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Caricatura de Alfredo Sabat

martes, 11 de abril de 2017

Nicolás Maduro embiste contra los molinos de viento

El gobierno "bolivariano" de Venezuela, encabezado por un cada vez más inepto Nicolás Maduro, ya no engaña a nadie.             
Emilio J. Cárdenas      

Así lo demuestra su reciente acertada suspensión como Estado Miembro del MERCOSUR.
Porque lo cierto es que Venezuela ya no es, ni por asomo, una democracia.

Es –en cambio- una tiranía, en manos de un grupo de marxistas radicalizados que con ella tienen sometida a Venezuela.
Camarilla que hasta intentó recientemente perpetrarun “auto-golpe” para tratar de dejar a la Asamblea Nacional venezolana (dominada por la oposición) sin facultades, vaciándola de contenido.
Para, en los hechos, terminar teniendo que dar una vertiginosa “marcha atrás” ante la inmediata y gigantesca convulsión -interna y externa- provocada por tamaña tropelía.
Esto es así, pese a los insultos de todo calibre dedicados por el ordinario Nicolás Maduro y los suyos a los líderes y autoridades de los demás Estados Miembros del MERCOSUR.
Para disimular.

Particularmente, contra la República Oriental del Uruguay, a cuyos funcionarios más importantes Nicolás Maduro insulta constantemente y sin límites de ninguna naturaleza.
Con el apoyo realmente vergonzoso de Ecuador y Nicaragua.
Al que suma el de la también “bolivariana” Bolivia, que hoy “evangeliza” al mundo y a la región encaramada en su banca transitoria en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Como si ese país representara a la región toda.
Con un atrevido discurso fanático y provocativo, que ciertamente no es, para nada, el mayoritario de la región.

Como consecuencia, la ciudadanía venezolana ha vuelto a la “resistencia pacífica”, como única opción aún disponible para tratar de salvar lo poco que puede quedar de su democracia.

Las calles de las grandes ciudades venezolanas son ahora tristes escenarios de gigantescas protestas.
Que exigen, por encima de todo, que se permita -de una buena vez- al pueblo expresarse en las urnas, como manda la ley.
Y decidir así su destino, por sí mismo.
Sin tutores marxistas y sin que la influencia directa del abierto intervencionismo cubano los continúe despojando de sus libertades esenciales, para lo que la dirigencia cubana ha ubicado en lo más alto del poder de Venezuela a su diligente alfil, el cuestionado vicepresidente Tareck El Aissami, sobre quien flotan feas acusaciones de presuntas vinculaciones con el narcotráfico.

Para hacer todo aún más lamentable y evidente, Nicolás Maduro acaba de declarar, el 7 de abril pasado, al principal líder opositor, hoy popular gobernador del estado de Miranda, Henrique Capriles Radonski, “inelegible” para-con la consagración democrática de las urnas- poder desempeñar y ejercer cargos públicos.
Esto presuntamente lo eliminaría de poder competir –como pensaba- en la elección presidencial del 2018, respecto de la cual las encuestas lo tienen hoy como claro favorito.
Lo antedicho es un movimiento típico de las dictaduras.
Venezuela es, queda claro, una de ellas.

En las calles, la policía venezolana y sus duros servicios de seguridad rocían constantemente a quienes protestan con gas lacrimógeno, acompañado de otro gas de color rojo que, según algunos, contiene elementos del llamado “gas mostaza “.
Un joven estudiante de ingeniería, de 19 años, murió hace muy pocas horas, al recibir un balazo en el pecho disparado arteramente por las bien entrenadas fuerzas encargadas de la constante represión a las protestas.
Decenas de manifestantes fueron heridos, también por disparos de balas.
Las marchas, sin embargo, seguramente se sucederán hasta el 19 de abril, día clave en el que se hará un “mega-marcha” para evidenciar ante el mundo que Nicolás Maduro carece de apoyo popular y que la gente quiere elecciones.
Ya mismo.
A la manera de empujón inocultable.

La “careta” democrática de Nicolás Maduro ya no esconde la realidad:
Porque lo cierto es que es apenas un torpe tirano absolutamente sumiso a las órdenes de Cuba.
Al que la enorme mayoría de los venezolanos hoy repudian abiertamente.

No es para menos, no sólo les ha robado las libertades esenciales, sino que ha demolido - hasta transformarla en escombros- a la que alguna vez fuera una economía particularmente robusta, edificada sobre las reservas de petróleo crudo más importantes del mundo entero.

Venezuela transita –queda visto- por un momento grave, decisivo.
Peligroso en extremo.
Hasta para la vida de los acongojados venezolanos, que saben bien que ya transitan un camino que conduce a un escenario tétrico, como es el de Cuba, en el que su nivel de vida, de persistir lo que les sucede, terminaría inevitablemente en el mismo desastre que, desde hace rato, afecta a todos los cubanos.
Sin libertad, ni condiciones aceptables de vida, entonces.

Por todo esto, no caben los silencios cómplices, ni las mentiras destinadas a disimular la gravísima realidad venezolana que es ya una tragedia de proporciones realmente inimaginables a la que la región no puede dar la espalda, si de solidaridad real con el pueblo venezolano se trata en su empeño por la defensa de la libertad que está viendo agonizar.

Emilio J. Cárdenas

Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas

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