AGUSTÍN LAJE
“Matá a tu papá y a tu
novio y a tu hermano”.
Se trata de una de las tantas consignas
pintadas en las paredes de edificios públicos y privados chaqueños por las
militantes feministas que participaron del 32º Encuentro Nacional de Mujeres.
La frase
complementa muy bien a otras ya conocidas, como “muerte al macho”, “abortá al
hombre”, “María abortó a Jesús”, “Somos malas, podemos ser peores”, “Abortá la
heterosexualidad”, “Hetero muerto abono para mi huerto”, “Hacete torta la vida
es corta”, etcétera.
Y expresa
muy bien, por otro lado, el cierre de la convocatoria:
Brutales
agresiones contra hombres que de manera pacífica pusieron sus cuerpos frente a
la Catedral que pretendía ser incendiada.
La violencia del Encuentro Nacional
de Mujeres ya no sorprende a nadie:
Se ha vuelto
un clásico en nuestro país.
Lo que sí
sorprende es la poca capacidad crítica respecto de lo que año a año se reitera
de manera sistemática: ¿la violencia es consustancial al
movimiento en cuestión, o apenas una manifestación accidental?
Muchos
dirán, en efecto, que estos “excesos” no representan el espíritu del encuentro,
pero lo cierto es que cada año el exceso se vuelve más excesivo, y la
autocrítica brilla por su ausencia.
A muchos les
cuesta aceptar esta nueva cara del feminismo:
Su cara
actual y, además, hegemónica.
Muchos
quisieran seguir creyendo que el feminismo es un “movimiento por la igualdad” y
no por la supremacía, por “la paz” y no por la violencia. La sola idea de
criticar un encuentro de mujeres los aterra.
¿Se imaginan
la reacción social, política y mediática si, contrariamente, se tratara de un
Encuentro Nacional de Hombres que impulsara consignas como “matá a tu mamá y a
tu novia y a tu hermana”, “muerte a la hembra”, “abortá a la mujer”, y
culminara con palizas a mujeres alegremente filmadas y subidas a las redes
sociales?
Hay que
asumir de una vez que la “igualdad” y la “no violencia” son meras pantallas del
feminismo de nuestros tiempos:
La primera
ola del feminismo, ésa que en su momento representaron mujeres como Mary
Wollstonecraft (su “no deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres,
sino sobre ellas mismas” sugiere un interesante contraste), y que hoy todavía
representan algunas aisladas filósofas como Christina Hoff Sommers, parece ser
ya cosa anticuada y políticamente inorgánica.
El actual
feminismo se trata de algo bien distinto, y el Encuentro Nacional de Mujeres
confirma cada año que aquél se ha edificado como una ideología radical
articulada no tanto por el amor a la mujer, sino más bien por el odio hacia el
hombre.
El feminismo
devino en hembrismo, es decir, en la contracara del machismo.
Eso
significa, precisamente, “matá a tu papá y a tu novio y a tu hermano”.
Significa que, independientemente de quién sea tu padre, tu novio o tu hermano,
su sexualidad es un argumento suficiente para promover su muerte.
Una guerra
subterránea ha sido declarada.
La
liberación femenina se vuelve una función de la extinción masculina, bajo una
“dialéctica del sexo” —parafraseando a la feminista radical Shulamith
Firestone— que marca la dinámica de un conflicto sexual pretendidamente
irresoluble.
El hembrismo
feminista es una ideología que, como tal, tiene sus ideólogas que marcan el
sentido de la praxis política.
“Quiero ver a un hombre golpeado,
ensangrentado, con un zapato de tacón clavado en la boca, como una manzana en
la boca de un cerdo”
aseveraba Andrea Dworkin, autora de libros como Mujer que odia (1974). “Llamar
al hombre animal es halagarlo; el hombre es una máquina, un mero consolador
andante” escribía Valerie Solanas en su Manifiesto SCUM (1967).
“Creo que el
odio a los varones es un honorable y viable acto político” decía Robin Morgan,
editora de la revista feminista Ms. y autora de libros como Un credo de mujer
(1995) y Palabras de lucha (2006).
“Cuando una
mujer alcanza el orgasmo con un varón, está colaborando con el sistema
patriarcal y erotizando su opresión” anotaba Sheila Jeffreys, autora de obras
como La herejía lesbiana (1996).
“La
proporción de varones debe ser reducida y mantenida en aproximadamente el 10%
de la raza humana” sentenciaba Sally Miller Gearhart, autora de libros como El
futuro (si hay alguno) es femenino (1981). Monique Wittig, por su parte, autora
de El pensamiento heterosexual (1992) le dirá a la mujer que debe convertirse
en lesbiana como forma de “rechazo del poder económico, ideológico y político
de un hombre”.
El hembrismo
es una ideología feminista o, dicho de otra forma, es la manifestación actual y
hegemónica de la ideología feminista.
Estos
pensamientos de estas destacadas teóricas feministas explican muy bien lo que
se vive año tras año en el Encuentro Nacional de Mujeres.
La pregunta
que siempre queda después de estos episodios es:
¿Acaso representan verdaderamente
estas mujeres a la mujer argentina, o simplemente se trata de una minoría
radical activa, bien organizada, movilizada y, sobre todas las cosas,
cuidadosamente resentidas por ideologías extremistas?
El
generalizado repudio que año a año reciben por parte de la ciudadanía que
aguanta (y paga) sus daños y ataques, indicaría que se trata más bien de lo
segundo.
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