Emilio
J. Cárdenas
A
lo largo de poco más de una década, los sucesivos gobiernos autoritarios de
Venezuela comenzaron a manipular las instituciones de la democracia hasta
hacerlas absolutamente irreconocibles.
Primero
lo hizo el fallecido Hugo Chávez.
Su
suceso, Nicolás Maduro, completó la tarea.
Como
resultado, Venezuela ya no es una democracia y –por ello- desde hace algo más
de dos meses su pueblo protesta constantemente en las grandes ciudades.
En
las últimas semanas Nicolás Maduro ha respondido al descontento generalizado
con una represión violenta que entristece a la región toda.
La
semana pasada, a los muertos ya acumulados (cerca de 80) se agregó el asesinato
de un joven de apenas 17 años, que murió al explotar contra su pecho una
granada lacrimógena lanzada horizontalmente por las fuerzas de seguridad
venezolanas.
Ese disparo tuvo
ciertamente por objeto nada menos que matar.
Venezuela
se ha deslizado progresivamente hacia el autoritarismo.
Lo hizo primero
en medio de un silencio cómplice de la mayor parte de los gobiernos de nuestra
región.
Las
cosas –sin embargo- han cambiado y, particularmente desde una OEA dividida, los
principales países de nuestro hemisferio están denunciando el totalitarismo que
se ha apoderado del país caribeño.
Entre ellos,
Argentina, Brasil y México.
Es
hora de apoyar la posición del presidente Mauricio Macri respecto de Venezuela.
Porque
es clara y corajuda a la vez.
Además,
porque refleja la verdad.
En
una reciente conferencia de prensa en la ciudad de Corrientes, nuestro
presidente hizo manifestaciones inequívocas y a la vez, inobjetables.
Dijo
que el gobierno de Nicolás Maduro “se transformó en una dictadura que no
respeta los derechos humanos”, lo que es incontrovertible.
Y
agregó: “lo que está viviendo el pueblo venezolano es un flagelo de un gobierno
que no respeta los derechos humanos, que ha avasallado los otros poderes y que
lo que ha traído es hambre, enfermedades, violencia”.
Luego
de lo cual instó a Nicolás Maduro a convocar inmediatamente a elecciones
nacionales, para que sea el pueblo venezolano quien decida en las urnas,
libremente, cual quiere que sea tanto su presente, como su futuro.
Finalmente,
instó a Venezuela a respetar la independencia del Poder Judicial.
Para
esto último es necesario un inmediato cambio radical desde que, particularmente
los estamentos más altos de la Justicia venezolana, responden sumisa y
vergonzosamente a las órdenes que reciben de Nicolás Maduro.
Son,
en consecuencia, sus instrumentos.
De
allí que devolver la independencia al Poder Judicial difícilmente suceda
mientras Nicolás Maduro sea presidente de Venezuela.
Es
cierto, son los propios venezolanos quienes deben resolver la difícil situación
en la que están sumergidos.
En
juego está su libertad.
Pero no es menos
cierto que corresponde a todos los gobiernos de nuestra región denunciar sin
disimulos lo que sucede en Venezuela e instar a sus gobernantes a retomar el
camino de la democracia, sin demoras.
No
hacerlo equivale a encubrir a Nicolás Maduro.
El
mensaje del presidente, cabe señalar, coincide con el de la Conferencia
Episcopal Venezolana, esto es con la visión del Pontífice, a quien acaban sus
obispos de visitar.
Desde
los movimientos autoritarios –como era de esperar- se escuchan críticas y
ataques a la posición del presidente Macri.
No
por ello debe cambiar de actitud, ni cejar en su empeño por defender las
instituciones de la democracia y la vigencia de las libertades individuales.
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