Lo
que nunca se recuerda
Fuente:
El Manifiesto.com
"Balienteak,
aurrera, baioneta zorrotz, beti trankill biyotza egiñaz beti gala españolak
gerala, zergatik odota edo balorea izan da española!"
("¡Adelante,
valientes, las bayonetas afiladas, de corazón tranquilo siempre hemos hecho
gala los españoles, porque la sangre y el valor siempre han sido
españoles!")
Jesús
Laínz
Sorprendido
ha quedado el que suscribe, a propósito del artículo de pseudokcrítica
cinematográfica dedicado tangencialmente al papel de los catalanes en la crisis
colonial de 1898, por la notable cantidad de lectores que durante estas últimas
semanas le han enviado a su página web consultas sobre lo que hicieron y
opinaron los vascos durante aquel trágico año.
Comencemos,
pues, recordando, sobre todo a los hijos de la Logse, que las Islas Filipinas
se llaman así debido a que fueron conquistadas por el guipuzcoano Miguel López
de Legazpi reinando Felipe II.
Y
respecto al papel de los vascos en América, baste con señalar que sólo en el
siglo XVI se tiene constancia de los siguientes vascos desempeñando los
siguientes cargos:
Setenta
y seis capitanes, once maestres de campo, siete generales, un teniente general,
diez capitanes generales, cuatro mariscales, trece gobernadores, un procurador
general del Ejército, tres protectores de Indios, dos presidentes de Reales
Audiencias, trece corregidores, diecisiete alcaldes y quince regidores.
Pero
vengamos al siglo XIX.
En
1868 estalló la Guerra de los Diez Años, primera de las guerras de
independencia cubanas, a los sones del Himno Republicano, que rezaba:
"¡Al
combate! ¡A las armas!, que España ve en América su último sol.
¡Al
combate! ¡A las armas! ¡No quede en la patria un soldado español!".
Todas
las provincias colaboraron para aplastar a los separatistas.
Las
tres diputaciones vascongadas levantaron un tercio de voluntarios, a cuya
llegada el ayuntamiento de La Habana, presidido por el alavés Julián Zulueta,
les obsequió con una hermosa placa de mármol en agradecimiento por su ayuda
para "combatir la insurrección y
mantener la integridad nacional".
Éste
es el texto de la placa, hoy conservada en el palacio de la Diputación alavesa
para disgusto de unos nacionalistas que la ocultaron durante años:
Un
acto de tan elevado patriotismo debe grabarse en la memoria de todos los buenos
españoles y transmitirse a las generaciones venideras para que las sirva de
ejemplo (…)
El
Pueblo Vascongado, enviando sus valientes hijos a través del Océano, ha trazado
el camino que debe seguirse en circunstancias difíciles para que Cuba continúe
siendo parte integrante de la heroica Nación Española.
Tres
décadas más tarde, ya en 1898, las Provincias Vascongadas estallaron de nuevo
en clamor patriótico.
Sabino
Arana, que pocos años antes había comenzado su andadura sin obtener apenas eco
entre sus paisanos, se desesperaba ante la evidencia de que los vascos pensasen
y sintiesen exactamente igual que los demás españoles:
¡Oh!
Entonces
el espíritu patriota estalla, se enardece la sangre y la pluma rasga el papel
con indignación al ver en peligro la integridad de la Patria o ultrajada la
dignidad nacional...
Ante
esta actitud natural y característica de los periódicos bilbaínos (no exceptúo a ninguno)
no
puede menos de reconocérseles, en honor a la verdad, que si ya no bizkaínos
patriotas, son entusiastas patriotas españoles, como los de Santander y Cuenca,
verbigracia.
Efectivamente,
los bilbaínos estaban orgullosos de que en sus astilleros se hubieran
construido varios de los buques que iban a enfrentarse a la poderosa escuadra
estadounidense.
Uno
de ellos era el acorazado Vizcaya, cuyo estandarte de guerra, una magnífica
bandera española con bordados en plata y pedrería, fue regalado por la
Diputación vizcaína como agradecimiento por haber bautizado un buque de guerra
con el nombre de su provincia.
Abundaron
las manifestaciones, las suscripciones, los desfiles, las conferencias, los
conciertos y todo tipo de actos de exaltación patriótica.
En
una de las manifestaciones, organizada por la sociedad liberal El Sitio, la
multitud acabó apedreando la casa de Arana.
Los
versolaris dedicaron sus versos a los soldados que partían hacia el frente.
En
uno titulado "¡Viva España!" recitó su autor:
Balienteak,
aurrera, baioneta zorrotz, beti trankill biyotza egiñaz beti gala españolak
gerala, zergatik odota edo balorea izan da española!
("¡Adelante,
valientes, las bayonetas afiladas, de corazón tranquilo siempre hemos hecho
gala los españoles, porque la sangre y el valor siempre han sido
españoles!").
Pero,
además de los miles de vascos anónimos que lucharon contra los separatistas de
Cuba y Filipinas, merece la pena recordar lo que el Desastre del 98 representó para
dos vascos egregios, el vizcaíno Enrique de Ibarreta y el alavés Manuel
Iradier.
El
primero, tras luchar voluntario en Cuba de 1895 a 1897, escribiría la última
página de cuatro siglos de exploraciones españolas en América.
Murió
intentando encontrar para Bolivia una conexión fluvial con el mar a través de
los ríos Paraguay y Pilcomayo.
El
12 de septiembre de 1898, tras mil penalidades y presintiendo su cercano fin a
manos de indios hostiles, escribió esto a Juan José Gutiérrez, amigo suyo de
Buenos Aires:
Y,
a pesar de su angustiosa situación, concluyó la carta con esta preocupación: Mi querido amigo:
No sé si Dios ha
de querer que esta carta llegue a tus manos, pero más difícil aún será que tu
contestación llegue y me encuentre con vida (…)
Ya sabes que
salí de San Antonio decidido a descubrir el total curso del Pilcomayo o morir
en la demanda; pues bueno, casi estoy en lo segundo, pero tan decidido a ello
como el primer día.
Y,
a pesar de su angustiosa situación, concluyó la carta con esta preocupación:
Envíame
noticias de España.
¿Qué
es de la guerra?
¿Seguimos
luchando?
¿Hemos
triunfado o vale más que muera en estos apartados desiertos?.
En
cuanto a Manuel Iradier, el explorador vitoriano que incorporó Guinea a España,
el Desastre le afectó de forma profunda tanto anímica como físicamente.
De
su amigo Irastorza es la siguiente anécdota:
He
encontrado a Iradier casi delirante abrazado a un mapa de Filipinas y
estrujando un montón de papeles.
Cuando
le he preguntado que qué le sucedía, y tras un rato de mirarme como abstraído,
ha gritado saltando:
–¡Tú conoces los
telegramas tanto como yo! ¡Nos vamos a quedar sin la España asiática y sin la
americana!
Y
cuando le reproché que su exaltación no conducía a ningún resultado práctico y
le perjudicaba, me respondió casi cerrando los ojos:
–Cada cual
siente a su manera el despedazamiento de la patria, y yo no soy de los que lo
aprovechan para entretenimientos oratorios.
No
parece que los españoles del siglo XXI le estén haciendo mucho caso.
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