La
madre de la pobreza
Por JAVIER G. MILEI
La
historia económica argentina desde mediados del Siglo XX, momento en el cual el
país se abrazó al keynesianismo, muestra un nivel de decadencia sin parangón a
nivel mundial.
Luego
de haber estado entre los cinco países más ricos del mundo y con un PBI per-cápita
que representó el 97% del de EE.UU., hoy
Argentina es un país de frontera con un nivel de pobreza que azota a un tercio
de la población.
Esta
decadencia con aumento de la pobreza responde a un patrón sistemático.
En
la fatal arrogancia de los miembros de la corporación política, asumiendo que
fueran honestos, estos se involucran en delirantes procesos de aumento del
gasto público con represión del sistema de precios (no sólo de los bienes, sino
también de la tasa de interés y el tipo de cambio) que a la postre terminan en
crisis.
A
su vez, cuando las voces ortodoxas comienzan a dar señales de alerta, la
corporación no duda en acusarlos de ajustadores que quieren hambrear al pueblo.
Sin embargo, la restricción de presupuesto se hace sentir y con ello la crisis
muestra su peor cara.
Así,
con cada nueva crisis, el nivel de pobreza salta fuertemente y si bien luego
baja, en promedio se ubica en un nuevo escalón más alto.
En
este sentido, vale la pena señalar que a
mediados de los ‘70 la pobreza era del 5%, número que hoy,
no
sólo se sextuplicó, sino que ello se dio al mismo tiempo que se duplicaba el
peso del Estado.
Por
lo tanto, dada la fuerte relación gasto público delirante, déficit fiscal,
crisis de financiamiento y mayor pobreza resulta sumamente importante evaluar
las condiciones de solvencia fiscal del país.
Acorde
a lo señalado por el secretario de Finanzas, Luis Caputo, el monto de deuda del
Estado Nacional asciende a u$s 247.693 millones, mientras que el PIB rondaría
los u$s 570.000 millones, por lo cual la
relación deuda/producto sería del 43,4%.
A
su vez, si hoy un bono con diez años de modified duration tiene un retorno del
6,5%, no debería sorprender que, dado lo que acontece en EE.UU. en materia
monetaria, el costo del fondeo trepe al 7,5% hacia fin de 2017.
Por
lo tanto, si el país entrara en un sendero de crecimiento del 3% anual (como si
ello fuera posible con el nivel asfixiante de presión tributaria), el resultado
fiscal primario necesario para lograr la solvencia intertemporal ascendería a
2% del PBI.
Por
otra parte, el presupuesto enviado al Congreso para el año 2017 asume un
déficit primario del 4,2% del PIB, por lo que el desequilibrio respecto al
nivel de solvencia es de 6,2% del PIB.
Al
mismo tiempo, en caso que el BCRA sea exitoso en llevar la tasa de inflación a
niveles del 12% y considerando que se ha subestimado el impacto de la reforma
previsional, el déficit primario podría trepar al 6% del PIB, por lo que el des
alineamiento de la política fiscal respecto al sendero de solvencia alcanza al
8% del PIB.
Naturalmente,
el Gobierno podría argumentar que la deuda es la mitad (como si a las otras
dependencias no haría falta pagarles lo cual implica confundir roll-over con
solvencia) pero ello no haría más que bajar el ajuste necesario en un punto del
PIB.
Finalmente,
como si el cuadro doméstico fuera poco, en el plano internacional se espera que
la Reserva Federal comience a subir la tasa de interés.
En
este contexto, Estados Unidos se convertirá en una fuente de atracción de
capitales y ello implicará que el resto del mundo mejore su cuenta corriente
del balance de pagos (diferencia entre ahorro doméstico e inversión).
Por
ende, se deberá incrementar el ahorro doméstico y/o bajar el nivel de
inversión, lo que en buen romance significa que si el fisco continúa en su
orgía despilfarradora, el sector privado deberá soportar un brutal ajuste que
será acompañada por caída en la inversión y con ello una penalización a la tasa
de crecimiento futuro.
Naturalmente,
los keynesianos cantarán victoria por la expansión del 2017, los políticos
festejarán haber evitado el ajuste sobre la casta a la que pertenecen, y ambos
grupos se desentenderán de haber dejado a la economía al borde de una nueva
crisis para el 2018 (como las de 1975, 1982, 1989 y 2001 todas hijas de
desastres fiscales), las cuales no sólo siempre vienen acompañadas de
explosiones en los niveles de pobreza, sino también con un nuevo salto
estructural.
De
todos modos, el mago es el único que sabe cuántos trucos les queda en la manga
y siempre puede sacar una solución creativa.
Para
desgracia de los argentinos, dichas alquimias siempre terminaron igual.
Veremos
si la nueva magia logra cambiar el final.
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