Por
Martin Tetaz
El
jueves llegué a casa a eso de las diez de la noche, cené y empecé el ritual
nocturno:
Acostarlo
a Tetecito, preparar las mamaderas de Santi y Benja, hacerles los puff y poner
de fondo la tele como única luz para que los peques se vayan durmiendo mientras
se alimentan.
La
mesa de Fantino ejecutaba públicamente al descerebrado que hacía unas horas
había asesinado a un nene de tres años, porque quedarse con los 200 pesos que
su papá llevaba encima para comprar una pizza evidentemente le parecía
insuficiente, aburrido. Me debatí entre la idea de la pena de muerte y que se
pudriera en la cárcel.
Ninguna
de las dos cosas me parecía suficiente y tampoco ninguna de ellas resuelve el
problema.
"El nuevo
Código Civil ha reformado el concepto de expensas mediante una redacción poco
clara"
Entiendo
al que roba por necesidad y también comprendo al que elige ese camino porque le
resulta más fácil empuñar un arma que una pala.
No
me entra en la cabeza la miseria humana de alguien que dispara contra un chico
que todavía no pudo disfrutar ni su ingreso al jardín de infantes.
Mientras
cambiaba de nene, el documental entró como un balazo.
Una
madre de diecisiete hijos los alimentaba con medio pollo, un poco de arroz y
veinticinco pesos de pan, que cortaba en rodajas para untar sobre él lo poco
que le tocaba a cada uno.
Había
un hilo conductor.
Otra
vez la miseria.
Ok,
otro tipo de miseria, pero miseria al fin.
ESTADO AUSENTE
Ambas
historias eran la crónica de un Estado ausente; de un Estado gordo y fofo, que
cobrando los impuestos más altos de Latinoamérica mata cualquier chance de que
un taller pyme le dé una oportunidad a esos pibes, antes que sea demasiado
tarde.
El
Estado nos cuesta el 40 por ciento del PBI pero no puede evitar que entre la
coca, se fabrique la droga y deje el paco como evidencia de su paso.
Tres
billones de pesos no alcanzan para internar a los pibes que se queman el
cerebro consumiendo.
Evidentemente
tampoco resultan suficientes para acompañar a esa madre joven que empieza a
tener hijos antes de aprender a leer y escribir, para ayudarla a que se cuide y
elija mejor, evitando la tragedia de tener más hijos de los que puede
alimentar.
QUIEBRE SOCIAL
No
siempre fue así. Mejor dicho; siempre hubo pobreza, pero incluso en los
momentos de alta inflación y bajo crecimiento de la década del ochenta, los
marginales eran una excepción.
Ahora
son la regla.
Un
marginal no es un pobre.
Más
aún; un marginal puede incluso tener ingresos suficientes para superar la
barrera cuantitativa que separa el universo de los que tienen lo mínimo e
indispensable para vivir y el resto, como ocurre con los soldaditos que se
juegan la vida cuidándole las espaldas a los narcos o con los chorros que en un
día de “trabajo” juntan un salario.
El
pobre tiene bajos ingresos, pero trabaja o busca hacerlo.
Vive
su situación con dignidad y comparte el conjunto de reglas de juego que nos
permiten la vida en sociedad; trata de mandar a los chicos a la escuela,
respeta a la autoridad, cree en el valor de esfuerzo.
El
marginal vive en espacios donde el Estado no entra, se guía por otras reglas
que, aunque no estén escritas todos conocen, e incluso habla un idioma tan
diferente que los programas en los que se ilustran sus delitos deben salir
subtitulados, porque no hay modo de comprenderlos.
En algún momento
del tiempo, durante los 90, se rompió el tejido social, penetro la droga y
empezó a ensanchar la distancia entre dos caminos distintos…
La mayoría de la
gente está incluida en el sistema y transita su vida por autopista, los
marginales prefieren hacerlo por una colectora que ya nunca converge.
UNA ALTERNATIVA
Me
gusta pensar a las políticas públicas como ese tirador olímpico que define su
puntaje en función de la cantidad de aciertos.
Por
la velocidad a la que salen disparados los discos que debe derribar, es
imposible tratar de apuntarles.
Más
bien gana el que en los primeros segundos del lanzamiento estima mejor la
parábola que hará el disco mientras surca el aire. Si el estado busca correr a la pobreza y la marginación desde atrás
nunca logrará alcanzar esos problemas, máxime con su lentitud, burocracia e ineptitud.
La
única chance es que, como el tirador, le apunte al futuro, a un espacio al que
todavía no llegó la sociedad, aunque pueda predecirse que dada su trayectoria
tarde o temprano lo hará.
Un
reciente informe del Banco Mundial estima que 55 por ciento de los empleos
actuales son automatizables, por lo que la ruptura será todavía mayor en un
futuro cercano.
"Siempre
hubo pobreza, pero incluso en épocas de alta inflación, los marginales eran la
excepción.
Ahora
son la regla.
Un
marginal no es un pobre.
Un
marginal puede tener ingresos que lo separa del universo de los que tienen lo
mínimo para vivir, como ocurre con los ‘soldaditos’ del narcotráfico"
Quiero
reflotar entonces una propuesta que hiciera hace muchos años Milton Friedman,
el padre del liberalismo, quien sugirió
que el impuesto a las ganancias debía ser masivo, de suerte que todo el que
tuviera dinero suficiente para no ser pobre debía pagar.
Lógicamente
el impuesto pensado era progresivo, con alícuotas que crecían con el ingreso,
de suerte que los más ricos obviamente tributaban un mayor porcentaje.
Pero
la novedad es que Friedman sostenía que los que estuvieran por debajo de la
línea de pobreza debían recibir un subsidio suficiente como para cubrir la
canasta básica.
Esa
propuesta garantiza pobreza cero y pone un piso de ingresos que iguala
oportunidades de manera notable.
La buena noticia
es que, según mis cálculos, todo el dinero transferido a los pobres es menor
que lo que el gobierno gasta hoy en subsidiar la luz y el gas de la clase media
que puede pagar.
…
Solo
necesitamos la decisión política del Presidente.
Martin
Tetaz
Twitter:
@martintetaz
Economista
Profesor
de la UNLP y la UNNoBA
Investigador
del Instituto de Integración Latinoamericana (IIL)
Autor
de "Casual Mente" y "Psychonomics"
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