Ni
hechos, ni palabras.
Ideas
María
Zaldívar
El
kirchnerismo, peronismo políticamente puro, en la práctica marcó una gran
diferencia con las otras variedades de la especie:
No
practicó la inclusión que fuera bandera de su gestión.
Eligió
y descartó con precisión los pasajeros de su colectivo.
No era jerarca
kirchnerista quien quería sino a quien se lo permitían.
Esa
práctica les granjeó enemigos que, de haber sido más inclusivos,, no hubieran
estado en otro lugar sino en sus filas.
Muchos
peronistas e inclusive muchos periodistas, inicialmente simpatizantes de los
modales autoritarios de Nestor Kirchner, quedaron descolocados y, sin elegirlo,
aparecieron en la vereda de enfrente.
Esta
característica dista mucho del resto de los peronismos, en esencia ecuménicos.
El
PRO comparte con el kirchnerismo esa suerte de elitismo a la hora de sumar
dirigencia a sus filas: p
Porque
predican el horror al peronismo aunque, en la práctica, el único peronismo inadmisible para ellos es el que no se pone la
remera amarilla.
Pero
a su vez, no se pone la remera amarilla el peronista que quiere sino el que el PRO decide.
No
cansaremos haciendo la larga lista de peronistas históricos que son
funcionarios de este gobierno pero cierto es que a algunos no los dejan
subirse.
El
caso emblemático es el de Sergio Massa quien, según transcendió allá por 2015
cuando sus fuerzas electorales mermaban, estaba dispuesto a acompañar a Cambiemos
en una alianza con tal de batir al kirchnerismo.
Cuando
Macri, Peña, Carrió y Durán Barba (en ese punto la diputada coincidió con “el
ordinario”) se negaron,
tendrían que haber supuesto que un Massa “líbero” sería un hueso difícil de
roer.
Pero
ellos tuvieron la opción.
Habrán
evaluado que pesaría más en la mochila propia y lo prefirieron enfrente.
Es
amateur soñar con que se quede esperando los tiempos del oficialismo.
El
PRO tiene que entender que la política no es una foto ni una película en la que
solo ellos tienen movimiento.
Tras meses de
calma y colaboración massista en el Congreso Nacional y en la provincia de
Buenos Aires garantizándole a María Eugenia Vidal una convivencia más que
armoniosa, sobrevino el primer desacuerdo.
Sergio
Massa impulsó el tratamiento de uno de sus proyectos de campaña y consiguió su
sanción vía negociación legislativa (para eso está el Congreso).
Entonces,
¿es Massa ”impostor y traidor”
(agravios personales que ni la propia Cristina Kirchner, afecta al destrato
verbal, se atrevió a dedicar a un adversario)?
O
los epítetos ¿hablan más del Presidente que del insultado?
El
presidente Macri llegó a esa conclusión porque
su adversario político forzó al oficialismo a cumplir una promesa de campaña:
Tratar
este año la reducción del impuesto a las ganancias y el reacomodamiento de las
escalas.
La
cantinela de Cambiemos sobre que lo tenían previsto para extraordinarias no la
cree ni Papá Noel:
El
proyecto del PRO se confeccionó a las apuradas y el que lo portaba aterrizó con
la lengua afuera en la Mesa de Entradas de Diputados como Claudia cuando están
bajando las persianas de los locales del shopping.
Tan
fríamente calculada estaba la maniobra que fueron derecho a los anales de la
historia del Congreso como el primer caso de un proyecto de ley del Ejecutivo
que fracasa en la sesión convocada al efecto por el propio Ejecutivo.
El engendro
votado se arreglará, se vetará o irá a engrosar la maraña de engendros que
nuestro Congreso no ha tenido empacho en votar a través de las últimas décadas.
La
ira y la carencia de templanza del Presidente ante un revés más publicitario
que grave es inquietante.
“Lo
llevé a Davos”
dijo Mauricio Macri refiriéndose a Massa como si se hubiese tratado de un favor
personal.
Los
argentinos creímos que aquella invitación fue parte de una estrategia de largo
alcance que intentaba transmitir varios mensajes:
Un
estilo decididamente diferente de hacer política y un liderazgo personal
también distinto, que incluía la presencia de un líder de la oposición en su
comitiva .
Además
creímos que eso era beneficioso para él en lo personal por la imagen del país
que quiso transmitir y que ese combo favorecería las gestiones que pretendía
encarar la nueva administración.
Ahora
nos enteramos que lo llevó para ventaja exclusiva de Massa.
Hasta
hoy, no se escuchó ni la más tímida autocrítica de parte del oficialismo sobre
su incumplimiento a una promesa de campaña, a la resistencia a dialogar el tema
con la oposición y, por sobre todo, a la miopía política.
La falta de
destreza del macrismo devolvió protagonismo político a las figuras más deleznables de la administración
anterior.
Que Recalde y
Kicilloff volvieran al centro del ring es imputable al oficialismo, no a Sergio
Massa, por ahora un actor de reparto que estaba, él sí, cumpliendo con su
promesa de campaña.
La
experiencia se ve en las situaciones complejas y el kirchnerismo aprovechó la
indolencia con la que el PRO mira a la política.
Tras
la aprobación de la ley Massa declaró que el episodio no debía leerse como la
derrota del oficialismo.
Massa
sabe que este es el primer round de una pelea larga que va mucho más allá del
tema Ganancias.
Macri
atacó como si se tratara de una situación terminal.
Cuando
Sergio Massa se perfilaba favorito para las elecciones de 2015 y comenzó a
perder terreno hasta quedar tercero supo controlar los sentimientos y seguir
adelante cuando todos, hasta muchos de los propios, creían que su carrera
política estaba agotada.
Ambos
ejemplos son mucho más que dos estilos.
Se
trata de la forma de reacción ante la adversidad.
Vienen
tiempos difíciles para nuestro país.
La
economía se resiste a tomar el camino del crecimiento.
La
pobreza no nos da tregua.
El
delito goza de buena salud.
La
educación no acompaña la desesperante necesidad de modificar la conducta
social.
La
noción de autoridad brilla por su ausencia.
La
justicia no es una solución sino un problema.
La
gente mala percibe que la fiesta continua y no afloja ni en reclamos ni en
excesos.
La
gente buena también percibe que la fiesta sigue y está cansada.
Ojalá que los recientes dichos del Presidente
sean un lamentable exabrupto porque si se tratara de su forma de reaccionar
ante situaciones adversas, tendríamos otro para sumar a la larga lista de
problemas que nos aquejan.
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