María
Zaldívar
“Perón se volvió
leyenda tras su proscripción” suele repetir Jaime Durán Barba.
Conociendo
la influencia que el ecuatoriano tiene sobre los popes del PRO, esa frase es
casi una definición respecto de lo que opina la administración de Mauricio
Macri sobre una eventual detención de Cristina Kirchner.
Claro
que no se trata de una verdad absoluta sino solo de la opinión de un extranjero
que simpatizó y merodeó por los movimientos de izquierda setentistas
argentinos.
No
se sabe a ciencia cierta si ha cambiado de preferencias políticas o si mantiene
su antigua afinidad ideológica con aquellos grupos que coparon la universidad
de Buenos Aires pero sin duda no es la reflexión de un historiador sino de un
experto en lo que hay que hacer, lo que no hay que hacer, lo que hay que decir
y lo que hay que callar para ganar elecciones.
Claro
que es importante llegar al poder pero luego es preciso saber qué hacer.
Porque
han pasado décadas, el contexto global es por completo diferente y porque la
sociedad se cansó de las clases dirigentes que se enriquecen ilícitamente y
utilizan el poder delegado para darse una mejor vida lucen como los principales
motivos de haberle retirado al peronismo y al radicalismo el apoyo que
alcanzaron históricamente.
Y
en este marco, el voto de confianza a una propuesta que se decía nueva, fue una
excelente acción social.
Pasados
algunos años, la propuesta nueva engrosa sus filas con personeros del “antiguo
régimen”, hombres y nombres que caminaron todos los pasillos de la esfera
pública.
En principio,
gobernar es integrar al conjunto y ejecutar las políticas adecuadas para que el
individuo se desarrolle en un marco de libertad.
No
es construir una fuerza política que abarca aquellas personas y,
fundamentalmente, aquellas políticas que la ciudadanía rechazó con su voto.
Cambiemos
se está transformando en eso y lo repudiable no es que hoy profesen su culto
algunos de los nefastos “barones del conurbano”, ex kirchneristas reciclados o
radicales que acompañaron desde la función pública la debacle de la Alianza…
Lo
inadmisible, primero, es que nieguen el menjunje y luego, la aplicación de sus
políticas.
El
intervencionismo asfixiante, el populismo, el estado con la nariz enterrada en
cada actividad del individuo quedándose con buena parte de lo producido es más
de lo mismo.
Lo
que es importante reflexionar es que la deforestación del panorama político
argentino solo favorece a Cambiemos.
Sin
duda que la vigencia de Cristina Kirchner mantiene al peronismo en una diáspora
conveniente al oficialismo y por ende, afianza las posibilidades electorales de
la actual administración.
Si
bien esto no significa que el reordenamiento y recomposición del PJ sea,
necesariamente, una buena noticia para la Argentina, tampoco es sana ninguna
construcción política a partir de esa sola circunstancia.
Después
del estallido del 2001 cabía la posibilidad de que el país, además de poner en
orden sus caóticas finanzas, pudiese construir ofertas partidarias renovadas.
Eso no sucedió
porque peronistas y radicales volvieron a amucharse tras sus fracasos y, a varios
años de la aparición del PRO, se puede comprobar que tampoco se trata de una
fuerza novedosa sino de un espacio sin definición ideológica que las tolera a
todas.
El peligro que
eso implica es la confluencia masiva de sobrevivientes de la casta política que
encuentran cobijo bajo ese paraguas y se reciclan escondidos tras las caras que
se pueden mostrar
y en las que la ciudadanía deposita una inusual expectativa, llevados por la
deformación nacional de creer en las personas más que en las políticas o en los
sistemas de convivencia.
La
mayoría de las personas cambiaron pero las herramientas que empuñan para
gestionar son las mismas.
El
gasto público galopa y parece no haber jinete dispuesto a detener su marcha.
Los
planes sociales se multiplican más allá de la frontera que dejó el
kirchnerismo, amparados en la excusa de que es imposible desandar ese camino
sin provocar un estallido social, estallido social que los observadores dan por
hecho en el mediano plazo de continuar este nivel de endeudamiento.
Es
la historia del huevo o la gallina.
La necesidad de
recomponer el desastre económico heredado es unánime.
Sin
embargo, no hay margen para ser flexibles con el descalabro institucional
reinante y ahí las señales oficiales son ambiguas.
Existe
una tolerancia que ya se percibe inadmisible a ciertas conductas antisociales:
el respeto a la autoridad, al territorio y a los derechos del prójimo son
lesionados a diario sin que se vea una respuesta clara por parte del estado.
El piquete le
gana al derecho de libre circulación:
El
piquetero escupe al policía y el alumno le pega a la maestra.
El
encapuchado dirige el tránsito en el corte de calles;
la
usurpación de tierras dentro de los límites geográficos del país
y la lesión de
los derechos individuales del ciudadano no tienen castigo.
Mientras tanto, las herramientas que se usan
para mantenerse a flote son la toma de dinero en el exterior y la suba de
impuestos a los sectores medios y altos, paradójicamente, núcleo del voto
oficialista.
Los
ricos no tienen dificultad para sostener el nivel de vida habitual.
Los
pobres reciben ayuda estatal a través de múltiples vías.
Hay
dos fantasmas que el gobierno parece no ver:
Los jubilados y
la clase media.
A
los primeros, sin capacidad de lobby, se los estafa con la ilusión de cobrar lo
que se les adeuda; sin embargo, el mismo estado que promete, apela una y otra
vez las sentencias aplazando los tiempos de cumplimiento efectivo. Juegan
contra reloj ya ni siquiera con el dinero de las personas sino con su vida.
La clase media,
por su parte, es el pato de la boda.
Sin
margen económico para treparse a la bicicleta financiera y soñar con acaparar
Lebacs, es impensable un rendimiento de 20% o más de sus ahorros.
Por
supuesto que tampoco es apta para acceder a ningún plan o subsidio estatal por
estar más arriba de la marginalidad y, como broche, como el grueso es personal
asalariado, le revolean todos los impuestos vigentes.
Si trabaja, paga ganancias.
Si
consume, paga IVA y si ahorra ahora va a pagar por la renta financiera.
En un universo
de 40/45% de evasión impositiva, el
que en su situación no se siente un imbécil merece un impuesto a la paciencia
infinita.
Para
los que la alternativa política de “ella o nosotros” no satisface ya
aparecieron los oficialistas “copiones” que no tienen prurito en plagiar a
Cristina y enviarlos a formar un partido.
Tal
vez no se trate de eso.
Tal
vez se trate simplemente de entender que el problema argentino no son los
peronistas, los kirchneristas o los radicales sino el populismo que ejercieron el peronismo, el kirchnerismo y el
radicalismo.
Si
por fin se animan a quedarse con los peronistas, los kirchneristas y los
radicales que hoy conforman la alianza gobernante pero sin el populismo que sus
matrices contienen, tal vez no sea necesario formar otro partido político para
salir del círculo vicioso de nuestra decadencia.
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