Está
de moda la figura intelectual de José Antonio Primo de Rivera.
El
personaje histórico interesa menos, pues aún ejerce su plomo civil y su
autoridad de metro iridiado la historiografía "progresista", quien lo
señala como fundador de Falange Española (que lo fue), rebelde a la República
(que
lo fue), y justo ajusticiado por un tribunal popular en Alicante, en
1936.
Eso,
ya lo fue menos.
Ajusticiado
sí; pero
justamente, no.
Hablamos
de una víctima de la guerra civil cuya memoria se acoge a la famosa ley resarcidora
de represaliados en aquella barbarie.
Y
este último beneficio enoja aún más al antifascismo español.
Les
molesta y les repugna lo más grande ver aún, en algunos lugares públicos,
recordatorios y homenajes a la denostada persona que murió suplicando aquello
de "Ojalá
sea mi sangre la última que se vierte...".
Intocable
su recuerdo, según la ley.
Por
cierto, cuando hablo de antifascismo me refiero a ese mismo antifascismo que
ahora, ochenta años después, recoge en su discurso rupturista con el sistema la
base, digamos, esencial del pensamiento joseantoniano: Transversalidad del
discurso político, superación de las injusticias del capitalismo por
intervención del Estado mediador, transgresión del viejo concepto de lucha de
clases por la interacción de masas con distinta función en el sistema de
producción...
Desde
hace mucho, para la izquierda hegemónica en el ámbito de las ideas (esa episteme casi obligatoria, las
superestructuras ideológicas), lo importante no es de qué color sea el
gato, sino que cace ratones.
Más
o menos lo que decía José Antonio:
"El
ser derechista, como el ser izquierdista, supone siempre expulsar del alma la
mitad de lo que hay que sentir".
Los
movimientos populistas últimos no han reivindicado el pensamiento de Primo de
Rivera hijo (sólo faltaba), pero lo han puesto en valor, poco a poco.
No
hay prisa, claro está.
Hoy,
el corporativismo anticapitalista no es una aberración "fascista" ni
un reniego revisionista de la doctrina correcta (marxista, por supuesto), sino
un punto de partida válido para la movilización, la agitación y propaganda de
los nuevos subversivos (con perdón por lo de "nuevos").
El
grito de "¡Un solo pueblo!",
del que abominaría el José Antonio racional e inquisitivo que aparece en sus
propios escritos, no es hoy un clamor de la derecha autoritaria sino del
separatismo hispano, tan español como para juntar derechas e izquierdas,
capitalistas y proletarios, pueblo y élite, banqueros y desahuciados bajo una
misma bandera y un mismo lema redentor: la patria.
Partiendo
de una casi anécdota, las relaciones sentimentales entre José Antonio Primo de
Rivera y la bella escritora Elizabeth Bibesco, a la que el fundador de Falange
llamaba, por razones obvias, "mi Princesa Roja", Javier
R. Portella nos conduce por medio de este libro al meollo del pensamiento
joseantoniano, una serie de textos cuidadosamente seleccionados que muestran la
verdad (no la leyenda, no el mito, no el cerril anatema, no...: la verdad), de cómo el joven
líder del "fascismo español" entendía conceptos tan fundamentales
como la lucha de clases, la ilegitimidad inherente al capitalismo, la vía
revolucionaria hacia el Estado Social, el sentido de la historia, la nación, el
individuo, la espiritualidad, la religión, el papel de los intelectuales...
Un
compendio sorprendente de glosas y pequeños ensayos que revierten una imagen de
José Antonio muy distinta al monstruo fascista que quiso la izquierda y el
icono folclórico que ideó el franquismo, a mayor demérito y debilidad
intelectual de un régimen cuya fuerza estaba, sobre todo, en los ejércitos y en
las sacristías.
Está
de moda...
No
muy de moda, claro; de moda sin más.
Está
de moda evocar a José Antonio Primo de Rivera, lo que supuso su aportación
teórica al "problema de España", lo que podría haber sido y lo que
podría haber hecho si unas gentes que no sabían por qué mataban no lo hubieran
fusilado.
Él
sí supo por qué moría.
Este
libro editado y compendiado por Javier R. Portella me parece un aporte
utilísimo, amén de oportuno, para comprender los motivos de este penúltimo
regreso.
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