida es flujo, es proyección, es una aventura fascinante que merece vivirse con
toda la intensidad que el ser es capaz.
Es
necesario, coraje, voluntad, humildad para aceptar lo que pueda acaecer, y la
mente limpia y el corazón puro para encarar el imperativo de la hora y planear
el futuro.
Vivir
aferrado al pasado es la negación misma
de la existencia, es pretender convertir
la dinámica de la existencia en un absurdo estático de lo que ya fue, y
crear un lugar estanco que impide todo
avance y progreso.
Uno
de los atributos del hombre es ser perfectible, es decir cada vez mejor.
Para
perfeccionarse, la mirada del pasado debe ser crítica y proyectiva, hacia el
hoy y en relación a aquello que se
pretende construir.
Dentro
de nuestras posibilidades podemos construir nuestro propio destino, podemos
hacer de nuestras experiencias un comienzo de un tiempo mejor, una comprensión
de nosotros mismos y el discernimiento de nuestra vocación y nuestro camino.
Nuestro
desafío es construir el camino o desandarlo para refugiarnos cobardemente en lo
ya hecho.
Pero
existe en nosotros la propensión a quedarnos atrás y llorar sobre la leche
derramada, en lugar de sacar experiencia
para no volver a repetir los errores.
Porque
es lo que pertenece a otro tiempo, ido, perimido, pasado, donde no estamos ni
vamos a poder volver a estar.
Es una ilusión
fantástica, que no permite reconstruirlo, sólo rememorarlo, recordarlo.
Hay
que vivir el presente, con sus desafíos y sus consecuencias, para construir un
mundo mejor, en paz, armonía, solidaridad y amor con todos nuestros hermanos.
Elías D. Galati
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