BUENOS
AIRES – En los años 80, un comercial televisivo de vodka ayudó a determinar la
manera en la que Brasil y Argentina interpretaban los reflejos de los hechos
políticos y económicos de uno sobre el otro.
El
spot mostraba a un tipo elegante y sobrio que se sentaba a la mesa de un sosias
e intentaba convencerlo de probar una bebida llamada Orloff.
La
promesa era que ese vodka no le daría resaca al día siguiente.
El
desconfiado doppelgänger preguntaba: “Pero, ¿quién sos vos?”.
El
forastero contestaba: “Eu sou você, amanhã” (“Yo soy vos, mañana”).
Desde
entonces, “efecto Orloff” es el modo como en Brasil y Argentina se habla del
presagio de que lo que pasó a uno le pasará al otro muy pronto, por la manera
que están conectados ambos países.
Las
semejanzas se explican solas.
Sucedió
con la hiperinflación de los años 80, con la implementación de los modelos
neoliberales y las privatizaciones de los 90 y con la “ola roja” de gobiernos
de izquierda a principios de este siglo.
Pasó,
también, con relación a hechos menores, como caídas de ministros y hasta de
técnicos de fútbol.
Si
ocurrían en un país, al otro lado de la frontera surgía la pregunta: “¿Habrá
esta vez efecto Orloff?”.
El
eco más reciente del “fenómeno” se dio con la elección de Mauricio Macri en el
2015 en Argentina, que fue seguida muy pronto por la destitución de Dilma
Rousseff y la llegada al poder de Michel Temer, alineado ideológicamente al
nuevo líder argentino.
Análisis:
Si trabajas para Trump, ‘quedas como un mentiroso
o un tonto’
Por
estos días, el “efecto Orloff” está de nuevo en el aire y en las conversaciones
en Argentina, a raíz del inminente inicio de las investigaciones acerca de las
coimas pagadas por la constructora Odebrecht en este país.
El plazo acordado
entre la empresa y la fiscalía brasileña para que las informaciones sobre sus
delitos en el exterior dejen de ser secreto ha expirado y ahora los efectos del
escándalo que hizo temblar a Brasilia encienden los ánimos en Buenos Aires.
El
“efecto Orloff” ya se nota en lo parecido que son las reacciones políticas y
los argumentos en el debate.
Como
lo hizo Rousseff cuando empezó Lava Jato en el 2014, la posición oficial
adoptada por el gobierno es que defiende que la justicia sea independiente y
que se investiguen a todos los involucrados.
Pero puertas
adentro, el Poder Ejecutivo argentino empieza a pulsear con la fiscalía, como
pasó y viene pasando en Brasil.
Macri,
por medio de voceros como su ministro de Justicia, Germán Garavano, está
enfrentando a la fiscalía local.
El
Ejecutivo intenta incentivar un acuerdo con Odebrecht, para que la misma siga
actuando en el país a cambio de alguna multa o con el ofrecimiento de
información.
Acá,
como en Brasil, eso genera rechazo en parte de la sociedad:
“¿Cómo
vamos a seguir pagando con nuestros impuestos a empresas corruptas?”.
Pero,
según la ley argentina, no se le puede ofrecer a Odebrecht un acuerdo como el
que desea, con garantías de inmunidad a los empresarios brasileños.
La
legislación local no admite la “delación premiada”, como en Brasil se llama a
los acuerdos de reducción de sentencia a cambio de información valiosa y
comprobada.
Pero por
iniciativa del Ejecutivo, se empezó a votar una nueva ley que ofrece la figura
del “colaborador eficaz”, o sea, la del empresario acusado que puede ver
disminuida su sentencia si brinda información.
El kirchnerismo
trata de frenarla.
El Ejecutivo
cree que hay una actitud pasiva de la fiscalía argentina por la cercanía de la
fiscala general, Alejandra Gils Carbó, al gobierno anterior.
Macri
afirma que los nombres de funcionarios de la gestión kirchnerista (2003-2015)
involucrados están siendo protegidos, mientras se divulgan aquellos mencionados
en las delaciones en Brasil que están relacionados con el macrismo, como el del
jefe de inteligencia Gustavo Arribas y Angelo Calcaterra, primo de Macri y
anterior presidente de la empresa Iecsa cuando esta se asoció a Odebrecht para
la excavación de una línea de trenes en Buenos Aires.
Los
kirchneristas recién salidos del poder actúan igual a los petistas desde el
juicio político a Rousseff.
Argumentan
que el poder establecido político-empresarial que gobierna ambos países
promueve una “divulgación selectiva” de los probables culpables.
Si
los petistas protestan porque se persigue más a Lula que a políticos de otros
partidos, para los kirchneristas el oficialismo estaría haciendo todo lo
posible para que se exponga a algún alto funcionario kirchnerista, en especial
al ex ministro de Planificación Julio De Vido o a la propia Cristina Fernández
de Kirchner.
El costado
positivo de un “efecto Orloff” respecto a las operaciones de Odebrecht en
Argentina es el apasionamiento de la sociedad con la idea de que no se debe
tolerar más la corrupción.
En
ambos países se solía considerar que la corrupción era algo que había que
aguantar, una característica consustancial a los políticos, al punto que frases
como “este
tipo roba, pero hace las cosas” se habían transformado en un lugar
común.
En Brasil ya no
es así,
y eso se siente en el discurso mejor informado entre las capas más populares,
antes ajenas a la política, y en un virulento debate en las redes sociales.
En una Argentina
que renovará gran parte de su congreso en octubre, el tema parece agigantarse
como sucedió en Brasil hace un par de años.
Es
poco probable que en Argentina pase algo tan traumático como el impeachment presidencial.
Pero se puede
esperar que los electores cuestionen con mayor énfasis la histórica
promiscuidad entre el Ejecutivo y la justicia –algo que en
Brasil ya pasó– y que exijan que su clase política sea más transparente.
Dos
áreas donde la transparencia es urgente son la financiación electoral y los
contractos de obras públicas con empresas privadas.
El
“efecto Orloff” también alerta sobre un posible rechazo de la población a la
clase política tradicional, como ha sucedido en Brasil, donde el repudio hacia
el poder establecido ha abierto el espacio para aventureros con chances de
llegar a la presidencia, como el extremista de derecha Jair Bolsonaro.
Tanto
en Brasil como en Argentina, lo que plantea el caso Odebrecht es una reinvención
de la política en tiempos de mayor conectividad y más participación popular.
Aún
está por verse quién dará el mejor ejemplo al otro.
Si
la respuesta en Brasil va por el camino de una reforma política, en la cual se
reglamente la financiación electoral, y eso se repite en Argentina, será una
buena señal.
Pero si vamos
por la vía del rechazo a la democracia, lo único seguro es que al día siguiente
ambos tendrán una resaca terrible, sea cual sea la marca del vodka.
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