Daniel
Muchnik
El
affaire Aduana se las trae...
No
sólo por la reciente separación de su responsable, Juan José Gómez Centurión,
suspendido provisionalmente, hasta que se determine su culpabilidad sino por el
organismo como símbolo consagratorio de la más extrema de las corrupciones.
Además
de ello, por los personajes que están involucrados, revoloteando con caras de
inocentes alrededor de esta historia.
En
una trama casi policial que serviría para vendérsela a los productores de cine
de Hollywood.
Gómez Centurión, quien antes
ejerció, entre 2012 a 2015, como responsable de la Agencia Gubernamental de
Control de Buenos Aires, tiene también una actuación elogiada en el sector
empresario privado.
Con
formación militar de grado en el Ejército, fue combatiente en las Malvinas y
participó en las protestas de los militares conocidos como los carapintadas.
Desde
ese pasado que quizás a algunos puede irritar, pero no juega ante Tribunales, saltó hasta convertirse en un
experto en seguridad requerido por su seriedad profesional y buenas y
criteriosas dotes en el oficio.
Contratado
por Cencosud también brindó, del mismo modo, asesoramientos a empresas
importantes del país.
Pero al entrar a
la Aduana sabía que pisaba fango resbaladizo y, por sobre todo, muy peligroso.
No
se quejó ante las puertas de ese Infierno.
Integrante
de un gobierno que cuida la imagen en materia de sospechas, separado por sus
amigos, Gómez Centurión salió a rebatir las acusaciones que le cayeron encima.
Advirtió
que la denuncia en su contra, basada en grabaciones, es una cama, preparada por
desplazados de los servicios de informaciones y otros grupos acusados por
fraudes, contrabandos millonarios y otros numerosos delitos.
Hay
nombres decisivos y otros ejes que estaban empeñados en continuar con sus
movidas fuera de la ley y que Gómez Centurión frenó.
El
ex-militar lo cataloga este castigo como un fusilamiento público de su persona.
Apelará
a la justicia y como carta de defensa exhibirá datos de sus actos de limpieza de
corrupción en la Aduana y de la manera
en la que frenó un fraude de u$s 14.500 millones en contra del Estado.
Un
dato que no necesita explicarse es que para supervisar los movimientos en la
Aduana se necesita chaleco protector de balas y traje de amianto de gruesa
dimensión.
Se trata de un
rincón donde se manejan millonadas, considerado desde hace décadas como centro
de un robo masivo enervante.
Los delincuentes
no actúan solos.
Están
asociados a otros delincuentes, a empresarios inescrupulosos, a mafias que se
adueñan del tráfico de mercaderías, a la participación ilegal de miembros de
los servicios de inteligencia, a Secretarías de Estado.
Todo
tiene precio en la Aduana.
Un
sólo ejemplo:
En
tiempos del cepo, para sacar un container con mercadería imprescindible, el interesado
(empresario en actividad o importador) debía oblar entre u$s 50 y 100.000.
En
conclusión:
Siempre hubo
mucho dinero en juego.
Se
afirma que representantes de distintos gobiernos salieron millonarios, con
dineros que no podían justificar en sus cajas fuertes
El
acto delictual se repartía ante la vista de responsables del gobierno, que
siempre miraban para otro lado y recibían, en el mismo día su parte del botín.
Sería
oportuno que la Justicia exhiba las conclusiones de la investigación de delitos
de los que se acusa a Ricardo Etchegaray, ex inamovible dueño y señor feudal de
la AFIP.
Si lo hace
podrán llenar un capítulo vergonzante de la historia argentina de las últimas
décadas, con procedimientos que se derivaban de gobierno a gobierno.
Si
eso ocurría a lo grande en el puerto o en los depósitos fiscales (gran parte de
ellos privados), la entrada de objetos personales para uso personal en manos de
los viajeros que llegaban a Ezeiza, frenados imprevistamente por gente de
Aduana, era casi un juego de niños en medio de un lugar en el mundo
definitivamente degradado.
Se
habla de un país donde los que tienen poder disponen si una empresa que
necesita insumos extranjeros aborda la quiebra porque alguien baja el dedo o el mismo que usa el dedo favorece cadenas
de negocios que respaldan la circulación de drogas alarmantes.
Una
de las patas del narcotráfico definitivamente integrado al país y a la vida
cotidiana de sus ciudadanos.
Aduana era el
reino donde se imponía entre el 10 y el 15% de comisión.
Hubo
containers que denunciaban 900 kilos de peso, pero verificados legalmente se
determinó que portaban 2000 kilos.
Buques
destinados a la exportación en especial de cereales no escapaban al pago
exigido por la corrupción.
Todo es un
enorme agujero negro que recibió sin comerla ni beberla el actual titular de la
AFIP
(Administración Federal de Ingresos Públicos), el reconocido experto Alberto
Abad, de quien también depende la Aduana.
Se
tiene entendido que las maldades en la Aduana fueron heredadas de costumbres
practicadas por un país que fue colonial atrapado por el monopolio exigido por
el reino de España.
Eso es una
excusa.
Hemos
vivido en muy distintas circunstancias y necesidades históricas.
De
todas maneras la Aduana es un caso patético de un país sin límites morales.
Más:
E
l
control no forma parte de las más severas de las políticas públicas.
Argentina
asoma como un país indefenso donde patrullas de aprovechadores destrozan la
imagen, la credibilidad, el ritmo de producción y el proyecto de futuro.
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